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Para los que fingen sus lecturas

Alma Karla Sandoval*

Érase una vez una persona que deseaba escribir literatura sin leerla. Tal era su fervor que iba a buscar escritores no para pedir consejo o intercambiar impresiones sobre libros, sino para ver cómo hablaban, cómo sostenían un vaso de whisky. Esa persona estaba segura de que por una especie de ósmosis comenzaría a escribir magia pura. Se hizo camaleón. Aprendió a imitar los colores del tono de un poeta, el estilo de los novelistas famosos e, incluso, absorbió las frases de los ensayistas famosos. En una conversación supo de Chance, el personaje de la mejor historia de Kosinski, un jardinero analfabeto que se convierte en político, todo un líder de opinión o dirían ahora, un influencer, porque de lo único que podía hablar era de jardines, de los ciclos de floración, de las semillas. Esto sin intentar poetizar, sin la mínima intención de construir una parábola. 

    Con todo, ese hombre fue tomado por sabio, pues los televidentes de entonces buscaban debajo de las piedras una figura a la que asirse. He ahí el riesgo del vacío y el hambre de la masa con su poder a lo Canetti.  Por eso un futbolista puede llegar a ser gobernador mentando madres en los mítines como síntomas de las plazas públicas donde se ha hecho de todo: aplaudir a danzantes que hacen llover, pero asimismo colgar inocentes o celebrar el fuego de las hogueras donde arden los cuerpos ofrecidos a los dioses. 

   No hay hecatombe sin ritual ni petición. Las deidades, explica Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía, amaban en el Olimpo el olor ascendente de la carne quemada propio de la pasión de la que ellos no eran capaces presos de sus dones, de su inmortalidad. En cambio, los humanos no son eternos y se consumen en hazañas, en súplicas, porque si Dios no nos rescata de la tragedia, no lo hará otra persona; de hecho, el significado de esa palabra es máscara, por lo tanto, a veces no sabemos cómo actuar.

     No obstante, quien desea escribir sin leer sabe que está buscando atajos. Cree que debe pagar un precio cuando la mayoría de los autores confiesan preferir los libros a las libretas. La lectura es una experiencia intransferible como el amor o beber agua. A decir verdad, aún no tenemos un chat inteligente que consiga la emoción de un poema porque ese programa se limita, por ahora, a identificar las palabras o losgiros del lenguaje que más repite cierto autor o autora. 

    Admito que es posible escribir maravillosamente con pocas lecturas y sé de escritores que no reniegan de sus profundas lagunas, pero aun así desarrollan un gran estilo. Son casos contados: el poeta Miguel Hernández, por ejemplo, o el nobel V. S. Naipul parando en seco a Susan Sontag cuando esta le preguntó si había leído a tales o cuales libros. “Soy un escritor, no un lector”, le dijo a la ensayista. Cuando leí la anécdota, me sentí defraudada, entonces lo que me habían dicho mis maestros era mentira, “si no lees, no podrás escribir”. Lo peor de todo fue descubrir que hasta los escritores muertos que más admiraba y cuyos decálogos copié a mano, también me habían dado gato por liebre. En aras de un proceder kantiano me pregunté si esa actitud no me había estorbado durante mucho tiempo, el de mi formación como poeta. 

    Luego me topé en el camino con personas fingiendo su ser lector y logrando despertar envidias porque podían citar de memoria títulos, autores, porque tenían un vago conocimiento de los clásicos, porque hasta habían aprendido a impostar la voz. Conocí a muchos que incluso le daban la palmadita a quien “está empezando, le falta biblioteca”.Tardé poco en aprender a desenmascarar a esos farsantes. 

    Quién diría que bastó con seguir siendo lectora, pues entendí que era suficiente la molestia de ahondar en la obra del supuesto escritor erudito. Al final, nadie puede mentirle a la pluma, no solo es más poderosa que la espada por la persuasión que atrae, sino porque escribir es como hacer el amor, como llenarte de brisa los pulmones. La pluma condena, sí, pero también perdona y suele abdicar, seducida,cuando la tocan los lectores. 

*Escritora 

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