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“Los hombres, como los árboles, tienen sus raíces; son lazos que les unen a su pasado, a su raza, a su ambiente, a sus herencias”, afirmó el profesor Jesús Sotelo Inclán en su obra Raíz y razón de Zapata de 1944. Y continúa: “hay que bajar al pasado histórico de cada individuo para encontrar sus oscuros orígenes, sus elementos esenciales, todo aquello que puede estar representado y confundido en la tierra misma de que está hecho el hombre”.

Emiliano Zapata Salazar es, en sentido estricto, un individuo tan recordado como poco conocido. Las imágenes colectivas que de él se han construido son resultado, en la mayoría de los casos, de la ignorancia supina de su historia personal, de su ideario, de su lucha, de su contexto. Es apabullante el cúmulo de textos apologéticos del personaje y, aquellos que ofrecen una visión crítica, o descalifican o son descalificados sin argumentos sólidos.

Es posible afirmar que existe una veneración a Zapata que, como acto de fe, implica la creencia en lo intangible, en la leyenda, en el mito, en la mentira. Incluso, implica una liturgia calendárica de nacimiento y muerte, de ideas y documentos, de principios y traiciones. Y bien podemos intentar comprenderlo desde las extremas posiciones antitéticas del oaxaqueño José Vasconcelos Calderón y del potosino Antonio Díaz Soto y Gama.

Llegar a Zapata a través de su comunidad

En su libro, Sotelo Inclán, al intentar acercarse a la comprensión del anenecuilquense en su más íntima naturaleza, se planteó la disyuntiva entre su identificación como el “Atila del Sur”, por sus detractores, y el “Apóstol del Agrarismo”, por sus apologistas. Sin embargo, el autor optó por la vía de conocer el origen del personaje no desde el personaje mismo, sino desde su comunidad, y fue allí donde encontró las respuestas a sus preguntas.

Sotelo Inclán tuvo la sensibilidad y la inteligencia necesarias para descubrir a Emiliano a partir de sus raíces, a través de su gente, a la luz de sus ideales, descubrirlo en los pueblos morelenses que día a día continúan regando con sudor y arrancando con esfuerzo los frutos de la generosa tierra suriana. Por ello, para el educador e historiador, “Zapata es en verdad un árbol señero y alto en el bronco paisaje de la Revolución Mexicana”.

La cultural tendencia mexicana a menospreciar lo propio y venerar lo ajeno, derivó en que el libro de Sotelo no fuese valorado en su justa dimensión como la obra fundacional de la historiografía zapatista. En cambio, la publicación de Zapata and the Mexican Revolution ‒1969‒, de John Womack Jr., fue recibida en México, con una acrítica aclamación académica, como la más acabada interpretación del morelense y su Ejército Libertador del Sur.

Sin embargo, casi diez lustros después, en la edición en español ‒2017‒ del Fondo de Cultura Económica (FCE), Womack aclaró que la introducción de su libro ‒traducido también en 1969‒, no afirmaba lo que él quiso afirmar. Su expresión “country people who did not want to move”, fue traducida como “gente del campo que no quería cambiar”, cuando la traducción correcta debió ser “gente del campo que no quería irse de donde era”. Peccata minuta.

Este error de traducción es parte de los actos de fe que, desde cualquier parte, desde cualquier institución ‒académica o gubernamental‒, desde cualquier individuo, cotidianamente se realizan en torno a personajes y hechos desde la construcción de una historia impuesta desde los grupos de poder. Antonio Díaz Soto y Gama, ideólogo del zapatismo en su segunda etapa, describió ‒1901‒ a “masas imbéciles” sometidas a “tiranías insolentadas”.

La idealización de Zapata

Romantizar e idealizar a Emiliano Zapata Salazar y al movimiento por él encabezado ha sido la constante desde la crónica y desde la historia, desde las instituciones académicas y gubernamentales, desde las comunidades y desde los individuos. La falta de una reflexión crítica de la revolución suriana de inicios del siglo XX tergiversa la realidad de los hechos y los procesos, derivando en un permanente proceso de falseamiento histórico.

Así, para acercarse a la comprensión de un personaje considerado histórico, es inevitable bajarlo de su pétreo pedestal, quitarle su naturaleza broncínea y desposeerlo de sus dotes sobrenaturales. Y sólo entonces, en su justa dimensión humana, podremos conocer la esencia de aquellos hombres y mujeres que han trascendido la memoria colectiva e identificando que, la diferencia entre ellos y los otros, es que decidieron ser artífices de su propio destino.

