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A la muerte del papa Francisco se ha reconocido la profunda misión pastoral de un hombre que fue sensible y congruente con su teología de la liberación de los más necesitados. Parece un destino cruel que un hombre no pueda ver cristalizado un legado generoso para la transformación profunda de la Iglesia.

El conclave, es un enigmático proceso para elegir un nuevo Papa, es mucho más que un ritual religioso, todo parece indicar, que habrá intensas negociaciones y alianzas entre los cardenales. Al igual que en las elecciones políticas para elegir gobernantes, siempre en lo obscurito aparece una mano invisible que resulta ser el gran elector. Detrás de los muros de la Capilla Sixtina, las influencias políticas, doctrinales y geográficas se entrelazan en una red de poder invisible. Cada voto no solo refleja la espiritualidad sino también estrategias para definir el futuro de la Iglesia. Aquí, lo sagrado y lo terrenal chocan en silencio.

Los grupos de poder dentro del Vaticano, desde conservadores hasta reformistas, buscaran imponer su visión a través de candidatos afines. Las potencias globales, como Estados Unidos y Europa, No en balde Donald Trump asistirá a las exequias del Papa Francisco, también ejercen presión indirecta, como la nueva reconfiguración geopolítica del mundo y la moral sexual. Los cardenales de África y América Latina, con creciente influencia, exigirán mantener o acrecentar su representación. El resultado del conclave puede alterar el equilibrio de fuerzas en la Iglesia y en el mundo.

Finalmente, el nuevo Papa heredará no solo un legado espiritual, sino también una compleja maquinaria de influencias que moldearan su pontificado. Su capacidad para navegar entre estas fuerzas definirá si logra unificar a la Iglesia o profundiza sus divisiones. El poder siempre ha sido así y capaz de volver a crucificar a Jesús de Nazaret .

Antonio Ponciano Díaz