Constructoras de Paz
Hace poco, alguien me preguntó qué es lo primero que me viene a la mente al escuchar la palabra «paz». Mis pensamientos se ordenaron así: 1) una paloma con una ramita en el pico; 2) la ausencia de conflicto; 3) la sensación que experimento al estar en la playa, tumbada en la arena con mis mejores amigas, mirando al horizonte.
Pero pensar que la paz es la ausencia de conflicto es una visión utópica, donde se imagina una sociedad perfecta, sin desacuerdos ni tensiones. ¡Qué bonito! Pero, es inalcanzable en el mundo real, porque el conflicto es inherente a la diversidad de intereses, culturas y puntos de vista de los seres humanos y la naturaleza es diversa. Vivimos en una sociedad plural. Esta idea se vuelve peligrosa porque, al perseguir una paz utópica, se corre el riesgo de suprimir o silenciar los conflictos y las voces disidentes, en lugar de enfrentarlos y resolverlos de manera equitativa.
Por lo tanto, la paz real es mucho más ambiciosa y difícil de lograr que la simple ausencia de conflicto; requiere la construcción activa de sociedades resilientes que puedan enfrentar los desafíos del cambio y la diferencia sin recurrir a la violencia o la opresión. Y es en este punto donde las cosas se ponen difíciles, ya que lograr una paz auténtica demanda la participación de toda la sociedad, incluyendo a quienes han sido históricamente marginados.
Las mujeres, en particular, juegan un papel fundamental en la construcción de la paz. Que las mujeres se involucren no es solo una cuestión de justicia social, sino una estrategia clave para abordar la complejidad de los conflictos y lograr una paz que reconozca y enfrente las raíces profundas de la desigualdad y la opresión.
La aprobación de la Resolución 1325 por el Consejo de Seguridad de la ONU en el año 2000 marcó un punto de inflexión en el reconocimiento institucional del papel de las mujeres en la construcción de la paz. Reconoció el impacto desproporcionado que los conflictos armados tienen en las mujeres y subrayó la importancia de su participación en la prevención y resolución de conflictos, así como en las negociaciones de paz. Además, instó a los Estados miembros a integrar una perspectiva de género en todos los aspectos de seguridad y paz, enfatizando que no se puede lograr una paz duradera sin la inclusión plena de las mujeres.
Quisiera enfatizar que las mujeres no solo debemos ser vistas como víctimas pasivas de los conflictos, sino como agentes activas de cambio. A pesar de los avances, las mujeres siguen enfrentando numerosos desafíos en su lucha por ser reconocidas y escuchadas en la construcción de la paz. Entre estos obstáculos se encuentran las barreras culturales que perpetúan la exclusión de las mujeres de las esferas de poder, la falta de acceso a recursos y el riesgo de violencia al que muchas se enfrentan por desafiar el status quo.
Sin embargo, también hay oportunidades. Las redes internacionales de mujeres han demostrado ser herramientas poderosas para movilizar recursos, compartir experiencias y crear una voz colectiva en los procesos de paz.
Además, la creciente atención a la igualdad de género y los derechos de las mujeres en la agenda internacional proporciona una base sólida para seguir presionando por la inclusión de las mujeres en todos los niveles de la construcción de la paz. Las mujeres no son solo necesarias en la fase de implementación de los acuerdos de paz, sino que deben ser parte integral de la paz misma.
«La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz» -Rigoberta Menchú