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De acuerdo a los Embera Katio, pueblo amerindio con un gran bagaje cultural, Karagabi -su principal héroe cultural, algo así como el Quetzalcóatl que conocemos- fue el creador del hombre y de todo cuanto existe, excepto del agua.

Sabiendo Karagabí la importancia que tenía el agua para su pueblo, le pidió a su padre que le enseñara a conseguir el agua y recibió de éste una varita que al golpearla contra dos piedras dio origen a un delgado hilo de agua dulce y pura.

Su padre advirtió a Keragabí que no la derrochara pues el agua era escasa y debía alcanzar para todos. Entonces Karagabí le ordenó a su pueblo que todos los días fueran a recoger el agua, desde temprano y sin derramarla pues era un bien precioso y que él se encargaría de repartirla de manera justa entre todos. Y así fue. Los Embera iban y hacían cola con sus recipientes y Karagabí las llenaba. Siguieron así por mucho tiempo pues Karagabí no podía darles más de lo que brotaba de entre las dos piedras.

El mito de la creación del agua de los Emebra Katio concluye con la enseñanza de que el agua dulce debe ser respetada, que es de todos y es responsabilidad de todos cuidarla. Y claro, al final, los Embera Katio consiguen un poco más de agua gracias a una laguna mágica, pero ese es otro tema.

Hace algún tiempo, lsmail Serageldin, el director fundador de la Biblioteca Alejandrina, declaró, cuando era un alto funcionario del Banco Mundial, que “la próxima Guerra Mundial será por el agua”.

El primer conflicto por el agua que se tiene registrado en la historia data de hace 4 mil 500 años entre dos estados sumerios, y desde entonces no ha dejado de preocupar a todos los pueblos. De los años previos a la Revolución Industrial hasta finales del S. XX, se firmaron más de 400 acuerdos que consideran al agua un recurso precioso, caro, limitado y finito. Después de la Segunda Guerra Mundial, entre los años de 1948 al 2002 se registraron en el mundo mil 831 conflictos internacionales por el agua.

Pero la historia también nos enseña que la humanidad siempre aprende a la mala y quizá necesitemos una verdadera crisis para empezar a cuidarla, para evitar su contaminación y el desperdicio, para que todos, incluyendo las próximas generaciones, podamos disfrutar de ella como nos fue dada: suficiente y limpia.

No está de más recordar que sin agua no hay vida y que, como nos enseñan los Embera Katio, es de todos la responsabilidad de cuidar los bienes de los que gozamos.

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