LA DEMOCRACIA COMO ENTRETENIMIENTO
No habiendo mayor objeción a la validación de la candidata que obtuvo la mayor votación para la Presidencia; la discusión, artificialmente provocada y sin sustento legal, se centra ahora en la llamada sobrerrepresentación en el Congreso de la Nación.
Como sea que quede dictaminado al final el resultado de las elecciones, se habrá cerrado el ciclo del proceso electoral, e iniciará el ciclo de la “verdad verdadera”, esto es, el de ejercer la función y responsabilidad de quienes habrán de gobernar y el papel de los gobernados, en los tres órdenes de la administración pública. Esta nueva etapa deberá conducirse bajo reglas y normas bien determinadas para los nuevos gobernantes, pero ambiguas en cuanto a las normas que deben seguir los gobernados. Recordemos que los gobernantes, ya sea electos o nombrados, sólo pueden y deben hacer lo que les está permitido por la ley, mientras que los gobernados pueden hacer todo lo que no está prohibido. Para que los gobernantes puedan cumplir su función, cuentan con el apoyo de la ley, con un presupuesto determinado que les ha sido asignado por el Congreso, y con las fuerzas del orden; con todo, no pueden ignorar ni evitar los retos y obstáculos que genera la compleja realidad nacional e internacional que todos estamos experimentando.
En la trampa de la democracia liberal convencional, en la que hemos caído para apoyar la actual fase del desarrollo capitalista conocido como “neoliberal”, no está claramente definido qué es lo que deben hacer los gobernados para asegurar la paz y la estabilidad social que requiere cualquier sociedad para construir el bienestar de todos sus integrantes.
Lo único claro que se acepta del quehacer cívico de los ciudadanos, que ni siquiera es obligatorio en nuestro país, consiste en acudir a las urnas cada tres años a elegir a personas propuestas por los partidos políticos, las cuales no han pasado ninguna prueba constatable de calidad ética y profesional que garantice en buena medida el cumplimiento adecuado de la función para la que se habrán de elegir.
Por más irónico que parezca, los grandes ausentes en el ejercicio democrático, entendido como práctica cotidiana de vida, somos los ciudadanos. Nos obnubilan tanto con el tema de las elecciones como acto culminante de la democracia, que acabamos perdiendo el horizonte del auténtico sentido de la democracia (amalgama articulada y convenida de derechos y obligaciones de todos los miembros de una comunidad que crean las condiciones del desarrollo personal, familiar y comunitario). Los procesos electorales son tiempos legalmente aceptados para que, en la práctica, los ciudadanos renuncien a su propio poder y lo entreguen de manera irresponsable a personas, grupos y camarillas cuyas agendas no necesariamente responden a las de los ciudadanos que dicen representar, sino a intereses personales o de poderes fácticos que los utilizan como instrumentos.
Por si fuera poco, los procesos electorales son la mejor ocasión para crear y profundizar divisiones entre los ciudadanos, con la complacencia de quienes requieren que la gente se entretenga y pierda el tiempo en conflictos, mientras esos poderes fácticos que controlan los procesos de económicos logran sus propósitos de acumulación y concentración de la riqueza.
Parece exagerado afirmar lo anterior, pero en el mundo de hoy cada vez queda más claro que tener el gobierno no es tener el poder. Sobran los ejemplos actuales en Latinoamérica para demostrar que candidatos a gobernantes que resultan electos con el mandato de ajustar disfuncionalidades económicas existentes en el país son neutralizados por otros aparatos gubernamentales, como el poder judicial o el poder legislativo, o bien, otros poderes fácticos nacionales o internacionales, como los medios convencionales de comunicación, y los organismos financieros a los que está sometidos por las deudas adquiridas.
La clave, entonces, está en avanzar en el entendimiento de cuál es el papel de los ciudadanos en la conducción de su país, más allá del derecho al voto. Ampliar esta visión de nuestro papel como ciudadanos sólo es posible en la medida en que vayamos entendiendo qué es lo que realmente está sucediendo en nuestro país y en el mundo, y cuáles son las razones de ello.
La libertad política y económica que tanto se ha exaltado en los últimos cincuenta años, bajo el esquema de la ideología neoliberal, es un juego tramposo de ideas y conceptos. Se refiere en la práctica a la libertad de hacer, decir e informar lo que quieren y les conviene a los que tienen los medios y los instrumentos para hacerlo, lo cuales son siempre una minoría en la sociedad. A su vez, la libertad económica, y el “libre mercado” que también pregonan sólo encubren la necesidad de modificar leyes nacionales que permitan que el gran capital transnacional financiero, económico, comercial y cultural se apodere de la economía de los países en beneficio de sus grandes corporaciones, y ahora, de sus grandes fondos de inversión que poseen las acciones y el control del capital de dichas corporaciones.
Si en algo se proclama la importancia del estado/nación como fuente del nacionalismo, por parte de los promotores de la “globalización neoliberal”, no es para para promover la soberanía de las naciones, sino para asegurar la conservación de una red administrativa mundial-dividida en países- que facilite la imposición e instrumentación gradual de un mecanismo de gobierno mundial.
Sólo habrá una verdadera democracia, cuando entendamos estos procesos globales, expresados ahora en un cambio de época y de geopolítica. Desde luego que hay que pensar en quién queremos que cumpla determinadas funciones de tiempo completo en el municipio o estado en donde vivimos, pero la definición de esas funciones, su seguimiento, su evaluación y, en algunos casos, hasta su coadyuvancia o coejecución, deben ser entendidas, definidas y consensuadas por la mayoría de los ciudadanos. Esto es democracia, lo demás es entretenimiento electoral
*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.