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¿competir o complementarnos?

 

El interés nacional e internacional de las últimas semanas se ha centrado en temas de la economía mundial, y específicamente en el papel que Mr. Donald J. Trump está jugando (textualmente) para hacer realidad su imposible anhelo de “hacer que los Estados Unidos sean grandes de nuevo”, como lo fueron quizá las tres décadas posteriores al término de la segunda guerra mundial.

En contrapunto con el tipo de economía y de intercambio comercial que propugnaba el “libre mercado” a la manera del neoliberalismo globalizador, ahora en profunda crisis, el presidente Trump se ha dedicado a amenazar con la imposición de tarifas (aranceles) comerciales, tanto a sus países amigos/aliados, como a sus países enemigos. Victimizándose del resultado negativo para los Estados Unidos por la aplicación del modelo neoliberal, proclama ahora que la imposición de tarifas es el mecanismo para hacer justicia y compensar el “abuso” al que ha sido sujeto su país, en razón de los déficits comerciales frente a los demás países. En su fantasía espera que el instrumento de las tarifas le generará abundantes recursos para su hacienda pública, a la vez que motivará a que las empresas que le venden bienes y servicios se establezcan en el territorio de los Estados Unidos, para beneficio mutuo.

En este contexto se sitúa el conflicto que enfrenta el T-MEC (Tratado México, Estados Unidos y Canadá), ya que las decisiones de Trump plantean su anulación de facto, aunque se le haya dado una prórroga en sus actuales términos, hasta el próximo 2 de abril.

Hay que recordar que el T-MEC (2020) es la continuación del TLCAN (1994), y que ambos tratados de libre comercio entre los tres países del norte del continente americano buscan impulsar el crecimiento económico. Específicamente, este tipo de tratados comerciales se proponen fortalecer la integración comercial de los países signantes, impulsar las inversiones, y mejorar su capacidad para jugar las reglas del libre comercio y de la competencia internacional.

A pesar de los atractivos beneficios del tratado de libre comercio, el armado del T-MEC no fue algo sencillo, ya que se tuvieron que resolver problemas como el intento de imponer un determinado tipo de aranceles, el aumento de las llamadas “reglas de origen” de los insumos o partes para la producción, y los términos para resolver controversias. Lo anterior reflejó en este caso el siempre presente impulso por competir, tanto al interior del propio bloque comercial, como de éste hacia el resto de la economía mundial.

Sin saber aún en qué terminará esta inusual situación del T-MEC, y si ocurrirá una abierta guerra comercial de alcance internacional en la que todos perderemos, es bueno hacer algunas consideraciones sobre el tema de la competencia y de la cooperación en materia de comercio.

Nadie parece disentir en que le es natural al capitalismo neoliberal el hecho de que los países y sus empresas tengan que competir entre sí para obtener la mayor parte del mercado, y el mayor margen (utilidad), en el menor tiempo posible. Se aduce que el competir tiene muchas ventajas, entre otras, producir más, mejores y más baratos bienes y servicios; estimular la innovación, la investigación y la tecnología aplicada; ampliar la base de consumidores; así como mejorar las condiciones laborales de los trabajadores. Sin embargo, los hechos muestran que la competencia, al interior y al exterior de los países, no suele darse en condiciones de igualdad entre los competidores, por diversas razones, por lo que al final el “pez grande acaba comiéndose al pez chico”, con la consabida creación de monopolios o de oligopolios.

La pregunta es entonces si es posible que exista un capitalismo en el que lo que prive sea la lógica de la cooperación y la complementariedad, y no la de la competencia, y que genere el bienestar de las mayorías. Parece difícil que esto suceda, a pesar de los beneficios que traería para todos, como, por ejemplo, un intercambio más justo de bienes y servicios, tomando en cuenta las asimetrías existentes por el diverso grado de desarrollo económico, y, sobre todo, el respeto a los componentes de orden cultural que pueden configura un determinado modelo de bienestar y de calidad de vida en cada país.

Lo cierto es que el bienestar de la gente, y no los rendimientos del capital, es lo que debería marcar las reglas del desarrollo económico, dentro y fuera de cada país. Para ello se requeriría de un deseo colectivo y de una organización política que permita el que toda la energía social se oriente hacia el mismo propósito, que se hagan compromisos de trabajo territorial claramente definidos, que se tomen decisiones colectivas, y que se asuman las responsabilidades frente a los acuerdos. ¿Lo anterior significa ir en contra del “libre mercado” a la manera neoliberal y cambiar el orden de prioridades, al interior de cada país? Sin duda.

Ante el fracaso evidente del neoliberalismo para generar beneficios a la mayoría de las personas, y ante el éxito de la República Popular China en este sentido, bien vale conocer el razonamiento que Xi Jinping, líder de ese gran país, le dirige a los ricos y empresarios chinos:

“China tiene una economía vibrante, pero el capital jamás estará por encima del pueblo. No es el mercado quien dicta el rumbo en la nación, sino el Partido y la planificación estatal. Aquí los empresarios no gobiernan, obedecen. No hay espacio para las oligarquías que en otros países saquean la riqueza común. El Socialismo no significa ausencia de mercado, significa que el mercado sirve al bienestar de la sociedad, no a los bolsillos de unos cuantos”.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.

CEPAL: la cooperación internacional requiere una nueva narrativa para  cumplir la Agenda 2030 - Corresponsables

Cortesía del autor

Vicente Arredondo Ramírez