

Del seminario permanente de filosofía “Pensar la técnica”, que en la última ocasión se llevó a cabo hace un par de meses en el Centro de Investigación en Ingeniería y Ciencias Aplicadas de la UAEM, la segunda pregunta discutida en la sesión fue: “El error puede ser un chispazo de vida que escapa a lo humano (como la mutación de un virus) ¿Cuál estima que será el papel del error en el conocimiento de la vida de los seres humanos atravesado ahora por la Inteligencia Artificial?”
Lo primero que nos preguntábamos era qué estatuto tenía un virus respecto de lo vivo. En ese sentido fue oportuna la intervención de la Dra. Lorena Díaz, del Centro de Investigación en Ciencias, quien aclaró que un virus es una entidad cuya función es buscar alojamiento en organismos vivos para replicarse, y que a pesar de que están compuestos por proteínas y ácidos nucleicos, solo pueden reproducirse en células vivas específicas.

De ello se derivó que, si bien los virus no son propiamente organismos vivos sí tienen -y han tenido que ver- en la complejidad de la formación de la vida desde tiempos más allá de los imaginados por el ser humano, y también en múltiples procesos mortíferos que, paradójicamente, abren otros umbrales de existencia. Por ello decíamos que pensar a los virus como un error no necesariamente lo era respecto de la vida en general, a pesar de que ello implicara a la muerte de ciertos organismos vivientes.
Si nos posicionamos desde esta última perspectiva, tendríamos que admitir que el umbral para pensar lo vivo tendría que escapar de la tradicional producción de conocimientos antropocéntricos que han hecho del hombre la medida de todo viviente. Sobra decir que las consecuencias de dicha tradición, en efecto, han sido catástrofes de todo tipo.
No obstante, remitiéndonos a la pregunta inicial sobre si existe un error (como un virus que impacte en lo vivo) relacionado con los seres humanos y que provenga desde la Inteligencia Artificial, me parece que precisamente estaría ahí, de existir, y sería en el ámbito de las relaciones humanas.
Se ha dicho mucho acerca de una posible aniquilación de la especie humana por parte de la Inteligencia Artificial (imaginario que viene desde la ciencia ficción y la magia pero ¿qué tecnología no proviene de ahí? Baste con verse la invención del teléfono asociada a una pretensión de comunicarse con los muertos, como nos lo hace saber Manuela de Barros en su libro Arqueología de los medios); aniquilación asociada con una especie de toma de consciencia propia por parte de estas inteligencias artificiales.

Hace unos días justamente se publicó una nota en La Jornada acerca de que la IA “cruzó un límite peligroso al aprender a replicarse sin ayuda humana” que primero había formado parte de un artículo publicado por la Universidad de Fundan, de las más prestigiosas en China; en la misma nota del periódico se aclara, tras una consulta con expertos mexicanos, que esa réplica se parecía más bien a lo que sucede ya con los virus troyanos u otros informáticos. Añaden los expertos Rocío Aldeco-Pérez y Carlos Coello que lo verdaderamente alarmante sería que las inteligencias artificiales generaran consciencia; lo cual no se ve al menos en el futuro inmediato.
Así es, y como lo sostuvimos en aquel enriquecedor seminario: por el momento no podríamos pensar en que las IA tuvieran subjetividad porque carecen de deseo, de instancias como el inconsciente que incluso condicionan las acciones diurnas sin que las advirtamos, de vivencia del tiempo y de imaginarios; más aún, carecerían de ese complejísimo aditamento llamado consciencia que principia, dicho en términos muy simples, con el darse cuenta de la propia existencia.
Pero aclaremos, eso no significa, ni de cerca, que no existan peligros asociados con la Inteligencia Artificial, mucho menos si la configuración y órdenes precisas con que se crean modelos son para la belicosidad, para la instrumentación del odio y el racismo que, como ahora nos toca observar, pueden encabezar gobiernos a través de personajes salidos ya no de la ciencia ficción; sino de una extraña combinación que solo podría engendrarse desde el fascismo, el imperialismo, el poder, el autoritarismo, la manipulación y la ignorancia. En fin, un espécimen gestado por sus propias condiciones sociales e históricas que termina por ser atrozmente caricaturesco. De esos personajes son de los que la humanidad, definitivamente, sí debe temer.
*Red Mexicana de Mujeres Filósofas

