Avanzar en la educación ambiental mexicana
(Tercera de tres partes)
Como indicábamos en las entregas anteriores, es muy importante que, tal y como refería el Dr. Germán Iván Martínez, la Nueva Escuela Mexicana (NEM) requiere de una Nueva Normal Mexicana, pues sin maestros correctamente formados difícilmente se podrá llevar a cabo la educación basada en proyectos que la NEM exige. Es por ello clave reflexionar sobre la formación de los maestros.
La formación de los formadores
Como bien sabemos, sólo se puede enseñar a investigar investigando, es por ello que la formación de los formadores sólo puede realizarse de manera no autoritaria y siguiendo lo enseñado por Freud —cuando indicaba que la educación era una “profesión imposible”, es decir, una que no puede ser realizada sin la actividad y colaboración comprometida del educando. La educación posible implica necesariamente un educando que sea agente activo de su propia formación. En tal modelo educativo, el didacta se convierte en un acompañante dispuesto que, sólo cuando el educando lo solicita, aporta sus conocimientos y experiencia del mundo. Tal experiencia deriva de la investigación que el propio docente realiza. El formador se forma siguiendo su propio deseo y haciéndose acompañar por aquél o aquellos que reconoce han avanzado en la dirección que él mismo busca.
En ese mismo sentido, Heidegger sostiene que el maestro, en tanto Dasein que “procura por” sus alumnos puede actuar o de manera dominadora (obligando a sus alumnos a hacer las cosas tal y como él lo hace, es decir, siguiendo el modelo de la educación autoritaria) o liberadora (posibilitándoles el encuentro de su propio sendero). Una ilustración de esa última posibilidad la encontramos en la respuesta que Heidegger dirige a Hannah Arendt ante su pregunta ¿qué quieres de mí?: Volo ut sis! (¡Quiero que seas ¡).[1]
El maestro es aquél que presenta a sus alumnos sus enigmas, esperando que algunos de ellos se incorporen a su investigación y, al hacerlo, se conviertan en sus discípulos. El docente, por ende, es alguien que, si bien sabe algo gracias a su dedicación y experiencia, no lo sabe todo y, en consecuencia, es habitado por enigmas, los cuales transmite a sus discípulos.[2]
El discípulo es aquél que asume como propio el enigma de su maestro, sumándose, de esa manera, a la tradición que él representa. Un discípulo, en conclusión, es aquél que se reconoce en el enigma de su maestro y, por ello, no sólo interroga sus fuentes, sino que puede realizar aportaciones valiosas.[3] Es gracias al encuentro del discípulo con su maestro que el primero puede encontrar el sentido de su existencia, es decir, a aquello que vale la pena encaminar sus investigaciones, dedicar su vida. De otra manera puede quedar perdido en las diferentes maneras de la evasión (abrumado por supercherías, drogas o videojuegos).
Los enormes retos que implica el cambio climático requieren contar con una población muy bien informada sobre las medidas que debemos tomar para mitigar los peores efectos que generará al Calentamiento Global Antropogénico. Nuestros campesinos deben formarse en agricultura regenerativa y dejar atrás las técnicas propias de la revolución verde, las cuales sólo inyectan petróleo (bajo la forma de fertilizantes y pesticidas inorgánicos) y rompen la delicada microestructura del suelo. Nuestros jóvenes requieren estar muy bien formados en las mejores maneras de mitigar el cambio climático.
Son esos ciudadanos los que votarán a los gobernantes… y si no están educados en lo que deberían exigir a sus gobernantes futuros difícilmente podrán elegir bien. El pueblo tiene el gobierno que se merece, es por ello por lo que es tan importante educarlo. Y tal y como indicó Verónica García de León,[4] a causa del desdén o la incompetencia de los funcionarios del ramo, el Sistema de Comercio de Emisiones ya operante en muchos países, en el nuestro sigue en fase piloto y sólo se aplica de manera voluntaria. Pero de ello trataremos en otra entrega.
[1] Xolocotzi, 2012: Capítulo 1.
[2] Y aquí me permito diferenciar al “discípulo” del “alumno”. En la Grecia antigua el receptor de la enseñanza no sólo era nominado con el vocablo mathetés (discípulo, alumno, seguidor de), vocablo proveniente del verbo manthano (aprender) sino del sinousiastés (compañero, amigo, discípulo) y del verbo sineimi (ser con, estar con, vivir con, estar unido a, ser del partido de, seguir a). Cfr. Pabon S. de Urbina, Diccionario Griego-español, 1978.
[3] Jacques Lacan nos recuerda en su seminario Le sinthome que el vocablo “hereje” proviene del griego hairesis, el cual remitía al acto de indagar sobre las fuentes. Dicho vocablo, además, le permitía establecer una homofonía con su paradigma Real Simbólico Imaginario (RSI: el cual se lee, en francés, “heresie”, herejía).
[4] Con un retraso de un año y medio el mercado de carbono obligatorio sigue sin llegar a México, El país, 29 de julio de 2024.