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Julián Vences

Diega llevaba 188 días dentro del vientre de su madre cuando sus oídos empezaron a familiarizarse con vibraciones producidas por palabras como Revolución, Zapata, Cuartel.

Nació el 13 de noviembre de 1934, a casi quince años de asesinado Emiliano Zapata. Pero desde el amanecer al anochecer en el seno familiar se relataban infinidad hechos de lo sucedido durante y después de la Revolución de 1910.

Desde que tuvo uso de razón, como esponja, Diega empezó a absorber nombres, fechas, sucesos tristes y episodios triunfales. Sus principales fuentes abastecedoras de vivencias, como ella las califica, fueron, en primera, su mamá Alberta Rivas, en segunda su papá don Lázaro López de oficio chitero y sus tías, todos sobrevivientes de la revolución. Y fue encariñándose con objetos como la argolla donde su papá amarraba el caballo.

Don Lázaro, nacido en 1864, era el respetado mayordomo de Padre Jesús (patrono de Tlaltizapán) y todo mundo sabía que tenía buena amistad con Zapata aunque este era bastante menor. Al padre de don Lázaro le había arrebatado su tierra el hacendado de El Hospital. “Mi abuelo tenía en la espalda huellas de los chicotazos que le dieron allá, por eso se vinieron a Tlaltizapán”, explica doña Diega.

Cuando estalla la revolución don Lázaro era un hombre hecho y derecho, le iba bien pues le gustaba trabajar y sabía ganar dinero. Invitado por Zapata se va a la revolución llevándose su mula y el 30 30 que guardaba de tiempo atrás, por eso a él no le tocó la matanza del 13 agosto.

Una de las escenas infinidad de veces escuchada por doña Diega es aquella de cuando por las empedradas calles de Tlaltizapán pasaban veloces voceros de a caballo gritando “ahí vienen los del gobierno”. Y todo mundo subía a refugiarse al cerro de Santa María, especialmente las familias con mujeres casaderas. A doña Diega se le impregnó ese grito preventivo porque su madre le platicó que una ocasión llegó una de sus hermanas diciéndole “ándale, apúrate que ahí vienen los del gobierno, están llegando a la iglesia”. “Lo que yo necesito es una partera, vete a buscarla, que ya voy a parir”. Su madre, en un rincón y sobre un petate y con solo un pedazo de rebozo para envolver a la criatura se tuvo que parar porque entró un soldado arrastrando de los cabellos a una chamaca como de trece años. La desesperada muchacha se abrazó de las parturientas piernas. La criatura cayó en el vil suelo de la entrada, ahí le cortó el ombligo la partera. “Y vete al cerro como puedas”, dijo su tía. Y su madre, mareada, al salir se topa con que a la chamaca la jaloneaba no uno sino tres soldados y nunca supo que fue de ella.

Las mujeres de Zapata

Hay sucesos indelebles en la memoria de doña Diega relativos a las mujeres de Zapata, como el día en que el general Zapata se llevó a Ignacia, la joven de 15 años, hija de doña Trinidad Mendoza García, la viuda que en el Cuartel cocinaba la comida de Zapata y tatarabuela del hostoriador Uriel Nava González.

“¿Por qué me hace esto general, porque estoy viuda?”, reclamó a Zapata en cuanto este se apeó en la puerta del Cuartel y recibió un par de cachetadas.

Ignacia Aguirre Mendoza radiaba felicidad, traía botas altas de agujeta, falda nueva, rebozo de bolita, trenzas y alhajas.

“Serénese doña Trini, agradezca que yo la hice mi mujer”. Y sí, la hizo su mujer, aunque con ella no tuvo hijos.

También recuerda a su amante la hermosa Elisa Alvear en cuya casa Zapata se escondió cuando el gobierno recuperó el Cuartel.

Caso muy mentado en todo el pueblo fue el amorío que Zapata tuvo con tres hermanas Piñeiro, hijas de un señor de San Pablo y de una señora de San Rafael. Primero se enredó con Aurelia la más chica y al último con la mayor María Jorge la que le dio un hijo, Diego, nacido en Tlaltizapán el 13 de diciembre de 1916.

