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El zumbido íntimo de Gaby Deisolbi

Las abejas no sólo polinizan flores. Polinizan también pensamientos, formas de organización, redes de cuidado y estrategias colectivas que pueden inspirarnos más de lo que imaginamos. Son seres profundamente sociales, sensibles al entorno, capaces de comunicarse con danzas, de construir en equipo y de sostener, sin que se les reconozca del todo, buena parte de la vida en este planeta.

Y sin embargo, las miramos poco. O cuando lo hacemos, suele ser desde el miedo, el consumo o la utilidad. Pero hay quienes eligen otras formas de mirar. Quienes se detienen a escuchar su zumbido, a comprender sus ritmos, a intuir sus códigos, desde la escucha. La artista Gaby Deisolbi es una de esas personas.

El canto de la abeja reina, una exposición que se presenta en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, llegó a mí gracias a Analí Zendejas, quien me compartió el boletín de prensa. Desde entonces, no he dejado de pensar en ella. Me pareció una joya que merece ser vista, leída, escuchada… una propuesta que pide más ojos, más atención y mucho más eco.

Esta muestra es el resultado de una exploración profunda, íntima y transdisciplinaria que entrelaza el arte contemporáneo, la apicultura y la memoria familiar. Porque Gaby no parte desde la teoría abstracta, sino de su historia personal: su padre, es un apicultor. Creció entre colmenas y aprendió a relacionarse con las abejas desde la cotidianidad, desde el respeto y la convivencia.

El canto de la abeja reina propone esculturas funcionales, sostenibles y bellas, concebidas para ser habitadas por abejas reales. Estas obras además de ser objetos estéticos son espacios que invitan al diálogo interespecie, que resignifican la colmena como un lugar de creación compartida, como un refugio simbólico donde arte y naturaleza no se excluyen, sino que se entrelazan.

Me conmovió especialmente leer que esta exposición promueve una estética que prioriza el bienestar de las abejas. Esto, aunque parezca sencillo, es profundamente político. En un mundo donde lo humano ha sido colocado en el centro, devolverles espacio, belleza y cuidado a otras formas de vida es un acto de resistencia, mucho más si son insectos.

Pensar en la colmena como un ecosistema de colaboración, donde cada abeja cumple su función sin jerarquías rígidas ni liderazgos individualistas, puede ayudarnos también a imaginar otras formas de organizarnos como sociedad. Más cooperativas. Más circulares. Menos extractivas.

El trabajo de Gaby me recuerda que no todo en el arte debe explicarse con palabras grandilocuentes. A veces, basta con escuchar lo que otros seres —no humanos— tienen que decir. Y para eso, necesitamos tiempo, sensibilidad y humildad.

En un momento donde la crisis ambiental se siente como un zumbido constante —urgente, incómodo, a veces insoportable— proyectos como este nos invitan a bajar el volumen del ego y afinar el oído a otras voces. Las voces zumbantes de quienes polinizan el mundo sin pedir nada a cambio.

Porque al final, quizás no sea tan descabellado pensar que el arte puede ser también una forma de apicultura. Una forma de cuidar, de conectar, de mantener vivo el lazo con lo que aún nos rodea.

La exposición está abierta al público en el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, en Cuernavaca hasta el mes de agosto. Dense un tiempo para visitarla y dejarse tocar por su canto.

Foto cortesía: Gaby Deisolbi

Karime Díaz