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Hacia finales del otoño de 1859 en Londres, Inglaterra, en el mismo año de la inauguración del Big Ben, se publicaba un libro que cambiaría por siempre la concepción de la vida en la Tierra y la posición del hombre en el mundo natural. Jamás un libro ha causado cambios tan profundos en el pensamiento científico y filosófico del mundo moderno como El Origen de las Especies, una obra científica escrita por Charles Darwin (1809-1882). El libro es un largo argumento –como lo llama Ernst Mayr (1904-2005), destacado biólogo evolucionista– para sustentar la idea de la transformación gradual de las especies de animales y plantas en especies diferentes y adaptadas al medio en el que viven. Darwin dedujo que todas las especies que han habitado y hoy habitan el planeta, tienen un origen común en un pasado remoto. El mundo biológico no es estático como la torre del Big Ben, sino que cambia y evoluciona a lo largo de miles de millones de años.

Acucioso lector de la literatura científica de su tiempo, el libro Principios de Geología de Charles Lyell (1797-1875), influyó definitivamente en el pensamiento de Darwin. La distribución de los organismos fósiles en estratos geológicos distintos no solo señalaba la historia de la Tierra sino también las transiciones en las especies que la habitaron en el pasado. Gracias a la paleontología, sabemos que hubo distintas especies que habitaron la Tierra. Algunas se extinguieron, pero otras se diversificaron, adaptaron y dejaron la descendencia que hoy coexiste en la naturaleza. Los dinosaurios del Jurásico son una buena ilustración del proceso evolutivo, pues sus huellas y huesos han sido estudiados desde hace más de tres siglos. Sus descendientes modernos, las aves, hoy surcan el aire para envidia de algunos hombres.

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El agudo poder de observación de Darwin, le ayudó a recopilar y comprender un numeroso conjunto de datos de los habitantes del mundo natural y de las plantas y animales domesticados por el hombre, que se describen a lo largo de su libro. Muchas de estas observaciones procedían de su viaje de circunnavegación del mundo en el HMS Beagle (1831-1836). Aunque el propósito del viaje era realizar una cartografía precisa para las rutas comerciales británicas, hoy justamente es más conocido por la aportación científica hecha por Darwin.

Un lugar emblemático del curso del HMS Beagle, fueron las Islas Galápagos en el Océano Pacífico a 900 km de Ecuador. Allí Darwin descubrió que cada isla estaba habitada por especies propias, es decir endémicas. Entre ellas, distintas especies de pinzones. Aunque esta observación no está consignada en su libro, es una de las más populares para explicar varios aspectos de la evolución, como el efecto del aislamiento geográfico y la migración. En cada isla, la población de pinzones tenía picos especiales, ya sea curvos, gruesos o delgados, grandes y pequeños, de acuerdo con el tipo de alimentación que tenían disponible, fueran cactus, semillas o insectos. Los pinzones, aunque semejantes, son especies diferentes, especializadas y adaptadas a su hábitat.

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Exhaustivo en observaciones e ideas, El Origen de las Especies ha generado grandes controversias. Pero sin duda, la selección natural es el concepto peor entendido, abstracto y polémico del libro. La sola variación entre los individuos y las especies es insuficiente para explicar la evolución y aparición de nuevas especies. El economista Thomas Malthus (1776-1834), en su Ensayo Sobre el Principio de Población, argumentaba que las poblaciones tendían a multiplicarse más que los recursos necesarios para alimentarlas. Si esto es así, pensó a su vez Darwin, en la naturaleza se produciría una lucha por la existencia entre los individuos de la especie, de la cual sobrevivirían los más adaptados. No precisamente el más adaptado es el más fuerte, como se señala comúnmente, sino aquel que debido a variaciones en su anatomía, fisiología, capacidad de explotar la diversidad de los recursos alimenticios, competir eficientemente, o simplemente con el poder de evadir a sus depredadores, le permitirían sobrevivir, y reproducirse más que otros. Esto es la selección natural, la continuidad de las especies y su reemplazo por otras con mayor adaptación a su entorno. Para algunos, como Alfred Russel Wallace (1823-1913), el concepto de selección natural sugería una dirección biológica en el sentido de una fuerza desconocida que “escoge” algo. Esta suposición es errónea, pues la selección natural tiene un componente de azar y de necesidad simultáneamente sin implicar ningún determinismo.

La reciente pandemia del COVID-19, es un ejemplo espléndido de la selección natural. Variantes del virus con nuevas propiedades de dispersión, multiplicación y de infección, han surgido bajo la presión de la selección impuesta por la prevención, vacunación y tratamientos que eliminaron a las menos adaptadas. No obstante, la evolución es un proceso de largo plazo, pero cuyo efecto podemos apreciarlo en la magnitud de los fenómenos infecciosos a los que estamos expuestos, y en la inmensa biodiversidad de especies que nos rodean.

vgonzal@live.com

Víctor Manuel González