Utopía y ciudad
La isla de Utopía que visualiza Tomás Moro en su famosa obra era una comunidad pacífica en donde los bienes eran de propiedad común, las autoridades se elegían mediante el voto popular y estaba conformada por una sociedad en donde se habría alcanzado un alto nivel de organización social, política y económica. Estas ideas han sido tratadas de materializar a lo largo de la historia en la planeación de las ciudades como espacios justos, solidarios y equitativos.
Sin embargo, esa idea tiene que pasar la barrera de la ideología, ya que según la economista italiana Ada Becchi, la ciudad en realidad nunca ha sido la proyección de relaciones justas y solidarias en el territorio, sino que incluso la ciudad viva es también habitualmente peligrosa y violenta. Si bien eso no quiere decir que no sea importante luchar para orientarla de manera efectiva hacia objetivos sociales, su punto es que esto no viene de manera natural.
Desde una discusión teórica que lleva ya muchos años, se argumenta que la ciudad es la proyección física y social de la renta del suelo, lo que puede tener consecuencias negativas para la equidad social y territorial. Es así que el territorio en esencia es un espacio de poder, en donde se despliegan toda clase de estrategias de dominio estructurado que revelan las fracturas y las características de la condición humana. Es por ello por lo que aún con la intención de mejorar las ciudades y hacerlas más inclusivas nos enfrentamos a que dichas condiciones representan las variables fundamentales del ejercicio del poder.
Las ciudades han estado ligadas al desarrollo económico, a las modalidades de producción y a las características del mercado. Es por ello por lo que a lo largo de las últimas décadas se han propuesto megaproyectos, infraestructuras a gran escala y ciudades especializadas en servicios, las cuales atraen inversiones multinacionales y a los grandes capitales. Como contraparte, urbanistas como Bernardo Secchi proponen intervenciones no tan puntuales sino difusas, es decir, maneras de cambiar la ciudad desde la pequeña escala, contribuyendo con ello a hacerlas más porosas, permeables y accesibles para todas las personas.
Por otra parte, los planes y proyectos terminados que no permiten su progresiva adaptación o crecimiento orgánico dejan fuera una de las características principales de los procesos urbanos, que es la improvisación. Es decir, que en la ciudad rara llegan a considerarse terminadas o concluidas, especialmente en lugares como América Latina en donde no existen planes que consideren los asentamientos irregulares o la expansión permanente de sus periferias. Estos circuitos secundarios viven hasta cierto punto al margen de la economía formal, pero se integran de varias formas dentro de la estructura general de la ciudad.
Por ello la organización urbana se convierte en un elemento clave para la valorización del territorio y en un problema político al llevar implícito la diferenciación social del espacio, por lo que sus dinámicas y transformaciones son permanentes. Entre las discusiones al respecto, una parte argumenta que “el territorio no es un mero reflejo de la sociedad y menos aún, esta es un mero reflejo de la economía” (Secchi), a lo que otro urbanista Franceso Indovina, argumenta que, si bien la economía refleja la ciudad, muestra lo esencial, que sería la distribución diferenciada e inequitativa de la riqueza.
Por consiguiente, las utopías urbanas pueden guiar el camino de un objetivo de mayor equidad, accesibilidad y justicia social pero tendrán que superar la barrera de la ideología, para no quedar como simples eslogans como los de “la ciudad para todos”, “todos propietarios”, “anfitrión del mundo”, etc. La ciudad no cambia sólo con buenas intenciones sino que es necesario poner en marcha “dispositivos”, es decir, normas, reglas, acuerdos y consensos entre los distintos actores sociales para lograr un objetivo común.
Crear ciudades justas y equitativas, como las que Tomás Moro soñó en su «Utopía», sigue representando un desafío inmenso debido a los múltiples obstáculos ideológicos, económicos y sociales que enfrenta. La realidad urbana constantemente nos muestra que la ciudad no solo refleja las intenciones, sino que también es un escenario de luchas de poder, inequidades y contradicciones humanas. A pesar de esto, resulta fundamental continuar buscando alternativas que, aunque no alcancen a materializar la utopía en su totalidad, sí puedan acercarse a modelos más inclusivos, accesibles y democráticos. Para lograrlo, es necesario reconocer y manejar las complejidades de la urbanización contemporánea, empleando enfoques innovadores y adaptativos que permitan que las ciudades evolucionen de manera orgánica y equitativa.
Utopía de Tomás Moro / imagen cortesía del autor