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El pasado no es algo estático, sino que se interpreta y reinterpreta constantemente. Por ello, la historia no es un relato fijo ni una secuencia de hechos inmutables; es, más bien, un campo de batalla donde diferentes grupos luchan por que su visión del pasado se vuelva hegemónica. El siglo XIX mexicano fue testigo de estas disputas y el Plan Socialista de la Sierra Gorda, proclamado en 1879, es un ejemplo. De ello trata este artículo.

El plan, defendido por líderes campesinos e indígenas de los estados fronterizos de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí, comienza con una afirmación contundente: “Dios creó la tierra para todos los hombres, y por lo mismo todos deben ser dueños del suelo”. El plan denuncia que “los conquistadores españoles no tuvieron derecho alguno para apropiarse, por la violencia, del territorio de la nación”. Así, desde esta perspectiva, la conquista no fue el inicio de la “civilización”, el orden y el progreso, como mantenían los terratenientes, sino un acto de despojo y usurpación.

No debemos perder de vista que las interpretaciones del pasado tienen efectos para el presente. En el caso que nos ocupa, terratenientes y rebeldes justificaban sus aspiraciones de tierra mediante sus lecturas sobre la conquista: el Plan afirma que se trató de una usurpación “bárbara y feroz”, por lo que lo justo era que las y los indígenas fueran los dueños de la tierra; por el contrario, si implicó el fin de la “barbarie indígena”, como planteaban los terratenientes, lo correcto sería que la tierra siguiera en manos de quienes tenían más posibilidades de continuar el proyecto de nación que resultó de la conquista.

Las interpretaciones históricas se entrelazan con las luchas sociales y políticas. Esa es otra de las repercusiones de las visiones del pasado para el presente. En ese sentido, a la par que el Plan repensaba la conquista, proponía acciones concretas para revertir sus efectos. Planteaba una reforma agraria radical donde “todos deben ser dueños del suelo” y denunciaba que “la ley de desamortización [y] la ley de repartimiento de terrenos comunes, han convertido a la nación en una masa de proletarios”. Otra propuesta era la abolición de las deudas con los hacendados.

Las interpretaciones del pasado están influenciadas por nuestras inclinaciones ideológicas. Por ejemplo, mis posturas de izquierda me llevan a considerar la lucha de los indígenas y campesinos como una resistencia legítima contra los terratenientes. Los valores políticos influyen en cómo leemos episodios históricos. Las ideologías, por lo tanto, no sólo afectan lo que pensamos del presente, sino también cómo vemos el pasado.

Además, las disputas por la historia no conllevan a la derrota total de una perspectiva; lo habitual es que versiones hegemónicas convivan con narrativas subalternas, generando tensiones. Dicha coexistencia obliga a reconsiderar cómo se construyen las memorias colectivas: no existen versiones definitivas, sino un diálogo entre hegemonías y márgenes.

Al final de cuentas, estudiar el pasado no es algo alejado de nosotros. Por el contrario, se trata de conocer mejor cómo llegamos a ser lo que somos hoy en día y, de ser necesario, cuestionar nuestras actuales formas de organización. El Plan Socialista de la Sierra Gorda nos recuerda que la historia es una herramienta de lucha y que las disputas por el pasado siguen siendo relevantes hoy en día.

Imagen generada*Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora

Imagen generada con IA, cortesía del autor.

Cuitláhuac Alfonso Galaviz Miranda