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Este fin de semana se cumplen tres fechas icónicas. Las dos primeras significan el cumplimiento de los cien primeros días de la asunción al poder estatal de la Gobernadora Margarita González Saravia; y un día después los de Claudia Sheibaum Pardo de su ceremonia de Toma de Protesta como la Presidenta, con A de los Estados Unidos Mexicanos, celebrada en octubre primero frente al Congreso de la Unión recibiendo de Doña Ifigenia Martínez (+) la banda presidencial. La tercera fecha corresponde al natalicio de la mejor maestra del mundo hace cien años.

En cien días es imposible presentar cifras, balances y avances. Es una fecha simbólica por demás que acaso muestra el apoyo o simpatía por lo dicho en el discurso inaugural sea de la Presidencia de la República o de la Gobernadora de Morelos. “Llegaron todas» se afirma hoy. Doscientos cuatro años hasta que hubo ¡Presidenta, Presidenta!; y 155 años se tardó Morelos en elegir Gobernadora con A.

Las encuestas y las opiniones editoriales de estos días, cifras más cifras menos, es que la aceptación de sus dichos y sus hechos en sólo cien días ha ido en aumento y confirman que lo sentenciado por las urnas electorales se está ratificando. Las cifras andan en un 75% promedio de alta aceptación. Los colores de los partidos, a pesar de muchos entusiastas matraqueros, deben quedar atrás para evaluar una buena obra de gobierno. Nadie quiere que le vaya mal al país y menos a sus gobernantes mujeres que debieron luchar el doble por su aceptación como máximas responsables de algo: las alcaldías, la diputación o senaduría, las gubernaturas o la máxima responsabilidad ejecutiva de la nación. Lucharon contra rivales internos y de otros partidos pero también lucharon contra leyes electorales; la misoginia; machotes políticos, e incluso contra su mismo género instaladas muchas de sus contendientes en la complacencia convencional. La aceptación ha ido en aumento según las publicaciones de esta semana tanto en Cuernavaca como en la capital de la República.

Llegaron nuevos vientos. Vientos de cambio por una mejor administración y ejercicio de las políticas públicas en una ola mundial que hacen ver como prehistoria a las Indiras Gandhi y las Goldas Meir, pioneras de la responsabilidad femenina superior con el perdón de Cleopatra, Margaret Thatcher e Isabel “La Católica”, que aquí hasta céntrica calle tiene.

Querer celebrar alguna acción de gobierno federal y estatal en tan sólo cien días es además de una necedad, un despropósito. Las tareas sexenales son de largo aliento y un paso a la vez puede ser la llave mágica para superar carencias y diseñar políticas públicas ajenas a la demagogia y la corrupción. Ambas cosas no son exclusivas de adversarios, son defectos de la condición humana que deben superarse. Está más que probado que las mujeres con responsabilidades caseras, familiares o institucionales en promedio tienen un mejor comportamiento que el otro género sólo por considerar estadísticas de contraste.

Las claves del probable éxito

Aquí va la clave del probable éxito en las administraciones que han iniciado hace escasos 100 días: nuestras gobernantes deben ser madres y maestras a la vez. Así como se le cargaban responsabilidades finales a Papá Gobierno, se le deben ahora cargar a Mamá Gobierno. Los cínicos de esa expresión aceptaban que los problemas los resolviera sólo nuestro Papá Gobierno. Así se decía chacoteando y en serio. Y si le agregamos que “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” o que “un político pobre es un pobre político”, tenemos un sabroso cóctel, receta de la cultura política mexicana más primitiva.

Hoy por hoy esa responsabilidad asignada por los electores está diciendo, al elegir a una “Presidenta con A “y a una “Gobernadora con Mayúsculas” entre muchos machos, que las tareas de gobierno las lleven a cabo mejor mujeres. Esto si bien es parte de una corriente mundial de género que cada día toman más responsabilidades de gobierno, ya rebasan los dedos de las manos las mandatarias mujeres que han aceptado ser cabeza de león, de leona mejor dicho. Con ello se adquiere una carga emocional también enorme de no fallar como ocurre con la gran mayoría de madres que saben llevar -como se pueda- las mejores decisiones de casa para los hijos. Aún con excepciones justificables, las decisiones maternales gozan de una alta consideración en la sociedad mexicana.

La mayoría de nosotros hemos confiado los destinos a la madre, a la abuela, a la tía, consejeras todas ellas que saben que les orienta a esas mujeres el bienestar de la familia por encima de todos. En política las cosas deberían operar igual: tenerle confianza a quien nos gobierna si se le mira como la matriarca que aún con dureza tomará las mejores decisiones para todos, incluidos también los aparentes opositores, y por supuesto los verdaderos oponentes, a quienes debe convencer con su actuación de la Mamá Gobierno. Por cierto una de las más sólidas características de una madre es la de saber escuchar. Pide consejo y no arriesga decisiones sólo por latido o corazonada. Sabe hacer participar a quienes comparten su responsabilidad de bienestar general.

