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La indignación

César Arenas*

En la columna anterior definimos la felicidad como un acto de responsabilidad que se construye con nuestras decisiones y, añadiría ahora, también con nuestra fuerza de voluntad, en un proceso que involucra la conducta, los estados aflictivos, el amor y la sabiduría.

Pero ¿qué ocurre cuando lo que decidimos con nuestra fuerza de voluntad no se materializa tal y como lo proyectamos? Seguramente hemos sentido infelicidad y enojo cuando las cosas no ocurren como queremos; sobre todo cuando las circunstancias han sido ajenas a nuestra voluntad.

Hace unas semanas acudí al estadio para ver un partido de fútbol. En mi plan de preparación todo se cumplía, hasta que las autoridades nos obligaron a entrar a una zona especial arguyendo una supuesta razón de seguridad. Varias decenas de aficionados perdimos nuestros lugares y desde el pasillo difícilmente alcanzábamos a ver la cancha.

Aunque mi equipo ganó ese día, no pudimos disfrutarlo ni encontrar una solución con el personal de seguridad. El ejemplo parece una banalidad, pero quise compartirlo porque en nuestra vida cotidiana nos enfrentamos a muchos tipos de injusticias: en la calle, las vialidades, el transporte público, oficinas de servicios, en escuelas, bancos, hospitales, trabajo y en los hogares.

Por eso, cuando nos indignamos, lo que estamos expresando es una reacción contra las injusticias. Sin embargo, al combinarse con los estados emocionales como el enojo, la desesperación o la frustración, la reacción puede tener direcciones distintas; así como de inacción, cuando surge la indiferencia o el miedo paralizante.

Lo anterior supone un componente racional en la indignación, que parte de lo que entendemos por una regla de conducta o lo que esperamos de las personas o las autoridades. Entonces, no todo enojo o ira surge desde la racionalidad (porque puede ser caprichosa o egoísta), pero las emociones que surgen desde la racionalidad sí conlleva indignación.

Cuando luchamos contra la injusticia nos colocamos en una posición de víctima contra victimario, ya sea por un derecho violado, una norma injusta impuesta, un pacto roto o un valor ético vulnerado.

Luchar contra la injusticia nos activa para expresar nuestra indignación; lo que surge en lo individual, puede tener enormes alcances sociales. Hace 13 años, la “primavera árabe” que comenzó en Túnez, terminó por unir a varios países de la región contra la desigualdad y los gobiernos antidemocráticos.

Además de luchar contra la injusticia, también nos protegemos de ella cuando aprendemos de la experiencia y establecemos normas y reglas para obligar a las personas y autoridades a respetar los valores y principios de la dignidad humana; cuando asignamos sanciones a quienes las vulneran; y cuando damos poder a las autoridades para hacer justicia.

Sin embargo, la ineficiencia, impunidad o el retardamiento de la justicia se ha convertido en otro motivo para seguir luchando, al sentirnos defraudados por las propias autoridades encargadas de prevenir, castigar y reparar las injusticias.

La indignación implica entonces una exigencia para cambiar las cosas, pero continuaremos sobre esto en la próxima entrega…

* Investigador en ciencias sociales.