

“Le tienen mucho amor a la tierra.
Todavía no lo creen cuando se les dice esta tierra es tuya.
Creen que es un sueño.
Pero luego ellos también dicen voy a pedir mi tierra y voy a sembrar, sobre todo.
Ese es el amor que le tiene el pueblo a la tierra”.

Estas palabras pronunciadas por Emiliano Zapata en la reunión que tuvo con Francisco Villa el 4 de diciembre de 1914 en Xochimilco, en la Ciudad de México, reflejan con claridad la esencia del zapatismo, que ha sido la revolución campesina más profunda y radical en la historia de nuestro país.
La historia de Emiliano Zapata es la historia de su pueblo, Anenecuilco, y es también la historia de los pueblos indígenas y campesinos por defender desde el siglo 16 sus tierras, sus bosques, sus aguas.
Desde que fue elegido el 12 de septiembre de 1909 por los ancianos de Anenecuilco como presidente de consejo de ese pueblo para recuperar las tierras que les pertenecían, Zapata asumió la responsabilidad de defender, incluso con su vida, ese patrimonio colectivo de su pueblo.
La rebeldía, la firmeza y la persistencia de Zapata durante la Revolución mexicana son la expresión di diáfana de la resistencia de las comunidades campesinas e indígenas de México por defender su patrimonio como pueblos originarios.

Por eso, las y los campesinos e indígenas mexicanos se han identificado con lo que representa Emiliano Zapata para las familias y comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes la lucha y la resistencia por defender sus recursos naturales, su comunidad, sus formas de organización e identidad colectiva.
Sin Emiliano Zapata y el zapatismo, la revolución mexicana hubiera sido muy diferente.
Habría sido una revolución política, una transformación democrática para que el pueblo eligiera libremente a sus representantes y tuviera un buen gobierno.
El zapatismo le dio contenido social a la revolución.

Cuando triunfó la revolución maderista y Madero desarmó al ejército revolucionario, convencido de que ya no lo necesitaba, puesto que Porfirio Díaz había sido derrocado y habría elecciones libres, Zapata exigió que antes de entregar las armas, los pueblos recuperaran las tierras que les pertenecían.
Eso le expresó a Madero personalmente en agosto de 1911.
No podía fallarle a su pueblo, no podía traicionar a las comunidades, comunidades que lo seguían y que confiaban en él.
Aunque Madero era un hombre de buena fe, no pudo cumplir sus promesas de resolver pronto el problema agrario.

Zapata, quien confiaba en él, lo sintió como una traición y le declaró la guerra.
Para justificar esa decisión, proclamó el Plan de Ayala, un documento sencillo que expresa con claridad cómo hacer una reforma agraria dentro de una revolución en ascenso.
Los pueblos debían recuperar inmediatamente sus tierras y defenderlas con las armas en la mano, sin trámites, sin burocracia, sin años de espera en oficinas y tribunales.
El gobierno debía legalizar esa recuperación.
El Plan de Ayala y las propuestas políticas del zapatismo no se limitaron al problema de la tierra.
Para Zapata, la revolución era un proceso integral, debía ser una transformación económica, social, política, cultural.
Eso hizo el zapatismo en la región en que tuvo Morelos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala, el estado de México, buena parte del Distrito Federal y parte de Veracruz y de Oaxaca.
El zapatismo llevó a cabo la más profunda reforma agraria de la revolución.
Los pueblos recuperaron su tierra y pudieron trabajar la individual, eligieron democráticamente a sus autoridades y llevaron a cabo entre 1913 y 1915, una experiencia de autogobierno y autogestión en las comunidades apoyadas por el Ejército Libertador zapatista, proceso denominado como la comuna de Morelos.
Además, los zapatistas, aliados con el villismo, tomaron conjuntamente la Ciudad de México el 6 de diciembre de 1914 e instalaron en el Palacio Nacional al Gobierno de la Soberana Convención, en lo que representa uno de los puntos más altos de la Revolución popular en toda la historia nacional.
Dentro de la convención, el zapatismo propuso un programa de gobierno popular.
La convención hizo suyo el Plan de Ayala.
Además, logró que el gobierno de la convención fuera un gobierno parlamentario.
En su programa de gobierno, las y los trabajadores tuvieron garantizadas sus principales demandas.
Los zapatistas incluyeron también la supresión del ejército permanente y su sustitución por el pueblo en armas y la desaparición del Senado por considerarlo una institución aristocrática.
Establecieron el divorcio como un instrumento que contribuiría a la emancipación de la mujer.
Promovieron además mecanismos inéditos de democracia participativa, como el plebiscito, para que el pueblo ratificara o reprobara las leyes, leyes que eran tan importantes, dijeron, que no podían dejarse solo en manos de los políticos y establecieron la revocación de mandato como un mecanismo para que la sociedad pudiera quitar en cualquier momento a los gobernantes que no cumplieran con su deber.
Finalmente, entendieron el sentir del pueblo, propusieron la creación de jurados populares designados por insaculación en los municipios, una ley para los funcionarios públicos que tenían que actuar con responsabilidad, honestidad y eficiencia.
Emiliano Zapata, el caudillo del sur, fue asesinado el 10 de abril de 1919 aquí justamente en la hacienda de Chinameca, víctima de un crimen de estado urdido desde las más altas esferas del poder durante el gobierno de Venustiano Carranza.
A 106 años de su muerte, Emiliano Zapata es el símbolo del agrarismo, de la lucha por la tierra, la justicia, la libertad y la dignidad.
Ha permanecido en la memoria de las organizaciones sociales que lo han tomado como ejemplo para nutrir sus luchas por mejorar sus condiciones de vida, por tener más libertades y derechos, por oponerse al autoritarismo y a la represión de los gobiernos con conservadores, de los caciques, de las empresas que les arrebatan sus tierras y destruyen la naturaleza.
Zapata representa la resistencia de las comunidades indígenas y afrodescendientes por defender su identidad, sus valores, sus tradiciones.
Representa la lucha contra el racismo, el clasismo y la discriminación.
Y representa también la identidad de la comunidad mexicana, de sus valores, su cultura, su lengua, su historia.
Zapata y el zapatismo dejaron una huella profunda en la historia nacional.
Sembraron una semilla de rebeldía que ha permanecido y que sigue viva.
Se han convertido en un símbolo que alienta la lucha popular de campesinos, indígenas, obreros, estudiantes y sectores populares, hombres y mujeres.
Para un gobierno como este, que busca llevar a cabo una gran transformación en favor de los más pobres, de los excluidos, de los siempre olvidados, Zapata es sin duda, una fuente de inspiración.
*Palabras en el CVI aniversario del asesinato de Emiliano Zapata Salazar en Chinameca
**Director general del Instituto de Estudios Históricos de las Revoluciones de México
