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Espacios de contemplación

 

Las celebraciones litúrgicas transforman el espacio urbano y éste adquiere un significado particular a partir de las festividades religiosas, convirtiéndose en el escenario de representaciones culturales y simbólicas. Es entonces cuando el patrimonio arquitectónico adquiere un protagonismo especial, particularmente durante las procesiones, que es donde se fortalece la identidad comunitaria.

Idealmente, los espacios tendrían la facultad de transmitir una mística que invitara a la reflexión y a la introspección, contrastando con el ritmo acelerado de la vida cotidiana. Sin embargo, para transmitir el carácter de estos lugares, los simbolismos y sus atmósferas, primero es necesario comprender el ejercicio que implica retornar al silencio e introducir la meditación en la vida cotidiana.

Es por ello que vale la pena revalorar la visión del arquitecto mexicano Luis Barragán, ilustre ganador del premio Pritzker en 1980, cuyos proyectos invitan a la contemplación profunda y a recuperar nuestra condición humana. Al recibir dicho premio –equiparado al Nobel en arquitectura– mencionó sobre la serenidad:

“Es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor; hoy, más que nunca, la habitación del hombre debe propiciarla. En mis proyectos y en mis obras no otro ha sido mi constante afán, pero hay que cuidar que no la ahuyente una indiscriminada paleta de colores. Es al arquitecto a quien le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad.”

A lo largo de su vida, Barragán hizo una llamado a la introspección a través de sus proyectos, buscando recrear una comunión íntima con la soledad, que permita reencontrarnos con nosotros mismos y con el entorno que nos rodea. Invocando la “lógica irracional del mito” que proclamara su amigo Edmundo O’Gorman, comentaba en su discurso de recepción, que tanto el arte como la construcción de las pirámides de Egipto, las catedrales góticas o los templos griegos, no serían comprensibles sin la espiritualidad religiosa y el trasfondo mítico detrás de estos.

Creador de jardines insólitos, pudo domesticar la roca volcánica del Pedregal de San Ángel: “Paseando entre las grietas de lava, protegido por la sombra de imponentes murallas de roca viva, repentinamente descubrí, para mi sorpresa, pequeños secretos valles verdes rodeados y limitados por las más caprichosas, hermosas y fantásticas formaciones de piedra que había esculpido en la roca derretida el soplo de vendavales prehistóricos.”

Barragán tuvo de compañera a la soledad, en tanto que vio a la serenidad como el antídoto contra la angustia y el miedo, buscando en su arquitectura los elementos para recuperarla, concibiendo para ello verdaderos refugios espirituales, en donde logra establecer un diálogo íntimo entre el espacio y sus habitantes.

“Católico que soy, he visitado con reverencia y con frecuencia los monumentales conventos que heredamos de la cultura y religiosidad de nuestros abuelos, los hombres de la colonia, y nunca ha dejado de conmoverme el sentimiento de bienestar y paz que se apodera de mi espíritu al recorrer aquellos hoy deshabitados claustros, celdas y solitarios patios. Cómo quisiera que se reconociera en algunas de mis obras la huella de esas experiencias, como traté de hacerlo en la Capilla de las monjas capuchinas sacramentarias en Tlalpan, Ciudad de México.”

La visión espacial resulta fundamental para comprender dimensiones profundas del ser humano, especialmente en contextos donde el silencio y la contemplación revelan sentidos que trascienden lo visible. Es así como la liturgia del Viernes Santo representa, más que ninguna otra celebración, ese retorno al silencio y la introspección profunda que Luis Barragán tanto valoraba en sus espacios arquitectónicos. En la quietud solemne de la procesión, los muros, calles y plazas adquieren un sentido renovado, recordándonos que la arquitectura, al igual que la liturgia, nos llama a detenernos, contemplar y reencontrarnos con la esencia más profunda de nuestra condición humana.

Capilla del convento de las Capuchinas Sacramentarias, Tlalpan

Alfonso Valenzuela Aguilera