

Reveladora entrevista. “Me apena decirte chica, que lo peor fue la entrada a México”: migrante cubana
(Primera parte)

Les comento queridos lectores, mi fortuito e inesperado encuentro con un grupo de tres migrantes cubanos que al verlos discutir tranquilos pero de forma alegre como son los cubanos por su ya poca capacidad económica para sentarse a comer en un restaurante, por su aspecto cansado, ropa un tanto arrugada, barba crecida del único hombre ya mayor del grupo y al ver cómo cuidaban sus pertenencias por el temor de perderlas, supuse que eran migrantes recién llegados a la ciudad.
Cientos estaban en plena plancha del zócalo capitalino, estos tres se apartaron del grupo. Quien esto escribe caminaba por las calles aledañas al Templo Mayor buscando el negocio de venta de libros viejos llamado “La Murciélaga”, que finalmente no encontré pero si otras librerías muy buenas.
Al verlos, decidí pararme y ver con simpatía en qué les podía ayudar y cuando los invité a pasar al restaurante, les apenaba que los invitara cuando ya ellos venían con mínimos recursos. Luego sabría que durante el recorrido les fueron esquilmando todos sus recursos desde su salida de Cuba hasta llegar a la CDMX, “la capital azteca” como la llamaban. Y les tuve que insistir me permitieran invitarlos a comer algo mientras llegaba, según supe, una amistad suya a recogerlos. Ya con unas buenas enchiladas sin picante y aguas frescas, se relajaron más ante una extraña para ellos, como era quien esto escribe. Y mientras comían, me fueron contando todas las tribulaciones que pasaron para llegar hasta ese lugar. Así que, reportera al fin, les pedí me contaran su aventura.
En primer lugar supe que eran abuelo, hija y nieta que iban tras un nieto mayor que estaba ya en la Florida, él salió en balsa dejándolos en la angustia de lo que pudiera pasarle: tiburones, la guardia costera cubana que si los detectaba era cárcel, la guardia costera norteamericana que si los atrapaba lejos de la playa los repatriaba y también era cárcel para los detenidos. Por lo que en cuanto supieron que tocó playa y ya no lo podían extraditar, respiraron aliviados. Era la época en que al pisar los cubanos la playa en E.U., ya podían quedarse y tramitar su estancia legal. Al joven ya le iba muy bien y los convenció de que salieran de manera más tranquila que él y lo alcanzaran. Él los ayudaría en su trayecto al país del norte.

Escuché con atención y respeto lo vivido que comenzó desde la preparación sigilosa de vender lo que tenían en Cuba, luego por la recomendación de una amistad, contrataron a un pollero cubano y salieron del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana rumbo al Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino de Managua, capital de Nicaragua, país que al ser afín a la dictadura cubana era de los pocos que no les exige visa de entrada a los cubanos”.
Con el trámite de compra de boletos y el permiso de salida cubano realizado por uno de los coyotes, miembro de la increíblemente bien articulada red internacional de polleros y coyotes, lograron salir sin contratiempos. “Hay quienes no lo logran y aunque hayan vendido todo, se quedan ya sin nada”.
Tras poco más de dos horas de trayecto aéreo, desde ese momento, ya no se apartaron de ellos su distintos guías, que iban cambiando en cada país por el que cruzaban. El primero fue de Cuba a Nicaragua, otro más que ya los esperaba y que los contactó tan pronto salieron de la migración nicaragüense. El compromiso era llevarlos hasta la CDMX, donde su nieto había arreglado que un amigo los trasladara hasta E.U.
Esta plática-entrevista se llevó a cabo a principios del pasado mes de diciembre en la CDMX, los dejaron en pleno zócalo donde había cientos de migrantes, ellos se separaron y llamaron para esperar a que los recogieran a tres cuadras de distancia donde los llevarían para bañarse, cambio de ropa, dormir y proseguir su camino rumbo a cualquier lugar donde hubiera comunidad cubana en los E.U., con suerte en Florida.

Obvio para lograr su confianza, me hicieron prometerles casi, casi por Changó y Babalú-ayé, nombres de la santería tradicional cubana, de no revelar su identidad ni nada que pusiera en peligro la llegada del grupo a E.U. “No es necesario hacerlo”, les dije, pero lo prometí.
“Así cruzamos de Cuba a Nicaragua y de ahí a El Salvador, luego a Honduras y a Guatemala cambiando siempre de guías o polleros. Lo más terrible era ver las largas columnas de caminantes avanzar penosamente rumbo a E.U. Ellos lo pasaban mucho peor que nosotros que íbamos en vehículo. Y ni cómo ayudarlos. Solo cabíamos los tres con el chofer y nuestras pertenencias. Aunque lo peor nos esperó cuando ingresamos a México, siento mucho tener que decirlo, chica”, me dijo con pena. Seguimos el próximo miércoles.
*Reportera, historiadora, escritora y cronista.
Esta marcha avanza penosamente a través de Honduras, su siguiente entrada a Guatemala sería por la carretera El Florido. “Los de a pie, sí que la pasan peor que los que llegamos en vehículos, parte el corazón de pensar en lo que les falta por llegar y con lo que se van a encontrar. Su sueño, llegar a E.U. donde su vida cambiaría para bien”. Imagen tomada por Sandra Sebastián (AP), publicada por el periódico El País y bajada de internet.

