Las polémicas jornadas alrededor de las controversias en torno a la exigencia de que el Estado Español se disculpe con México por los excesos cometidos durante la conquista y el periodo virreinal, no colonial, han avivado un fuego que no era necesario, ni que es oportuno encender.
Las redes sociales han explotado, cubriéndose de publicaciones radicales en ambas posturas, surgen quienes acusan a España de todos nuestros males, así como también del otro lado del Atlántico se elevan voces de nostálgicos que aseguran que México sólo debe agradecer a España por todo lo legado. En lo personal, por elemental salud mental no me engancho ni con unos ni con otros, todos los extremos son reprobables, en cambio sí considero que el juicio de la historia y el peso de la identidad son inexpugnables.
Recientemente en este espacio, se ha dado cuenta de los vínculos que unen a España con Morelos y particularmente con Cuernavaca. Los lazos históricos, culturales y afectivos entre España y México son ineludibles, si bien es cierto que la conquista fue cruenta, que supuso el fin del Anáhuac, así como el inicio de excesos reprobables, también marcó el surgimiento de una nueva raza y del México de hoy. Son muchos los referentes que refuerzan lo anterior, me limito a citar en primer término a Jaime Torres Bodet, quien dijo que la caída de México-Tenochtitlán no fue triunfo, ni derrota, sino el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy. En segundo término, a Don Guillermo Prieto que conoció bien Cuernavaca, y que de manera certera afirmó que, tras la independencia, los criollos y mestizos se convirtieron en los gachupines de los indios. Lo anterior es contundente, pues la independencia no implicó la bonanza de los pueblos originarios en México, y salvo contadas excepciones como Juárez, Altamirano y Tomás Mejía, los indígenas no tuvieron un papel preponderante en el México decimonónico.
Volviendo a Cuernavaca, la raíz mestiza y mexicana es muy marcada. Nos guste o no, Cortés fundó la Cuernavaca que hasta el día de hoy subsiste, lo hizo sobre las ruinas de los teocallis de Cuauhnáhuac. Convirtió a Cuernavaca en la cabecera del poderoso Marquesado del Valle de Oaxaca y aquí levantó el primer ingenio azucarero de tierra firme americana. Su esposa Doña Juana, promovió la construcción del templo y convento franciscano de la Asunción de María, hoy Catedral de Cuernavaca, donde se dieron acendradas muestras del sincretismo que robusteció la conformación de la nación mexicana. En el sotocoro de la catedral, justo sobre la centenaria pila bautismal se encuentra una talla de cantera, de una primitiva Virgen de Guadalupe, se considera a esta obra, la primera representación artística de los sucesos del Tepeyac. En el Museo de Arte Sacro a su vez, se exhibe una Tonantzin en piedra, que algún indígena reacio a dejar sus antiguas creencias colocó de manera secreta detrás del altar lateral de la Guadalupana.
Otro elemento que refuerza los lazos hispano-mexicanos en Cuernavaca, lo constituyó la industriosa colonia española, imposible no recordar a Don Serafín Larrea, testigo de la aprehensión de Francisco Serrano, al frente del hotel Bellavista, a la afamada gastronomía española de Teresina en el hotel Palacio o al pintor Ramón Prats. La colonia española en Cuernavaca se nutrió de dos ramas, primero llegaron los que vinieron a “hacer la América” de talante conservador y simpatizantes del bando nacional, y después de la guerra civil, los republicanos. Ambos grupos se asimilaron y sus aportes a Cuernavaca fueron invaluables, basta con recordar a Don Manuel Suarez al frente del Casino de la Selva.
Sin embargo, hay una figura que representa con orgullo a la extinta colonia española de Cuernavaca: Don Agustín Nieto y María, nacido en la localidad manchega de Ciudad Real.
Don Agustín fue un activo militante de la República Española, durante la defensa de Madrid, coordinó a grupos de jóvenes republicanos pero también destacó su talante intelectual, mismo que lo acompañó el resto de su vida, no en vano en aquella época conoció a Hemingway quien le propuso escribir la secuela de “Por Quién Doblan las Campanas”
La derrota de la república representó una experiencia dramática para Don Agustín, quien debió marchar al exilio para salvar su vida, siempre se mostró reacio para hablar o recordar su experiencia en la guerra y particularmente en la defensa de Madrid.
Tras una breve estancia en las Antillas donde conoció y se casó con Maruja, bella catalana quien también sirvió valientemente a la república española, llegaron a México a establecerse, primero en la Ciudad de México y después de forma definitiva en Cuernavaca. Don Agustín se reinventó en su nueva patria y se hizo un prominente constructor, entre sus proyectos destacaron el Auditorio Nacional y el cuartel de Guardias Presidenciales en San Antonio Abad.
En Cuernavaca, los Nieto criaron a su familia, fueron pioneros residentes de la colonia Vista Hermosa, Maruja era muy querida por la sociedad local que la reconoció siempre como una dama y espléndida anfitriona. Don Agustín pudo dedicarse a la literatura, su pasión de vida, llegó a conformar una magnífica biblioteca. Entre sus amigos en Cuernavaca se contaron al gobernador Felipe Rivera Crespo y al prestigiado Doctor Neri.
Don Agustín, conoció bien la historia de México y sostuvo que la conquista la hicieron los indígenas aliados a Cortés y la independencia los criollos hijos de españoles, entonces era imposible que México y España estuvieran más unidos.
Don Agustín falleció en 1995, y su muerte fue muy sentida por los cuernavacenses que vieron con su partida el fin de una etapa en la Cuernavaca que se reinventó tras la cruenta revolución. Hoy cuando escucho voces radicales en uno u otro sentido y alrededor de la relación entre México y España, me hago de oídos sordos, prefiero quedarme con el recuerdo de personajes como Don Agustín Nieto.
Agustín Nieto en Cuernavaca. Archivo del Autor.