
Baruch Spinoza fue un filósofo neerlandés, judío sefardí dedicado también al comercio. Sus ideas en torno a Dios fueron radicales para su tiempo, al punto en que le valieron la expulsión iracunda, sobredimensionada y repleta de maldiciones de la comunidad judía. Los líderes del Talmud Torá señalaron que, por decreto de los ángeles, Spinoza sería excomulgado, pero, además, ensombrecido por el resto de sus días: “Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acueste y maldito sea cuando se levante. Maldito sea cuando salga y maldito sea cuando entre”.
De acuerdo con investigadores de la revista Humanities no se han hallado hasta la fecha motivos de suficiente peso como para que su comunidad le lanzara tan fuertes maldiciones. Pero si buscamos en sus propuestas filosóficas quizás encontremos los indicios.

Hay que recordar que, hasta entonces, la idea de Dios de la comunidad judía era una que lo adoraba como un ser trascendente, es decir, fuera del conocimiento y alcance de los simples mortales. Un Dios que dictaba la dirección de lo que era bueno y malo, así también un ser que podía dar órdenes, pero también esperanza o castigo eterno, entre muchas otras características atribuidas desde la religión abrahámica.
Y, a pesar de que las ideas de Spinoza tienen una rigurosa argumentación y grado de complejidad, podemos entender que su concepción de Dios era una que no tenía nada que ver con la voluntad a modo de los hombres; es más, su idea de Dios es equiparada a la idea de naturaleza. Sus procesos no tienen un objetivo o finalidad, no tiene una decisión con criterios morales y más bien está implicado en todas las cosas, en todo lo que existe. De esta manera, Spinoza estaba restando autoridad a su congregación sobre una especie de monopolio sobre el entendimiento divino.
Estas ideas, desarrolladas mayormente en la Ética y en el sobajado Tratado teológico-político refieren que no hay un Dios fuera del mundo, sino que todo lo que existe es una expresión de Él. Esto quiere decir que Dios no crea el mundo como algo separado, sino que el mundo es Dios mismo manifestándose. También que los actos ligados a nuestra consciencia son precisamente manifestaciones de Dios conociéndose a sí mismo. Entonces, todo lo que existe (pensamientos, cuerpos, leyes físicas, emociones, etc.) son modos o expresiones de la única sustancia que es Dios. No hay nada fuera o más allá de Él.
Todo lo anterior, más otras ideas del mismo corte, hizo que el grupo religioso al que él pertenecía sintiera una especie de pelea por quitarle el rango de superioridad, aparte de blasfemar; y ello es lo que puede explicar semejante cantidad de maldiciones para Spinoza con todo y expulsión.

Sin embargo, detrás de este costo, esta manera de concebir a lo divino tuvo un fuerte eco hasta nuestros tiempos, pues decir que Dios o la divinidad está en todas las cosas no es solo arrebatarle a una religión el monopolio de lo divino, sino surcar el camino hacia la unidad de todo lo que existe, entender que, bajo esta unidad, lo que hay son afectos; digamos de una manera sencilla, causas y consecuencias, incluido lo que corresponde a nuestro entendimiento y manera de actuar. Lo gratamente sorprendente es que estas ideas de unidad y lo divino ya existían entre nuestros pueblos antiguos. Quizás este sea buen momento de repensar ese paradigma: si todos/as somos uno, el odio y la barbarie no tendrían ningún motivo de existir.
*Red Mexicana de Mujeres Filósofas/UAM-I
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