

Omar Alcántara Islas*
A excepción de algunos instantes, este mundo nunca será perfecto ni será el mundo que soñamos; pero, aunque siempre es mejor que lo que parece, siempre corre el riesgo de convertirse en el peor de los mundos posibles, en la medida en que nos olvidamos de las pequeñas alegrías cotidianas en el torbellino de los acontecimientos políticos, sociales o económicos. Muchas de estas alegrías se nos entregan por medio de ficciones y narraciones en sus más diversas formas: libros, cómics, películas, series, videojuegos, incluso en canciones.

Aquí se comprende ambos fenómenos, el narrativo y el ficticio, en un sentido amplio, ya se quisiera decir filosófico, pues ambas experiencias no solo nos dan fundamento como seres humanos y como sociedad, sino que también constituyen, como se anotó en una columna anterior, medios de supervivencia para la especie. Por ejemplo, hay que imaginar cómo cazar una presa o destronar a un dictador antes de emprender el acto, al tiempo que compartimos esas imágenes e ideas mediante una narración convincente.
Una narración es un encadenamiento coherente de sucesos en un lapso de tiempo, ¿y que hay más temporal que el ser humano en el cual, la conciencia de su caducidad, precisamente, lo empuja a urdir relatos creíbles o increíbles sobre la existencia? Relatos o narraciones sobre la vida y sobre la muerte, sobre el amor –que cuando lo es, es poesía y no narración–, sobre nuestros orígenes y nuestros fines últimos.
Cada ser humano es una narración cuyo principal protagonista es un «yo» que prefiere asumirse íntegro y coherente en la siempre amenazada desintegración de la identidad, cuya mayor crisis ocurre durante nuestra prolongada adolescencia, pues es ahí cuando la mayoría de nosotros, y nosotras, preferimos adherirnos a un relato comprensible sobre lo que somos (o queremos ser) y sobre lo que es (o queremos que sea) la realidad. No vemos el mundo como es, lo vemos como nosotros somos, expresa más de un filósofo.
Quien haya pasado por una terapéutica de la mente sabrá que sanar algún trauma o algún duelo implica cambiar el relato principal –o la narración que hasta entonces nos hemos contado sobre la realidad y sobre nosotros mismos–, por un relato donde se valore más que nada la supervivencia, pues, a final de cuentas, todos somos, de una u otra forma, no solo creadores o co-creadores de relatos, sino también supervivientes.

Desde una postura radical, podríamos asumir que no somos más que ficciones de todo tipo –religiosas, políticas, históricas, científicas…– y que Jorge Luis Borges es el principal profeta (o narrador maestro) de esta explicación del mundo metaficcional o metanarrativa. Pero quizá sea más conveniente seguir creyendo que las narraciones van más allá de las ficciones, o no solo cuentan ficciones, en un intento por evitar el bucle metafísico –para el citado Borges, la metafísica no era más que una rama de la literatura fantástica– o la paradoja epistemológica que suele aparecer cuando se busca una sola razón para el Todo, pues, al final del día, solemos juzgar las ficciones a partir de su ilusión de verdad (o verosimilitud) frente a lo que consideramos, entre todos y todas, como el gran relato de la realidad.
En sentido estricto, cada uno de nosotros es un narrador en la práctica y un narrador artístico en potencia, pero esto último dependerá de diversas circunstancias, siempre difíciles de analizar, porque en cada artista se entrecruzan fenómenos bio-psico-sociales y algún otro misterio que algunos llaman oficio. El artista nos hace sentir que las narraciones que cuenta son más originales que las nuestras y la eficacia de su relato puede ser medible por la seducción que provoca en el oyente, el lector o el espectador, acaso en el jugador, para motivar que este quiera vivir el mayor tiempo posible, por alguna necesidad interna, dentro de esa narración o esa ficción.
Hay mucho que pensar al respecto, esto es solo un acercamiento, pero desde este punto de vista, nos estamos tardando en crear, dentro de nuestras universidades, estudios que tengan como objeto principal las posibilidades de la narrativa en sus diversas configuraciones, independientemente del medio físico por el cual se transmita. Tal vez lleguemos a un punto donde desear los buenos días sea equivalente a desear buenas narraciones o buenas ficciones.
*Doctor en literatura comparada

