No deja de escucharse por todas partes que viajar es conveniente, los medios de comunicación están llenos de voces que enumeran las virtudes del turismo, hecho que no puede negarse desde una perspectiva de meramente económica. Por si fuera poco, los gurús del medio pseudo intelectual apuntan que viajar es parte de un proceso de crecimiento que tiene como brumoso destino una especie de sabiduría que, hasta el día de hoy, no se ha comprobado. Por mi parte, considero que en nuestro tiempo viajar está sobrevalorado, vamos, se confunde la plenitud del viaje con la superficialidad del turismo de masas. Lo que pasa es que viajar y turistear no son la misma cosa. El horizonte cultural que se alude cuando se concede que viajar ilustra es otro muy distinto del nuestro.
Si repasamos la historia hay viajeros muy distinguidos, personajes que, efectivamente, obtuvieron un crecimiento en sus viajes. De acuerdo con la tradición, Platón se habría educado en las lejanas tierras del Egipto, siguiendo los pasos de otros filósofos que encontraron en la lejana tierra de los faraones; son lugar a dudas, la imagen de Aristóteles viajando en la comitiva de Alejandro Magno es fundamental en este sentido. En Grecia fueron muchos los poreuontes que circularon por el mediterráneo antes de Cristo y muchos otros lo hicieron en su nombre en el mundo antiguo, como Pablo de Tarso. Para la época del Imperio romano el homo viator era una realidad, debido a las condiciones de su vasta geografía política.
Tiempo después, en el Renacimiento tardío, en el que vivió el filósofo inglés Thomas Hobbes, se acostumbraba que la nobleza realizara un viaje de aprendizaje por la Europa continental, Hobbes en su grand tour permaneció cuatro años fuera de casa, conociendo Italia, Francia, Alemania y otros países, además de aprender y perfeccionar la lengua de estos países, vivió y experimentó las costumbres de los lugares que visitaba. Por su parte, Jean Jacques Rousseau recorrió la Europa central, llegando a ser un profundo conocedor de la geografía europea, en sus Confesiones nos comenta el profundo amor que sentía por emprender el viaje, de esta manera no resulta raro que su nombre esté asociado con el agogein de la enseñanza.
Dentro del universo francés hay grandes nombres dentro de los viajeros de la historia; sin embargo, recordaré solo tres por la relevancia de sus obras y por el vínculo de sus viajes y el conocimiento. El primero de ellos es Jean-François Champollion, quien desde niño anheló el viaje a Egipto, para que lograra comprobar su método de lectura de los jeroglíficos egipcios, en su caso particular el viaje que lo consagró también le quitó la vida. Más tarde, podemos recordar a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la pareja de filósofos que caminó su país natal, disfrutando de cañadas, barrancas, ríos, senderos y lagunas, de lo que dan cuenta Beauvoir en sus novelas.
Sin embargo, durante estos viajes, hombres y mujeres se transformaban, el bagaje cultural, después de días, meses, años de camino era diferente, no se trataba de ver representaciones de una cultura, sino de la inmersión total en el medio, como un auténtico ejercicio etnográfico, en el extremo, bajo esta tónica, la filosofía ha afirmado que la vida misma es un gran viaje, considero que este es el sentido descrito por las palabras del libro Eclesiástes “El que mucho viaja, mucho sabe, y el que tiene mucha experiencia discurre sabiamente. El que no ha pasado pruebas, sabe poco; pero el que ha viajado, se hace muy listo.” (34, 9-10).
Sin embargo, el talante de otros sabios también estuvo marcado por el arraigo y la ausencia de viajes, pensemos en Emmanuel Kant y su eterna estadía en Könisgberg o, más cercano a nosotros, en Gilles Deleuze y su negativa a alejarse de su casa en Paris. Lo que nos recuerda el precepto chino que subraya que el viaje más arduo es el que se orienta al conocimiento interior.
Desde luego, la realidad de los viajes actuales es algo totalmente distinto, pues el turismo es una práctica derivada de los parámetros productivos, anclada en la dinámica laboral, incluso, se puede entender como una extensión de los centros de trabajo cuya promesa es la diversión y el entretenimiento. De tal forma, la realidad del turismo de nuestros días está dominada por el consumismo que concede pequeñas temporadas vacacionales, en las que, desde luego, es imposible conocer a fondo una cultura. La dinámica del turista lo hace conocer lugares artificiales creados como representación o plataforma de ciertos atractivos, donde prima la comodidad, la falsa disponibilidad de recursos; de tal modo, la gran experiencia prometida a los “clientes” es proporcional a las dimensiones del gasto que pueda realizarse, ante esto mi pregunta, ¿dónde está el conocimiento, la sabiduría y la cultura? El turismo, tal y como se lo conoce actualmente, es un fenómeno que promueve el consumo, haciendo presa de los trabajadores, incluso, durante su muy merecido descanso.
*Nahuatlato, Profesor de Tiempo Completo en el Colegio de Morelos.