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¿Las mujeres también cazaban? Reescribiendo la historia con Marylène Patou-Mathis

 

“Los hombres no son buenos comunicándose porque en la prehistoria se dedicaban a cazar en silencio. Las mujeres son más chismosas porque recolectaban semillas y cuidaban a la familia, y por eso desarrollaron más habilidades comunicativas.”

Ese texto lo leí en un comentario que un hombre hizo sobre un meme. Lo llenaban de “me divierte” y “me encanta”, como si fuera un hecho evolutivo. Pero lo que parece chiste, esconde una trampa. Reproducir explicaciones falsas (y cómodas) sobre cómo deberían ser los géneros. Y lo peor, es repetir ideas que la ciencia actual ya ha desmentido (muuuchas veces).

La prehistoriadora francesa Marylène Patou-Mathis lo dice claro en su libro El hombre prehistórico es también una mujer: “¡No! ¡Las mujeres prehistóricas no se pasaban el día barriendo la cueva!” Con esa frase, abre un camino fascinante y necesario. Desenterrar a las mujeres que fueron borradas del relato histórico.

Durante siglos, la arqueología fue dominada por hombres que, sin malicia (guiño, guiño) pero sí con mucho sesgo, interpretaron el pasado desde lo que vivían en su presente. Así, si un esqueleto aparecía con armas, se asumía que era masculino. Si había restos infantiles o utensilios de cocina cerca, era femenino. Pero los avances en análisis genético y bioarqueología han empezado a revelar algo bastante distinto, muchas de las personas enterradas con lanzas eran mujeres.

No sólo cazaban. También guerreaban, curtían pieles, cultivaban y caminaban grandes distancias en expediciones. Sus esqueletos muestran signos de esfuerzo físico, de combate, de vida activa. La imagen de mujer sedentaria, débil y maternal, es una construcción mucho más reciente que lo que creíamos.

En el siglo XIX, cuando se establecieron muchas ideas sobre la evolución humana, se pensaba que las mujeres eran menos inteligentes porque tenían un cerebro más pequeño. Se atribuían sus emociones al “histerismo” y se usaba su fisiología para justificar su supuesta inferioridad. Desde ahí, se moldeó el discurso científico, académico y educativo durante décadas (y aunque usted no lo crea, hay “científicos” que todavía replican esto en espacios académicos).

Patou-Mathis no solo pone evidencia en la mesa, ella hace una crítica urgente. Si la ciencia quiere ser objetiva, tiene que revisar sus lentes. Porque el patriarcado no es un destino biológico; es una narrativa. Y como toda narrativa, puede cuestionarse.

Las famosas estatuillas femeninas —que siempre se interpretaron como fantasías sexuales de hombres cavernícolas— también han sido replanteadas. ¿Y si fueron hechas por mujeres? ¿Y si eran representaciones de fertilidad, fuerza o incluso autorretratos? ¿Por qué siempre asumimos que la mujer era el objeto, y no la creadora?

¿Existieron sociedades matrilineales? Es difícil de probar, pero también es difícil negar que las mujeres hayan tenido un papel mucho más relevante del que nos contaron. Porque si durante siglos se pensó que no cazaban… y resulta que sí, ¿qué más estamos por descubrir?

Este tipo de trabajos reescriben la historia y reordenan la forma en que pensamos el presente. Cuando una niña escucha que las mujeres también cazaban, se abre otra puerta en su imaginación. Una que no la encierra en la cueva, ni la obliga a quedarse en silencio.

Así que la próxima vez que leas un meme que “explica” por qué las mujeres son chismosas, piensa en esto: tal vez esa supuesta diferencia de género no viene de la caza, sino de siglos de repetir la misma historia… sin dejarnos contar la nuestra.

Para que le eches ojo al libro: Patou-Mathis, M. (2021). El hombre prehistórico es también una mujer. Editorial Lumen.

Ilustración cortesía de la autora

Karime Díaz