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Somos nuestros abuelos

 

El tiempo que tenemos es finito. En la naturaleza, todo sigue su curso; los ciclos son inevitables. La vida de un ser llega a su fin, pero su esencia no desaparece. Se transforma, se perpetúa en otros organismos, en las moléculas que conforman el universo, en los latidos que aún resuenan en el cosmos. Cada vez que pienso en envejecer, mi mente vuelve a mis abuelas y abuelos. Ellos me han legado tanto, no solo en sus historias y valores, sino en la misma capacidad de vivir y envejecer. En cada arruga, en cada cabello plateado, hay un eco de su existencia, una prueba de que, aunque sus cuerpos ya no estén, ellos siguen viviendo en mí, en el ciclo eterno de la vida.

En términos biológicos, el reloj de la vida para los organismos está en los telómeros, diminutas hebras en los extremos de los cromosomas, que son un paquetito de material en el núcleo de nuestras células. Con el paso de los años, nuestros telómeros son cada vez más cortos. Es decir, nuestras funciones a diferentes niveles se desgastan con el tiempo. Pero eso no significa que no seamos importantes. Cada latido que hemos dado ha sido esencial, y aunque ahora estaremos más cansados, seguimos haciendo lo mejor que podemos.

Dentro de las células, también el ADN acumula daño. A lo largo de la vida, las células de nosotros los animales están expuestas a diversos factores, como la radiación y los productos químicos. A medida que estos daños se acumulan, la capacidad de las células para funcionar correctamente disminuye, lo que contribuye al envejecimiento.

Con el tiempo, las células experimentan senescencia, un estado en el que ya no pueden dividirse, pero permanecen metabólicamente activas. Estas células senescentes pueden acumularse en los tejidos y secretar sustancias proinflamatorias que contribuyen al deterioro del tejido y al envejecimiento general del organismo. Es un todo, el tiempo acaba eventualmente con nosotros. ¿O no?

La vida se perpetúa en herencia y en transmisión de características a las nuevas generaciones. Nuestros abuelos y abuelas son la raíz de nuestra existencia, guardianes de la historia que nos precede. En cada uno de nosotros, viven, no solo en los recuerdos y enseñanzas que nos dejaron, sino en lo más profundo de nuestro ser, en nuestras células. Llevamos dentro de nosotros su legado genético, la misma cadena de ADN que una vez corrió por sus venas.

Al igual que en las células, donde los telómeros se acortan y el ADN se daña con el tiempo, nuestros abuelos enfrentaron el paso de los años, el desgaste natural de la vida. Sin embargo, aunque sus cuerpos se hayan vuelto más frágiles, en nosotros su esencia permanece intacta. En nuestros ojos, en nuestras manos, en la manera en que reímos o incluso en cómo enfrentamos los desafíos, ellos siguen presentes.

Cada uno de nosotros es una continuación de su historia, un fragmento de ellos que sigue adelante. Somos sus sueños, sus luchas, y sus triunfos. Somos el testimonio viviente de su paso por este mundo. Y mientras nuestros propios cuerpos envejecen, nosotros también nos convertimos en portadores de un legado, preparando el camino para que un día, nuestras vidas se perpetúen en aquellos que vendrán después de nosotros. Así, en cada ciclo de la vida, la esencia de nuestros abuelos sigue viva, renovándose y encontrando nuevas formas de ser en el vasto universo de la existencia.