

El sombrero de mi General
(Primera parte de dos)

Sí, queridos lectores, estamos aún en el mes de abril, el pasado 10, fecha exacta, recordé a Zapata y teniendo ya terminada una columna dedicada a dos grandes de la Iglesia y a un amigo de ambos que los recordó, decidí aplazarlo y no pasar por alto el aniversario luctuoso de Miliano, como le decía su gente cercana. Se cumplieron ya 106 años de su artero asesinato, y su imagen sigue limpia.
Por increíble que parezca todavía hay quien duda de la grandeza de este personaje o peor aún, deforman los motivos por los que se alzó en armas, pero hubo un hombre que lo conoció bien, Antonio Díaz-Soto y Gama, abogado y político que participó en 1910 en el movimiento armado al lado de Ricardo Flores Magón y del mismo Zapata del que fue constante colaborador en su Cuartel General de Tlaltizapán, inmueble que hoy luce vacío totalmente.
Hace unos días asistí al 3er. Foro de la Ruta de Zapata al antiguo Hotel Moctezuma, cuartel transitorio de Zapata durante su estancia en Cuernavaca, bien organizado, escuché excelentes ponencias, una gran declamación en torno al Caudillo del Sur del Prof. Pablo Rubén Villalobos, pero si me lo permiten, desde estas modestas líneas hago un llamado a la conciencia de los morelenses que guardan algún recuerdo del líder suriano o de esa época, para que a través de una ordenada campaña, lo donen con su tarjeta que muestre quién lo donó. El INAH podría ser destinatario para ubicarlos en lo que fuera su cuartel general en Tlaltizapán y ofrecer a los visitantes, algo más que muros y tabiques en un histórico sitio, otrora tan lleno de vida.
Podría quedar ahí también una copia agrandada del Plan de Ayala que, por cierto, aunque mencionado en discursos. siempre ha sido una piedra en el zapato de los gobiernos que nunca han aplicado ni uno de sus artículos. A propósito de recuerdos, es importante destacar que ya muerto el líder suriano, Díaz-Soto y Gama dedicó su vida a dar a conocer su grandeza en tiempos no gratos al zapatismo. Maestro universitario, siempre defendió en sus aulas, el recuerdo de su admirado líder.

Pero al buscar una imagen para acompañar estas líneas, me encontré el sombrero que portaba Zapata el día en que murió en Chinameca. No era un simple sombrero jaranero, no, era el que portó todo un señor porque Zapata no se alzó en armas por pobre o para mejorar su condición económica, es más, le rechazó a Fco. I. Madero, ya presidente de México su ofrecimiento de una hacienda: “No me alcé en armas para tener una hacienda, sino para devolver la tierra a los campesinos, sus legítimos propietarios”, le respondió a su ofrecimiento.
Ya muerto y con línea en contra acerca de todo lo que oliera a Zapata, a pesar de ello, Díaz-Soto y Gama nunca dejó de destacar y dar a conocer al personaje a lo largo de su vida. Escribió un clásico en su libro: “Raíz y Razón de Zapata”, ahí señala cómo surgió Zapata. Y su relato empieza cuando era niño y le tocó presenciar un despojo de tierras.
El general Serafín Robles, un tiempo secretario privado de Miliano, lo dejó escrito. Lo transcribo sintetizado: “Un día, -comienza el relato-, día triste para los labriegos de Anenecuilco y Villa de Ayala, vieron con sorpresa y terror que los soldados federales de Porfirio Díaz, llamados ´rurales´ se apostaban frente a la tranca que daba entrada a la hacienda, así como por detrás en el tecorral, mientras los campesinos intentaban llegar al trabajo. Entre los asistentes estaba el muy estimado por todos los vecinos don Gabriel Zapata, criador de reses y de caballos, que llevaba a Emiliano, su pequeño hijo. Viendo el aparato de fuerza se apostó en un changarrito con otros amigos, observando lo que pasaba…
“Así pudo presenciar el niño cómo comenzaron los rurales a destruir chozas y objetos y expulsar a la gente de sus pobres casas, fuera de los límites de la hacienda de San Antonio Coahuixtla. Viendo llorar a la gente, se le escuchó decir al entonces niño Emiliano Zapata: ´Día ha de llegar que un hombre eche por tierra todo esto. Juro que cuando yo sea grande he de vengar a los de mi pueblo´. Cuando creció, Zapata supo cumplir como hombre, lo que prometió de niño.”

Como legítimo campesino, Zapata siempre procuró tener buenos caballos, excelentes sillas de montar y elegantes sombreros jaranos pero no cualquier sombrero, los de Zapata como el que lució el día que lo mataron en Chinameca, estaba finamente labrado…Lo que demuestra, -decía-, que “yo no entré al movimiento armado para luchar y obtener provechos personales.” Y hasta el próximo miércoles.
El sombrero del general Emiliano Zapata que portaba el día de su muerte con uno de los balazos marcado en la copa del sombrero, no era un sombrero cualquiera. Era tipo Jarano nada corriente. Imagen bajada de internet del sitio: PanchoVillamx.com y proporcionada por la autora para su publicación.