Las nuevas gobernadoras y la propia Presidenta Sheibaum, al cumplir estos simbólicos cien días de ser lo que ahora son deberán suponerse además de técnicas, especialistas en algo, políticas en todo, deberán sentirse madres de millones que gobiernan pues sólo así sabrán del valor de sus planes y decisiones. Si la obra de gobierno no está alimentada por ese sentimiento – suene cursi o no, eso no importa- está condenada a repetir lo que hacía Papá Gobierno, que a cada fracaso agregaba disculpas y demagogia al fin que a cada sexenio vendría otro ( ojo, no otra ) a ejercer el estilo personal de gobernar, citando a Don Daniel Cosío Villegas.

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Medir avances y obra pública a menos del cinco por ciento del total del periodo de gobierno para el que fueron electas como dije es un despropósito sin embargo si ya conocen las principales responsabilidades a cumplir una vez sentadas en los sillones del poder por cien días, otra tarea además de ser buenas madres tendrá que reconocer que deben ser también, buenas maestras.

Los políticos suponen que lo saben todo. Que no desconocen de ningún tema. Con frecuencia salen a hacer declaraciones sobre temas que a todas luces ignoran y que provocan en la prensa seria y el público en general lo que se conoce como pena ajena. Los gobernados saben muy bien cuando un político les da atole con el dedo. Cada vez más lo confrontan, lo que obliga a quienes nos gobiernan a convencernos antes que aprobemos -aunque no sea relevante nuestra opinión ciudadana- una obra o acción de gobierno. Los políticos, y las mujeres en la política deberían honrar también su trabajo si nos enseñan. Si nos muestran en qué consisten sus proyectos o por qué toman ciertas decisiones. Deben erigirse en calidad de maestras y maestros de aula que comprenden que para poder avanzar en el conocimiento y el convencimiento de sus electores deben educarlos, enseñarles cómo y porqué son las cosas. Eso garantizará el apoyo popular conseguido genuinamente.

Si las nuevas gobernantes se consideran madres y maestras, la población estará convencida y agradecida por una obra de gobierno medible en metros cúbicos de concreto, en grandes volúmenes de medicamentos, en cientos de quirófanos y miles de aulas. La seguridad será un derecho y no una ilusión. Los gobernados y gobernadas verán en sus autoridades a gente buena buscando su bienestar fuera de discusiones bizantinas y demagógicas que sólo retrasan las posibilidades de avanzar en el combate a la pobreza, a las adicciones o a la mala educación. Dedicarle tiempo a la enseñanza y la comunicación con la población está directamente relacionado con el éxito y la aprobación. Es vital considerar a la población y no endilgarle – por ejemplo solamente- nuevos nombres ridículos a las calles de tres colonias sin la menor explicación. No se diga consideración a sus habitantes. Ya de perdis les hubieran puesto Morelos, Hidalgo y Zapata como todos los pueblos de México, o “Carlos Santana” como en Tijuana recientemente, digo yo.

Cuando la población regrese a las urnas a mitad del camino reconocerá en las mujeres gobernantes a una madre que vela por ellos, y a una maestra de primaria que les trata con respeto y cariño al explicarles por qué ocurren las cosas. Estas tareas han sido olvidadas creyendo que el verbo y lo oscurito son mejores formas de gobierno que el genuino amor por la patria y sus paisanos, los de aquí y los de allá aunque le duela al futuro Trump que según se ve ya lo perdimos.

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La tercera fecha que este viernes 10 de enero se cumple son los cien años exactos del natalicio de la mejor maestra del mundo: la niña María del Rosario Domínguez Rosas vino al mundo un día como hoy en Coscomatepec, Veracruz. Fue la treceava y última hija del matrimonio de Natalia y Modesto. Decidió ser maestra desde muy jovencita y lo cumplió hasta su jubilación con todo el reconocimiento de sus colegas normalistas, pero sobre todo de sus humildes alumnas de la escuela pública Estado de Yucatán por los rumbos de Peralvillo, Nonoalco y Tepito en la CDMX. Su máxima obra sólo terminó con su partida : fue hija, hermana, esposa, madre, tía y abuela de excelencia. Nunca le levantó la voz a nadie. Nunca ofendió a ninguno y tuvo la virtud de enseñar a sus hijas, a sus hijos y a sus alumnas con respeto y cariño el valor de la familia y de la patria. Aún recuerdo cuando me llevabas a tu trabajo y compartía el modesto desayuno escolar que se les daba a tus alumnas de pobre condición. Gracias, mamá.

*Director General de Factor D Consultores

La Presidenta Sheinbaum hace más o menos 100 días. Foto: Cortesía

100 días de la toma de protesta de la gobernadora González Saravia. Foto: Cortesía

Foto en blanco y negro de una mujer sonriendo

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100 años del natalicio de María del Rosario Domínguez. Foto Cortesía del autor

Fernando González Domínguez