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El populismo, ya sea de derecha o izquierda, ha logrado capturar la atención de millones al ofrecer soluciones simplistas a problemas complejos, prometiendo un futuro utópico que rara vez se concreta en la realidad. Aunque deberían de ser posiciones opuestas, ambos espectros ideológicos comparten una característica fundamental: toman decisiones basadas en ocurrencias, impulsadas por sus dogmas y sin evaluar a fondo las consecuencias reales para sus sociedades.

Un ejemplo claro de populismo de derecha lo encontramos en el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, sus decisiones están marcadas por una lógica de confrontación permanente, alimentada por ocurrencias difundidas principalmente en redes sociales. El caso emblemático es la guerra comercial iniciada la semana pasada contra China y países aliados, una medida popular entre sus seguidores por su carga nacionalista pero cuyos efectos reales resultaran contraproducentes para sectores estratégicos de la economía estadounidense. Agricultores de Iowa o fabricantes en Michigan, inicialmente entusiasmados con las políticas proteccionistas de Trump, acabaran sufriendo pérdidas económicas debido a la reducción de exportaciones y al incremento de costos de producción, la retórica triunfalista oculta estos daños, pero la realidad económica terminará imponiéndose.

Del otro lado del espectro ideológico, el populismo de izquierda presenta situaciones similares, Venezuela, gobernada durante más de dos décadas bajo el chavismo, ofrece un claro ejemplo, las decisiones económicas del régimen bolivariano, especialmente bajo Nicolás Maduro, han estado más vinculadas al mantenimiento de su discurso antiimperialista y socialista que a consideraciones técnicas o económicas. Las nacionalizaciones arbitrarias y las políticas de control cambiario rígidas terminaron por destruir el tejido productivo, hundiendo a Venezuela en una crisis económica y social profunda, la supuesta defensa de la soberanía y la dignidad popular se transformó en un panorama de escasez, hiperinflación y migración masiva.

En México, por ejemplo, el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador impulsó medidas basadas más en la ideología que en análisis objetivos, la cancelación del nuevo aeropuerto internacional en Texcoco, presentada como una victoria contra la corrupción y las élites económicas, dejó pérdidas multimillonarias al erario y generó incertidumbre entre inversionistas nacionales e internacionales. Aunque esta decisión resonó positivamente entre sus simpatizantes, quienes celebraron la supuesta defensa de los intereses populares, las repercusiones negativas han afectado la imagen de certidumbre del país, impactado negativamente en el potencial de crecimiento económico y los costos financieros de dicha decisión los pagaremos durante muchos años.

Ambos tipos de populismos comparten un método: la simplificación discursiva y la descalificación sistemática de expertos o críticos, acusados automáticamente de traidores o antipatriotas, esta lógica excluyente empobrece el debate público, limitando la capacidad del Estado para resolver problemas estructurales. El populista, sea de derecha o izquierda, gobierna para su base, alimentando divisiones internas y debilitando la cohesión social.

Así, el populismo de derecha y de izquierda, aunque parten de visiones aparentemente antagónicas, convergen en su método y en los efectos perjudiciales que generan. Reducen la complejidad política a narrativas simples que buscan enemigos fáciles de señalar y culpables evidentes a quienes atribuirles los males sociales. Pero al gobernar desde la ocurrencia y la ideología ciega, ignoran que sus decisiones pueden generar daños profundos e irreparables a sus sociedades, fracturando no solo el presente sino hipotecando gravemente su futuro.

*Universidad Autónoma del Estado de México.

Imagen cortesía del autor

Jorge Enrique Pérez Lara