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Imagen: portada de La Jornada Morelos, 24 de diciembre, 2024.

Es terrible —pero no tanto— constatar un tipo de semblante uniforme entre la mayoría de quienes pasan a echar ojo por esta innombrable librería: no se ríen ni cuando leen a Ibargüengoitia, o a Saki, o a la RAE. ¿Qué será, qué será? La gente está cabreada, eso es indudable, como también es indudable que mientras más suben los niveles de encabronamiento en este —como lo llama un amigo— pueblo meado por Dios (véase el terrible árbol navideño o la enervante fila de los esquites), el ambiente se espesa, se rehúye cualquier contacto humano y la risa, incluso la risa amarga, se nos borra de la cara. El vendedor de libros, en este ámbito, no tiene nada para objetar toda vez que no se trata de un carácter ajeno ni mucho menos por encima de las circunstancias, sino, al contrario, de un contribuyente puntual a la hora de pagar su cuota de biliosidad, una palabra fea entre las feas y que a más de alguien encabritará. Pero bueno: que seamos incapaces de reírnos leyendo a Ibargüengoitia (quien, por si no bastara, se encabronaba cuando le decían que sus relatos eran chistosos), o a Saki, o a la RAE, es preocupante y hasta cierto punto indicador de cierta desnutrición espiritual (si se me permite tal expresión, y espero que no) sólo posible de remediar ⎯parcialmente⎯ a través de la violencia, lo cual nos traslada nuevamente al punto de partida.

¿Qué será, qué será? No sé, a ratos me gustaría recetarme un arponazo como el de los chavos tirados sobre cualquier calle, avenida, privada o cerrada de nombre Morelos, o ansiar el retorno de la pandemia, o escribir cosas infames contra esas figuras literarias por las cuales, quizá, hago esto: gente lúcida, admirada, admirable, por entero culpable; pero ni tomando todas esas medidas, creo, bastaría. Por cierto, ¿dónde andan, poetas locales? ¿Continúan rellenando formularios? ¿Practican la misantropía heroica? ¿Acaso están viendo y no ven el titular de este mismo periódico donde se anuncia a grandes negros caracteres la noticia sin duda más perturbadora del año?

Quizá el problema para dar con una respuesta satisfactoria estribe precisamente en la desgracia de buscar respuestas: estamos hasta el cogote de explicaciones, los análisis sociológicos de quienes muy campantes se complacen en fórmulas evidentes como las de “situación de calle”, “sector vulnerable”, “descontento social”, “violencia de género” o “frustración de expectativas” (aunque esto último, creo, lo dijeron unos teóricos literarios), no sirven más que para aumentar los niveles de crispación y, como se ve, de rencor, de modo que cualquier examen de la situación, empezando por el presente, puede devenir no ya en una broma inofensiva, sino en un sarcástico ataque personal contra quien leyere estas letras, es decir, contra nadie más que su autor. El conocimiento a estas alturas suena a ofensa, incluso el de la literatura que proclama no conocer nada; así, cuando alguien por casualidad lee un cuento como “El episodio cinematográfico” o “La ley de Herodes”, no conseguirá sino añadirlos sombríamente a la larga lista de vituperios recibidos, respondiendo con otro vituperio más: hecho que nos traslada nuevamente al punto de partida.

En todo caso, tranquilidad; lejos estamos de querer herir susceptibilidades, como si ya no nos bastara con los bombardeos provenientes de la prensa, el empresariado, la policía, Israel, el decadente imperio, el amor burgués, el narcotráfico, la publicidad y los tres o cuatro o cinco poderes del Estado. Aquí, más modestamente, sólo hablamos de un fenómeno concerniente a la vieja y totalmente inútil práctica de la lectura, y es por tal motivo que nos atrevemos a sugerirle a los secuaces de la estética de la recepción, si aún existen, sumar a su lista de lecturas ideales, co-productoras, frustradas e ingenuas, la lectura resentida, aquella vieja lectura nueva, repetida, única, intolerante e intolerable, esa para la cual resulta inadmisible la presencia de retruécanos ingeniosos o de cualquier horizonte de expectativas. ¿Qué tal? “Nosotros los de aquí arriba no tenemos frío”, dice Hans Castorp en La montaña mágica; pero nosotros, los de aquí abajo, tampoco: estamos lisa y llanamente congelados.

Martín Cinzano