

El pasado 10 de abril se cumplieron 106 años del asesinato a traición de Emiliano Zapata en la hacienda de Chinameca. Zapata, hombre surgido del seno del campo morelense, que en ese 1919 recién alcanzaría los 40 años de edad, y de los cuales los últimos ocho de su vida, estuvo al servicio de la primera revolución social y popular del siglo XX.
Pocos años después, el régimen que lo combatió y lo llevó a tan funesto final se apropió de su imagen y lo elevó a los altares de la Patria como uno de los mártires de la Revolución. Sin embargo, esta apropiación tuvo un objetivo claro desde un inicio, descafeinar la figura del líder suriano y de la centenaria lucha de los pueblos campesinos en contra del gran capital de la época, es decir la explotación por parte de las haciendas azucareras.

En estos 106 años tal parece que se han creado dos imágenes de Emiliano Zapata, una la que nos han presentado por décadas los libros de texto que limitaron las demandas surianas a la lucha por la tierra y libertad, creada por el régimen para legitimarse. Y la segunda, la que es preciso rescatar, esa que pervive en la memoria de las comunidades, aquellas que son conscientes de que la lucha no es sola por la tierra, sino que va más allá de eso, en ella encontramos la defensa de los montes y las aguas, esta última hoy día acaparada en buena medida por la industria inmobiliaria. Como puede leerse en el artículo 6° del Plan de Ayala:
…hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión y los usurpadores que se crean con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.
El asesinato de Emiliano Zapata significó la derrota en el plano militar del Ejército Libertador. La muerte del suriano significó en su momento el triunfo “de la civilización sobe la barbarie” que abanderó la intervención del gobierno carrancista en Morelos, concretado por Jesús Guajardo. No obstante, el carácter revolucionario de sus ideales pervivió y se encuentra latente en las luchas sociales de la actualidad. Allá donde los campesinos, no solo de México sino del mundo, luchan contra las condiciones que impone el mercado, la figura de Zapata está presente como el símbolo de los que resisten. Esa es la virtud que rodea al líder suriano, a pesar de los intentos por utilizar la imagen en contra de las causas sociales, su figura ha resistido esos embates.
Aunque por años se ha tratado a Emiliano Zapara y a los zapatistas como unos campesinos que no querían cambiar y por eso hicieron una revolución, debemos destacar que, de todas las facciones en pugna, el zapatismo fue el único movimiento con una propuesta programática sólida y radical durante el periodo más álgido de la revolución, entre 1914 y 1915. Dejando atrás aquello de quítate tú para ponerme yo, que encontramos en los planes de San Luis, Guadalupe y Agua Prieta. Los zapatistas conservaron una actitud congruente con el Plan de Ayala hasta las últimas consecuencias, más que la fidelidad al caudillo.

Como mencione más arriba, alrededor del cuerpo de Emiliano Zapata concurrió la exaltación o el denuesto, la alimentación del mito, la reivindicación de su lucha o el análisis histórico más bien formal, académico y científicamente cimentado que ha puesto en discusión los muy distintos elementos que integraron un movimiento mucho más complejo y amplio de lo que se aceptaba hasta hace algunas décadas.
Es innegable que el zapatismo ocupa un sitio preeminente en la historia de la Revolución Mexicana; se le ha identificado como el movimiento rebelde por antonomasia. De ahí que permanezca presente en la memoria de los pueblos que luchan contra las injusticias del sistema económico predominante. Por otra parte, aunque se intentó desde las estructuras gubernamentales, la figura de Emiliano Zapata de ningún modo lo han podido convertir en una moneda de cambio que para ser utilizada en contra de las causas populares.
Porque su lucha representaba algo más importante que ellos mismos. En palabras del propio Emiliano Zapata:
“En esta gran pugna de los muchos contra los pocos, de los hombres trabajadores contra los amos holgazanes es formidable el empuje de los oprimidos cuando se deciden a hacerse justicia. Hay que conquistar la tierra para todos…, arrancándola de las garras de los poderosos. Cuando esto se haya logrado, cuando el campesino pueda gritar: ‘Soy hombre libre, no tengo amos, no dependo de nadie más que de mi trabajo’ entonces diremos los revolucionarios que nuestra misión ha concluido; entonces podrá afirmarse que todos los mexicanos tienen Patria; entonces será grande el pueblo, poderosa y respetada la república. Emiliano Zapata, General en jefe, Tlaltizapán, 29 de mayo de 1916.

Al finalizar este muy breve análisis, cabe preguntarnos a 106 años de la artera traición de Chinameca, ¿Qué tanto del legado de Emiliano Zapata permanece entre nosotros? ¿Qué tanto ha sido olvidado? Y sobre todo cómo su lucha puede inspirar, politizar y hacer reflexionar a la sociedad mexicana de principios del siglo XXI. Preguntas fáciles, pero de muy compleja respuesta. Lo cierto es la revolución que encabezó siempre será uno de los ejemplos por excelencia de las luchas populares de la humanidad de ayer, hoy y del mañana en contra de los que ejercen violencia contra las mayorías.
* Historiador