“Zapata” y la mercadotecnia política y comercial

106 años después de su muerte, Emiliano continúa como símbolo para el usufructo de su imagen con fines, muchas veces, ajenos a la lucha del suriano. Candidaturas, cargos públicos, pensiones, créditos agrarios, libros, congresos, becas, son parte de la diversidad de beneficios que el hombre y su nombre representan. Incluso, hace seis años, un descendiente obtuvo el registro de la marca Zapata ante el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial (IMPI).

Zapata ha dejado de ser un sujeto histórico para convertirse en un objeto de usufructo o lucro políticos y económicos. Para los anarquistas ha sido negro; para los comunistas, rojo; para los priístas, verde; para los perredistas, amarillo; para los panistas, azul; o marrón para los morenistas. Incluso, hay un Zapata punk, de peinado con picos; o un Zapata neozapatista, vestido con pasamontañas. Hay un Zapata para cada gusto, gremio, interés u ocasión.

Incluso, recientemente, en una estridente cuan vulgar y malograda propuesta plástica, desde el a veces abusivo discurso de la diversidad sexual, se generó un inútil debate sobre los presuntos límites del uso de la imagen del personaje histórico, vinculado culturalmente a un justificado machismo nacional. Zapata, estilísticamente desmasculinizado, en una ecuestre desnudez, fue convertido en mero ariete discursivo con fines propagandísticos.

Igualmente, desde diferentes ámbitos se ha intentado presentar a Zapata como un campesino. Nada más alejado de la realidad. El ayalense fue un clasemediero rural, cultivaba sus propias tierras, comerciaba con rancheros y hacendados, montaba muy bien a caballo y toros, usaba traje charro, tomaba aguardiente y cognac, fumaba puro. Era, también, hombre de fe y de fiesta, venerando al Señor del Pueblo, en Cuautla, y al Padre Jesús, en Tlaltizapán.

También se ha mentido sobre su ideario. Nunca fueron lemas del Ejército Libertador del Sur “Tierra y libertad” ni “La tierra volverá a quien la trabaje con sus manos”. Ambas ideas fueron plasmadas, arbitrariamente, por Diego Rivera y Barrientos al diseñar el escudo del estado de Morelos en la década de 1920. “Justicia y ley” fue el lema real del Plan de Ayala ‒ 1911‒ para convertirse, paulatinamente, en “Reforma, libertad, justicia y ley”.

Redimensionando al héroe

Zapata, como símbolo de intransigencia, no ha sido dimensionado con justicia. Su liderazgo logró aglutinar los intereses, a veces legítimos y a veces no, de personajes que construyeron un complejo andamiaje ideológico a partir de manifiestos, proclamas y leyes, como ninguna otra de las expresiones revolucionarias. La paradoja de este marco legal y moral es que nunca tuvo aplicación plena, salvo en casos específicos y con una visión romántica.

Emiliano culminó su trayectoria revolucionaria de ocho años con su asesinato. Dos años antes, Zapata había permitido que su amigo, compadre y primer ideólogo del zapatismo, Otilio Edmundo Montaño Sánchez, fuese sometido a un juicio sumario, sin derecho a defensa, con testigos y pruebas falsos, y con la prisa de sus enemigos por humillarlo, condenarlo y fusilarlo en Tlaltizapán el 18 de mayo de 1917. Zapata lo traicionó.

Los muchos Zapata que conocemos son resultado de una patrimonialización, individual y colectiva, que busca satisfacer el vacío de un liderazgo heroico inexistente en la realidad cotidiana. “¡Zapata vive¡ ¡La lucha sigue!”, es un grito falto de sus simbolismos originales al que recurren voces y movimientos contemporáneos invocando, tal vez, a su espíritu enterrado bajo miles de discursos que diluyen la esencia de las comunidades surianas.

En el aniversario luctuoso de Emiliano Zapata Salazar, su ideario y del Ejército Libertador del Sur se diluye entre actos oficiales, encuentros académicos y publicaciones, entre medallas y premios. En tanto, la miseria prevalece en el campo mexicano, con la urbanización de las parcelas, el despojo del agua, la carencia de recursos financieros, la falta de tecnologías, el abuso de líderes gremiales, el menosprecio de las autoridades y la indiferencia de la sociedad.

El Mausoleo de Zapata

Monumento a Zapata. Muy pronto la figura importó más que el ideario

Cuartel de Zapata, en donde nunca se oyó el lema “Tierra y Libertad”

Tempo del Señor del Pueblo, en Cuautla.

Jesús Zavaleta Castro