

Los revolucionarios pueden fijar la fecha en que se levantarán en armas; pero las revoluciones no tienen fecha de caducidad. Es más complicado poner fin a una revolución que iniciarla. Además, es prácticamente imposible que quienes la encabezan salgan incólumes de ese prolongado proceso.
Emiliano Zapata delineó su propio destino desde que, siendo niño, al ver a su padre llorar porque lo habían despojado de la tierra, le prometió: “Yo haré que devuelvan las tierras robadas, te doy mi palabra de honor”.

Andaba en los treinta cuando el destino le avisó que había llegado la hora de cumplir el juramento hecho a su padre. A las once de la noche del sábado 11 de marzo de 1911, en la plaza de Villa de Ayala, un grupo de jóvenes encabezados Pablo Torres Burgos, Emiliano Zapata y Otilio Montaño cortaron los hilos del telégrafo y el teléfono y desarmaron a las fuerzas del gobierno. Los tres se levantaban en armas por un objetivo político: poner fin a la dictadura de Porfirio Díaz. Pero, Emiliano y Otilio luchaban por recuperar las tierras que a los pueblos originarios les habían sido despojadas.
Dos semanas después, en Jolalpan, Puebla, 800 combatientes conforman el Ejercito Libertador y designan a Zapata general en jefe. Van por la tierra y contra las haciendas. Como reguero de pólvora corre la noticia y a los alzados se les unen multitudes, como si con campanas fueran convocados a una fiesta.
Madero, ya presidente, se negó a repartir la tierra que el Ejército Libertador hacía rato que la venía restituyendo a sus antiguos dueños y por eso cosechaba adeptos, estirando su influencia por Tlaxcala, Puebla, Estado de México, Guerrero.
A finales de noviembre de 1911, el Ejército Libertador promulga el Plan de Ayala, declara la guerra a Madero y lo tacha de “inepto para realizar las promesas de que fue autor”. En opinión de Francisco I. Madero, el Ejército Libertador era una “partida de bandidos” y autoriza, con tal de someterlos, que sean quemados los pueblos influenciados por Zapata. A la pirómana tropa maderista le podían escatimar balas, pero no botellas de petróleo ni cerillos; llevaban la orden de incendiar las poblaciones, arrasar y aterrorizar a la población civil para que dejara de apoyar a los repartidores de tierra.

Después vendría el chacal Victoriano Huerta y más tarde el experimento de la Convención con su infructuoso gabinete, en cuyas turbias aguas a los zapatistas les fue muy mal.
Pronto el general Emiliano Zapata sufriría golpes que poco a poquito fueron mermando su ánimo, causándole profundas heridas anímicas:
1.- El 13 de agosto cayó abatido el general Ignacio Maya al intentar acatar la orden del general Zapata:
—Tú, Maya, sal inmediatamente con tu gente, veremos si con Pedro Ojeda, son cuatro los generales que me traes vivos.

Entre la tropa zapatista se hablaba del audaz Ignacio Maya aprehensor de Benítez, Luis G. Cartón y Flavio Maldonado, despiadados generales huertistas, especialistas en aterrorizar pueblos zapatistas. En el sepelio de su amigo Ignacio, el general Zapata lloró.
2.- En diciembre de 1914 asesinan a Paulino Martínez, el periodista que encabezó la delegación zapatista en la Convención de Aguascalientes y fue ovacionado tras pronunciar un discurso memorable. Paulino Martínez era el indicado para secretario de gobernación. El crimen tuvo todo el tufo de haber sido urdido en una intriga palaciega. ¿Los culpables? Gente aliada. El crimen ocupó considerable espacio en la mente de Zapata.
3.- Tres años después, en mayo de 1917 el general Zapata se enfrentó a algo difícil de creer: la «traición» de Otilio Montaño. Amañado o no, con pruebas reales o fabricadas, el enjuiciamiento de Montaño y su fusilamiento, intranquilizó a Zapata. Chueco o derecho, el caso de Otilio Montaño se inscribía en una guerra que se dirimía además de con pistolas, rifles y cañones con un enjambre de espías, infiltrados y soplones.
4.- Un mes después, el 18 de junio, asesinan a Eufemio, el hermano mayor, el segundo al mando del Ejercito Libertador del Sur. Trágica muerte. A Eufemio lo acribilla uno de sus generales.

5.- El 25 de abril de 1918 el general Zapata firma como General en Jefe del Ejército Libertador un manifiesto llamando a la unión de todos los jefes de los grupos armados contrarios a Venustiano Carranza, en el que se lee: «…es preciso contar con el acuerdo de todos los revolucionarios del país y… desaparezcan las pequeñas ambiciones y los bastardos intereses …evitar que una nueva facción exclusivista o nuevos personajes absorbentes ejerzan preponderancia o influencia excesiva …».
Pero el sello dice EJERCITO LIBERTADOR DE LA REPÚBLICA MEXICANA. Quien haya ordenado la hechura de ese sello exhibió a Zapata como arbitrario, mezquino, ambicioso, absorbente. Solo Marcelo Caraveo acudió al llamado.
A través de su red de espionaje e infiltrados Carranza siguió esparciendo su cauda de intrigas, trampas, traiciones, deserciones y un año después consiguió con una emboscada lo que en buena lid no pudo: exterminar a Emiliano. Desde entonces perdura la creciente memoria del vencido.
