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Erótica de la enseñanza para el Mr. Keating que llevamos dentro 

Alma Karla Sandoval*

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¿Y si los libros se vuelven cuerpos? Por eso abrazo La hora de clase (Anagrama, 2016) del destacado psicoanalista Massimo Recalcati. Atenta, subrayo que, si todo empuja a nuestros jóvenes hacia la ausencia de mundo, hacia el retiro autista, hacia el cultivo de mundos aislados (tecnológicos, virtuales, sintomáticos), la Escuela sigue siendo lo que salvaguarda lo humano, el encuentro, los intercambios, las amistades, los descubrimientos intelectuales, el eros. Repitoen voz alta estas preguntas: “¿Acaso un buen profesor no es aquel capaz de hacer existir mundos nuevos? ¿No es quien todavía cree que una hora de clase puede cambiar la vida?” Respondo con las siguientes notas al aire.

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Una conexión

Enseñar significa enterrar el egoísmo en el jardín que más nos gusta. Se trata de un acto de generosidad sin límites. Nadie que no esté dispuesto a entregarse a los demás puede ser un gran educador. Nadie sin empatía disfrutará de esa preciosa relación humana entre los estudiantes y un maestro que ofrece lo mejor sí mismo para ir forjando eternidad. Quiero decir, la transformación de un niño o de una joven.

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Enseñar también se trata de contagiar alegría 

Un curso no es un trámite, sino un camino donde se dibujan universos. Sé el viento de un columpio. No la voz regañona que obliga a aterrizar a los estudiantes cuando vuelan. Debes animarlos a elevarse charlando, jugando, descubriendo. Así tiene que ser el clima en el salón de clases. 

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El país de la infancia 

El poeta colombiano, Juan Manuel Roca asegura (glosando a Magritte) que todos los niños son artistas hasta que los adultos les demuestran lo contrario. El trabajo del mejor profesor consiste en estimular y defender esa creatividad congénita. El peor de los maestros asesina la flora y la fauna que existe en la nación de los niños cuando leen y cuando juegan. Maestro, si tu propósito es que se vuelvan “adultitos”, los estás desterrando de su reino, les estás negando un mundo que salva de cualquier apocalipsis. 

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Érase 

El mejor maestro de mi vida fue una mujer. Doña Tere no daba clases en mi instituto, pero vivía a dos casas de nuestro hogar. En verano, mis padres me llevaban con ese ser sonriente, apasionado. Lo más importante que me pudo ocurrir jamás: aprender a escribir y a leer, me pasó con ella mirando el baile de su vestido en el patio donde nos sentábamos. Nos contaba cuentos. Entonces se transformaba en la reina del “había una vez” mientras inventaba un color, una historia para cada número o cada letra hecha plastilinacómplice para que nos atreviéramos a juntarlas y escuchar la música del lenguaje: nuestra existencia.

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Cita copiada a mano de Eugenia Rico 

“Hay muchas maneras de matar a un hombre, pero una de las más terribles es no dejarlo dormir. Se muere no porque no pueda descansar sino porque no puede soñar. Y se muere antes de hambre de sueños que de hambre de pan. La sed de sueños nos mata casi tan rápido como la sed de agua.” 

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Enseñar a preguntar 

El dogma es veneno. Creer que las cosas son de un solo modo erosiona la creatividad. Una escuela no es una cárcel. Una escuela es un camino abierto. Una escuela es una cadena de escudos humanos donde los alumnos dejan el miedo afuera. Y se preguntan. Y se responden. Y tocan la esperanza aprendiendo a construir un futuro que nadie les niega. Si limitas sus dudas, les estás prohibiendo ser inteligentes, ¿por qué? 

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Poema para combatir el encierro y cerrar esta columna

Si se están durmiendo, deja de hablar. Que bailen. 

Si miran y miran el reloj, detente. Que dibujen. 

Si se quejan de que esa actividad ya la conocen, olvídala. Que sueñen. 

Si no guardan silencio, cambia el escenario. 

Si nadie responde a tus preguntas, juega. 

Si no guardan silencio, no interrumpas, escúchalos.

Si no hacen la tarea, haz que ellos la inventen. 

Rompe el guión, busca divergencias. Fúgate con ellos a otro bosque. 

* Escritora

La Jornada Morelos

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