Cómo se contempla la vida cuando se vislumbra la muerte como algo cercano
Espléndida pregunta que me sugirió hacer mi amigo el gran escritor, también periodista, Ricardo Garibay cuando supo que entrevistaría yo a don Gutierre Tibón en mis lejanos comienzos como reportera. Pues bien, sin esperarlo, me vi de pronto este pasado mes de diciembre en una delicada situación que pudo ser fatal. Y desde luego, sin el menor intento de victimizarme, sino más bien dada mi vocación, una de ellas, de comunicadora nata, comparto con ustedes queridos lectores, los pensamientos que me asaltaron esa reciente noche.
Debo reconocer cuánto aprendí de los grandes amigos que tuve en mis inicios, entre ellos, además de Garibay, también fue fundamental mi amistad con el antropólogo, navegante y sobre todo conocedor de la naturaleza humana Santiago Genovés en interminables y múltiples encuentros en el despacho de éste último. Así es que en mi solitaria reflexión nocturna, cerca de mi alto -20 mts.- y magnífico Árbol del Guaje, (endémico de Morelos y anexas) que se alza airoso junto a mi ventana en la imponente barranca de Amanalco, agradecí no solo a mi padre por poder vivir junto a ella, sino que yo misma me hice y me contesté esa pregunta.
Confieso que me ayudó mucho el que en paralelo escuché a lo largo de 50 minutos de concentrada atención, el inmenso video con la mejor explicación del contenido de El Libro tibetano de los Muertos, que me envió don Margarito Vergara Tablas, un valioso migrante morelense que entrevisté hace años vía telefónica (E.U.-Cuernavaca). Él, oriundo de Pitzotlán, pequeño pueblo de 47 habitantes en el Municipio de Tepalcingo, salió rumbo al norte muy joven en busca de mejores condiciones de vida que con su esfuerzo alcanzó en City Hieghts muy cerca de San Diego en donde formó familia, sus hijos todos estudiaron en universidades y viven bien, mucho mejor que como vivía él en su muy humilde aunque lindo ejido de Pitzotlán.
Por fortuna con varios de mis entrevistados y con entrañables pero lejanos amigos, seguimos comunicados vía telefónica o por whatsapp. Lo refiero porque como dice el dicho: “cuando uno busca, encuentra” y desde hacía años buscaba yo una seria y veraz explicación de tan famoso libro tibetano, obra misteriosa y llena de silencios escrita en el siglo VIII atribuida al maestro budista Padmasambhava aunque fue redescubierta en el siglo XIV por Karma Lingpa. Su título original es: Bardo Thodol, que significa: “Liberación a través del entendimiento en el estado intermedio”.
El fascinante video describe lo que por lo general nadie nos explica, esto es, el trance entre el morir y el periodo posterior a la muerte para ayudarnos así a navegar por el “bardo”, palabra que dentro del contexto del budismo tibetano que en ese lugar del mundo surgió entre los siglos VI y IX d.C. aunque su origen se remonta al siglo VI a.C., quiere decir: entre dos estados de conciencia, lo que de acuerdo con el budismo tántrico permite alcanzar la iluminación o el “Nirvana” y romper así el ciclo continuo: nacer, morir, reencarnar.
Antes de seguir, me confieso ante ustedes: soy absolutamente creyente en el Dios de mi religión católica dentro de la que nací y crecí y Guadalupana por convicción, por lo que sin ningún temor, ni inseguridad alguna aprecio otras enseñanzas y en este particular caso, aprendí que alcanzar el “Nirvana”, (palabra sánscrita, una de las lenguas indoeuropeas más antiguas), implica llegar al máximo estado espiritual libre de apegos, sufrimientos y deseos.
Como la abrupta alteración de mi salud no fue fatal, escuché con toda atención tan interesante filosofía de vida pero también de muerte, por lo que pude reflexionar en cómo vislumbro mi vida. Les confieso que pensé que si mi destino era terminar, partiría satisfecha, agradecida y tranquila por varios motivos. Uno, por mi preciosa familia, mascotas incluidas; otro, porque aquello que se dice de contar a los amigos con una mano y que sobran dedos, no va conmigo. Aunque tengo la enorme fortuna de tener muchísimos conocidos padrísimos, presumo de poseer asimismo más amigos que dedos de mis dos manos y que me lo han demostrado en varias ocasiones y así me podría alargar detallando tantas cosas más, pero con esto le paro.
También evoqué que cuando en mi lejana juventud de 16 años, instantes antes de una operación de cáncer (melanoma maligno), le pedí a Dios que me permitiera saber a qué vine a la vida antes de llevarme; ahora lo sé, ya no podría pedir ni una prórroga más. Vine a agradecer lo que me tocó vivir rememorando las enseñanzas del sacerdote Rogelio Orozco Farías, “hay que ayudar hasta que duela, hija”, esto, con las palabras de mi amigo Santiago Genovés: “venimos a este mundo a entender y comprender más y más y a juzgar menos y si se puede nada”. Por lo que al sentir lo efímera que puede ser la vida, que en un “tris” la puedes perder, reviví aquella lejana pregunta que Ricardo Garibay me enseñó con la que titulé estas líneas. Y hasta el próximo miércoles.
Dos de mis viejos y entrañables amigos: el gran escritor Ricardo Garibay y el científico Santiago Genovés en el despacho de este último en su casa de Cuernavaca, de los que en interminables conversaciones aprendí tanto de ellos. Foto tomada y proporcionada por la autora para la publicación de esta columna. Foto: Cortesía de la autora