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¿HASTA DÓNDE LLEGARÁ EL REFRENDO DE LA 4T?

 

Cumplida la fórmula asumida en los hechos de que la democracia consiste básicamente en celebrar elecciones, nos encontramos ahora en el momento de disfrute temporal de quienes ganaron, y en el de frustración y luto, también temporal, de quienes perdieron. Las emociones y percepciones están aún vivas, y tienen prevalencia sobre la razón y la explicación de las cosas.

Insisto en la temporalidad de la alegría y del enojo, porque el tiempo que no se detiene, nos guste o no, siempre nos enfrenta a la cruda realidad. Quienes no acaban de aceptar los resultados de las elecciones buscan cómo demeritar a los ganadores de diversas maneras. Una de tantas es mostrar cómo los “mercados” reaccionaron de manera negativa e hicieron sus respectivos movimientos para depreciar el peso mexicano, y mostrar la desconfianza de los inversionistas en el futuro del país. Todo eso en apenas 72 horas, y modificando indicadores financieros positivos que se supone se construyeron a lo largo de meses, con mucho esfuerzo y disciplina.

No se necesita ser muy inteligente para entender que estos cambios drásticos en la “confianza de los inversionistas” son un recurso que utilizan quienes diseñaron y controlan la actual ingeniería de las finanzas y del comercio mundial. Esa anónima entelequia llamada “el mercado” nos la señalan tácitamente como la auténtica fuerza que define el rumbo futuro de los países, que asegura su gobernanza, y que está por encima de la voluntad expresada en las urnas por los ingenuos votantes.

Según la narrativa económica actual, para que exista prosperidad en los países, se debe crear un clima social y político que favorezca las inversiones. Más específicamente, para que existan sobre todo las inversiones extranjeras, las cuales están en las manos de grandes corporaciones internacionales, cobijadas ahora por los megafondos de inversión, como BlackRock, Vanguard Group, Fidelity Investments y State Street Global.

Esto significa que los gobernantes electos en “competidas elecciones multipartidistas y con resultados inciertos” tendrán que aceptar en los hechos que su verdadero papel consiste en gestionar leyes, formular políticas públicas y administrar presupuestos que permitan que las inversiones lleguen al país, sin importar si atienden o no las necesidades reales de los habitantes del país. Todo ello con el respaldo de las fuerzas armadas.

Lo anterior parece una exageración, pero eso es lo que está detrás de la relación entre elecciones democráticas y el “mercado”. La fragilidad de los países que están sometidos a esta lógica, que prácticamente son todos en el mundo Occidental, se explica por su enorme endeudamiento, a pesar de que con seguridad esas deudas fueron mal aconsejadas y adquiridas bajo presión, y que ya han sido pagadas varias veces. Los países viven siempre con la obligación de cumplir con el “servicio de la deuda” consistente en pagar básicamente los intereses y nunca alcanzar a pagar el “principal”. Es una forma aceptada de esclavitud moderna de los pueblos.

En los recientes comicios, los tres partidos de la alianza opositora nunca le dijeron a la sociedad mexicana cuál era su postura sobre el modelo actual de relaciones internacionales en materia de economía y finanzas impuesto por los países anglosajones, conducido por poderes fácticos judíos, y que ahora “empieza a hacer agua”, por el avance hacia la multipolaridad por parte de China, Rusia y otros países. La alianza opositora sólo se dedicó a atacar al actual gobierno, con la complicidad del “ecosistema de medios masivos convencionales de comunicación”, nacionales y extranjeros, y con la burda colaboración del Poder Judicial de la Federación.

La oposición recurrió sólo al manoseado y manipulable recurso de los “datos duros” y de las estadísticas, único lenguaje del modelo neoliberal, y no con el lenguaje que ahora más se necesita que es el de las ideas y de las visiones a futuro que demuestre que lo que más importa en la sociedad es la gente, toda la gente, y no sólo una parte de ella.

Por su parte, los de la “cuarta transformación” ganaron sin duda por la gestión del actual gobierno en materia de imagen, de políticas sociales, y de desarrollo inusitado de infraestructura, en distintas dimensiones, a lo largo y ancho del país. Desde el principio el actual gobierno dejó claras sus premisas básicas de actuación: “primero los pobres”, “no puede haber gobierno rico y pueblo pobre”, desaparición de todo tipo de intermediación en los programas sociales, denuncia de la estructura paralela de gobierno conformada por varios organismos constitucionalmente autónomos y creada para defender el capital, disminución importante del flujo viciado de dinero a los soberbios, volubles, comprables y cínicos “medios de desinformación”, y finalmente, al señalamiento de que lo más importante es atender las causas, y no tanto los efectos, de la violencia y de la migración.

El punto, sin embargo, es que el “segundo piso de la cuarta transformación” seguramente entrará a la fase de la “realpolitik”, y que el mandato de las urnas, asumiendo que consistió en ratificar todas y cada una de las premisas básicas arriba señaladas, se habrá de confrontar con la cruda realidad de los poderes fácticos. No hacer los veinte cambios constitucionales ya propuestos al Congreso, en la profundidad y velocidad esperada, producirá el debilitamiento del nuevo gobierno, el desencanto de muchos votantes, así como el contrataque de los perdedores de la reciente contienda que querrán restaurar un régimen de gobierno, como el de antes de la llegada de Andrés Manuel López Obrador.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.