INDEPENDENCIA NACIONAL ¿DE QUÉ, DE QUIÉN Y PARA QUÉ?
La independencia, como la libertad, son dos conceptos de amplia circulación en el mundo moderno. Dichos conceptos son aplicables, tanto a la vida personal, como también a la condición de un país o nación.
La ciencia que estudia la mente humana ha desarrollado ampliamente lo referente a la libertad y a la madurez humana, y señala algunas de las condiciones e indicadores que permiten alcanzar esa condición: autoconocimiento de las capacidades y limitaciones propias, conciencia de que se vive en sociedad, conocimiento de los derechos y obligaciones, autoestima que genera seguridad personal y respeto a uno mismo, capacidad de tomar decisiones con la clara consciencia de sus impactos, coherencia entre el pensar y el actuar, y otras muchas más características. Una persona que reúne estas condiciones puede afirmarse que puede vivir y disfrutar su libertad y autonomía.
Un clásico circunstanciado sobre este tema es el libro “El Miedo a la Libertad” (1941), escrito por el psicólogo social y filósofo humanista alemán Erich Seligmann Fromm (1900-1980), el cual analiza el emergente fenómeno del totalitarismo hitleriano, en el marco de la segunda guerra mundial (1939-1945). Alertaba sobre el fenómeno de los individuos renunciando a su propia identidad y voluntad, para sumarse a a la obediencia y seguimiento acrítico de lo que indicaba el líder social, sin importar la irracionalidad de lo que mandataba.
El autor afirma que este fenómeno entraña, por un lado, una dimensión política, refiriéndose a lo que significa una conducta fascista, y, por otra, una dimensión del orden sociocultural, en el sentido de constatar la tendencia de la sociedad moderna de estandarizar a las personas. El resultado de ello en la dimensión personal es el debilitamiento de la autoestima, el sentimiento de soledad en medio de multitudes, y la resignación a someterse a fuerzas que están fuera de nuestro control.
Aunque Fromm analizaba este fenómeno en el marco de las sociedades industriales, ochenta y cinco años después podemos ver reflejado lo mismo en las sociedades posmodernas, regidas por el imperativo del consumo y la imitación, y controladas por poderes fácticos metanacionales.
Analogando el tema de la libertad y la soberanía personal, a lo que sucede en la dimensión nacional, diremos, antes que nada, que el constructo social de país o nación es relativamente nuevo. El significado más simple de un Estado libre y soberano es el de ser un “Estado o agrupación territorial que deja de ser tributario o dependiente de otro”. Un hecho icónico de esta situación fue la independencia de Inglaterra lograda por sus colonias americanas (1776), posteriormente la independencia de Haití de Francia (1804), y de ahí el rosario de independencias en ese mismo siglo XIX de las colonias españolas.
Posterior a ello, ya en el siglo XX se amplió el concepto de libertad nacional al hablar de la soberanía y del derecho a la autodeterminación de los habitantes de un territorio para tomar decisiones sobre cómo vivir y cómo organizarse internamente, con independencia de poderes externos. Se complementó el concepto con el tema de la igualdad jurídica de todas las naciones, rechazando con ello la idea de que puedan existir naciones que se imponen y someten a otras naciones.
Esta claridad de conceptos, sin embargo, se confronta con lo que suceden en la realidad. La dependencia y sumisión de unos países a otros nunca ha desaparecido, al contrario, el modelo neoliberal impuesto y sufrido en los últimos cincuenta años ha agravado el problema de la dependencia y de la inoperancia de la soberanía nacional. Esto se manifiesta de diversas maneras, sobre todo en la dependencia cultural y la dependencia política, como causa y efecto de la dependencia económica.
En efecto, la “esclavitud moderna internacional”, antípoda de cualquier libertad, es la que se establece por la onerosa carga de la deuda externa de multitud de países, cuyas obligaciones de pago limitan en los hechos la capacidad financiera de ejercer acciones soberanas de inversión y desarrollo en áreas que requiere el país para su propio, adecuado y pertinente desarrollo. Esto se suma a la enfermiza práctica de los países hegemónicos de ejercer su influencia y poder sobre otros, aplicando restricciones al comercio, a través de bloqueos e imposición irracional de aranceles, contrariando a los organismos internacionales que ellos mismos han creado para prevenir y sancionar estos abusos.
Esta situación hace que los países busquen e imploren la inversión extranjera directa, sin condiciones y restricciones, sólo a cambio de que produzcan algunos empleos que atenúen el riesgo político de insatisfacción social, más que la necesidad y convicción de crear sociedades sustentadas en la justicia social.
Frente a esto, nos preguntamos, ¿independencia nacional de qué, de quién y para qué? La celebración de la independencia como hecho histórico no puede opacar el reto y la necesidad de construir la independencia como hecho futuro.
En esta novedosa situación política interna que se ha desplegado en el 2024 en México, hay que plantearnos con toda claridad cuál es nuestra situación en materia de independencia, soberanía y libre autodeterminación. Hay que “deconstruir” el hecho de la “interdependencia económica” entre países, fabricada mañosamente por los promotores del neoliberalismo, que son los poderes fácticos internacionales de finanzas, comercio, comunicación y cultura que penetran y se apoderan de los “países libres y soberanos”.
Analicemos, sin “miedo a la libertad” lo que implica poder empezar a tenerla quizá por primera vez como país; situación que por lo demás, es imposible lograr si la mayoría de los mexicanos no transitamos a una condición de madurez personal que nos permita decidir con libertad la vida que queremos vivir en lo personal y lo colectivo.
*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.