“¡Esta ciudad jamás será negada por su gente,
aunque el Cerro Coltzin un día enderezara!”
Un poema dedicado a Culiacán,
Lupishen Tirado.
La esperanza, dice Aristóteles, es el sueño de los despiertos, y, curiosamente, ese sueño es pilar de toda construcción humana, aunque pasemos por alto, a veces, que no sólo cuando se duerme el sueño tiene función, y a pesar de que olvidemos, con demasiada frecuencia quizá, que nuestras sólidas construcciones humanas también se desvanecen.
La esperanza, para María Zambrano, pende entre dos extremos: el anhelo de un mundo mejor, por un lado, y el horror de haber nacido, por otro. “El hombre ha sentido el horror de su propio nacimiento al mismo tiempo que la nostalgia de un mundo mejor perdido” (Hacia un saber sobre el alma). Extremos que son correlatos, respectivamente, de una realidad inadecuada y de un nacimiento incompleto. “Cualquiera fábula, o relato sagrado, alienta el doble sentimiento que tiene la humana criatura cuando parece despertar acá abajo: horror de haber nacido, nostalgia de lo perdido”.
Así, del horror de haber nacido, para Zambrano, se desprenden dos posturas. Una es el desnacer, borrar o anular el nacimiento, entiéndase con ello el vaciar nuestra vida de todo sentido personal, como sería, por ejemplo, el fechar/desfechar un nacer como el nacimiento/desnacimiento de alguien. Para Zambrano, esta postura, tan común para algunas religiones, es una respuesta al horror de nuestro nacimiento, mientras que la otra postura corresponde al renacer o al nacer de nuevo: “la Filosofía en Grecia trata de engendrar al hombre, haciéndole nacer a la conciencia, como es visible en Sócrates, Platón y Plotino; también en los estoicos y en toda la Filosofía de preparación para la muerte”. Y, si el horror de haber nacido es correlato de un nacimiento incompleto, como antes se dijo, es porque las dos posturas aquí comentadas buscan cubrir y enfrentar lo incompleto de nuestro nacimiento.
El otro extremo, el anhelo de un mundo mejor, y su correlato, la realidad inadecuada, como antes se dijo, da pie, para Zambrano, “en el fondo de cada uno”, a una medida, la cual, frente a la realidad, sin importar que esté plagada de errores o que rebose altiva sus aciertos, no se acalla o se soborna; “medida no engendrada, por cuya exigencia no podemos detenernos en parte alguna… por la cual el hombre, sumergido en la historia, es capaz de disentir de ella y de apetecer salir de ella, como apeteció salir de la naturaleza”. Y si el anhelo de un mundo mejor es correlato de una realidad inadecuada es porque la medida aquí comentada, “en el fondo de cada uno”, busca cubrir y enfrentar la no adaequatio de la realidad y, como Zambrano apunta, “aun hostil”.
La esperanza pende entonces entre el horror y el anhelo, del nacimiento y de un mundo mejor respectivamente; pero también, entre dos posturas y una medida, para cubrir y enfrentar lo incompleto de nuestro nacimiento y para cubrir y enfrentar lo inadecuado de nuestra realidad, respectivamente. Y, sin embargo, como Zambrano refiere, “el hecho de la cultura humana se funda en la esperanza”.
La manera en la que hablamos y vestimos; de reír o bailar, cuando, en inusitado momento que desborda la alegría, nos lo permitimos; la manera de saludar al amigo tras intensa y sudorosa jornada laboral, de enemistarse con él por algún malentendido o encono arraigado; la manera de preocupamos por nuestros seres queridos cercanos y procurar su sustento en el regateo de los días; de gritar nuestro sentimiento, de enamorarnos y entristecernos; la manera de recordar futuros perdidos o proyectar pasados del olvido; todas estas maneras nuestras, nos dice Zambrano, “que se refieren al orden del mundo, la figura de la realidad, están sostenidas por la esperanza”, quizá ya no de un mundo mejor, sino de un mundo.
* Profesor de Tiempo Completo de El Colegio de Morelos.