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Una práctica primero y una cosmovisión después

 

La importancia de la práctica en nuestra vida, considero, ha sido subestimada, mas no por la poca presencia de ella en nuestro día a día, pues es innegable que está presente y que sin ella nuestro día a día sería impensable, sino, por lo poco explorada que es y por la poca atención que sobre ella ponemos, esto es, la damos por hecha, por dada o por sentada: cocinamos, leemos, interactuamos entre nosotros; cultivo un jardín, un oficio, una profesión; construimos casas, ciudades, hogares, lazos afectivos; y lo hacemos, valga la insistencia, dando por sentado que la práctica en ello es consecuencia natural, irreflexiva.

Pues bien, en esta ocasión quisiera llamar la atención sobre algunas bondades de la práctica en sí y que considero importante advertir, en específico, la apertura o descubrimiento que, respecto a nuestros conceptos, teorías, creencias, juicios y/o cosmovisiones, nos permite. Dicho de otro modo: advertir que, al momento de llevar a cabo una práctica, en ello hay una oportunidad para retroalimentar y reconstruir nuestra cosmovisión o sistema de creencias mismos, y que, debido a esta misma condición, es la práctica una ocasión para descubrir nuevos modos, maneras o formas de concebir el mundo o la realidad.

Miguel de Unamuno (Una filosofía cardiaca), por ejemplo, entendía el sentimiento como punto de partida para la conceptualización y para nuestra comprensión del mundo. “Nuestra filosofía, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma”.

Sin embargo, también en Unamuno encontramos un valor relevante vinculado a la práctica, pues, a pesar de que hay ideas que permiten justificar la práctica misma, advierte Unamuno, es la práctica la que pone a prueba nuestras ideas, teorías y conceptualizaciones: “es la práctica la que sirve de prueba a la teoría”.

Este énfasis en la práctica da cuenta de un rasgo poético, rasgo vinculado al descubrimiento atrás dicho. Como Unamuno refiere respecto al lenguaje: la originalidad de una metáfora no está en haber creado algo que antes no estaba, sino en el modo en que algo que ya estaba es empleado, esto es, en el modo en que empleamos o ponemos en práctica el lenguaje.

El pensamiento (no el concepto), según Unamuno, ofrece un ejemplo de lo anterior. Dice: “es más padre de un pensamiento el que lo cría y lo pone en el lugar que en el mundo de los pensamientos mejor le corresponde, para que él luego se valga por sí y por sí viva, que no el que lo engendra o lo pare”. Análogo al pensamiento en esta cita, la crianza implica poner en práctica al lenguaje y con respecto al mundo, en su relación con el mundo (las cosas, las situaciones o los hechos) ubicarle en el lugar que mejor le corresponde; mientras que engendrar no implica ponerlo en práctica.

Así, la metáfora, nos dice Unamuno, es una ocasión en la que, “aquel que con expresarse en la lengua misma en que hablan todos sus vecinos, sirviéndose de las mismas palabras de que ellos se sirven y construidas según la misma sintaxis con que ellos las construyen, parece, sin embargo, que va creando su lengua según habla, que las palabras parecen virginales en sus labios”. Resalto de esta cita, creando su lengua según habla, práctica primero, cosmovisión después.

O como expresa Unamuno a continuación: “Y es que, así como el bieldo, aventando la parva, hace que el aire del cielo depure el grano, llevándose el tamo, y cae el dorado trigo que ha de hacerse pan, así el verso, aventando al lenguaje, hace que se vaya el tamo de la palabra, que no resiste al ritmo, y quede el trigo dorado de ella”. Práctica primero, cosmovisión después.

* Profesor de Tiempo Completo de El Colegio de Morelos.

Aristeo Castro Rascón