Doña Diega hoy tiene 90 años y está tan lúcida que tiene presente a doña Inés Aguilar y a quien conoció y era hija del administrador de la Hacienda Santa Clara y Zapata se la trajo a vivir a Tlaltizapán y fue madre de Nicolás, el primer hijo de Zapata nacido en 1906.

Premoniciones y testimonios

A doña Diega le fascina acudir al Museo Cuartel. Lo ha hecho por decenas de años porque ahí tiene la oportunidad de platicar historias que no salen publicadas en libros pero que no son inventadas sino reales y porque le gusta hablar de gente que hizo mucho por la revolución y poco o nada se les menciona, como es el caso de Saturnino Morgado de Ticumán, uno de los escoltas de Zapata que logró escapar de aquél 10 de abril. O de Joaquín Caamaño, el de Axochipan, que fue el primero que al darse cuenta de la emboscada empezó a gritar: “Vámonos, vámonos” y que de tan veloz que salió la camisa le ondeaba. O de Jesús Capistrán, de Tlaltizapan, firmante del Plan de Ayala. O de Trinidad Ruiz que no era de Tlaltizapán otro de los firmantes, pastor de una iglesia metodista, hermano de don Mateo, familiar de los Lizama que viven por la carretera.

A doña Diega le tocó oír cuando don Zeferino Ortega “El Mole” vino a decirle al “Chitero” “Apúntate porque a todos los veteranos zapatistas se les va a dar 300 pesos mensuales”. “Yo no ‘pelié’ para que me pagaran, lo hice porque estuve de acuerdo y porque me gustó”, replicó aquél.

Tema que doña Diega disfruta relatar es el relativo a si fue o no Zapata el que murió el 10 de abril: “Don Bartolo Vázquez, un ganadero de Chinameca, que vive a corta distancia de donde acribillaron a Zapata le contó a mi papá que ese 10 de abril él iba a su casa y se encontró a Zapata, que lo saludó de mano, que estaba a unos metros de llegar a la entrada de la hacienda y que poquito después, cuando don Bartolo se iba bajando del caballo, afuera de su casa, oyó las detonaciones. Yo no creo que en tan corta distancia él se haya cambiado por otro, le aseguró a mi padre”.

A Zapata, antes de salir de Tlaltizapán doña Petra Gómez “La Lira”, dueña de un burdel por el rumbo del tinaco de la estación y que se colgaba tres collares de oro, le tiró las barajas a Zapata ese 10 de abril y le dijo que no fuera, que lo iban a asesinar. Y que Zapata le contestó que ya estaba cansado, que solamente muriéndose se acabaría el sufrimiento del pueblo.

Hechos como los anteriores y muchos más son lo que doña Diega disfruta relatar a los visitantes del Museo venidos de todo el mundo. Todo lo platica tal y como se lo platicaron sus padres, sus tías, sus conocidos, sin ponerle de su cosecha, apegada a lo real.

En 2008 doña Diega hizo un libro con sus relatos. De su bolsa solo alcanzó para 200 ejemplares que muy rápido se agotaron. Le daría mucho gusto reeditarlo. Y en eso nos aplicaremos, le prometimos.

Diega López, cronista

El maestro José Urbán agradeciendo al pueblo de Tlaltizapán su homenaje en la tribuna del teatro al aire libre que él mismo inauguró siendo gobernador. Aparecen, sentados, el gobernador en turno López de Nava, el general. Zeferino Ortega «El Mole». De pie, atrás del presídium, están Diego Zapata (hijo del Caudillo) y Don Gonzalo Piñeiro. 13 de Agosto de 1956/Archivo Fam. Muñoz Valois.

A la izquierda Diego Zapata Piñeiro, hijo del general Emiliano Zapata, nacido en Tlaltizapán el 13 de Diciembre de 1916. A la derecha Hipólito Villa, hijo del general Francisco Villa.

Julián Vences