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Tlaloka

Denisse Buendía Castañeda

¿Quién nos dijo qué debía ser la maternidad? ¿En qué momento aceptamos que se trataba de entrega, sacrificio y sonrisas eternas sin ojeras? Adrienne Rich ya nos había advertido que el problema empieza justo ahí, cuando alguien intenta definirla como si fuera una sola cosa, como si todas las maternidades cupieran en una caja etiquetada. Spoiler: no caben.

Aunque el mundo se ha esforzado en definir nuestras úteras y sus procesos, Beck, Giddens o Friedan siguen teniendo razón: la maternidad sigue sin resolverse. Sigue siendo ese terreno borroso donde se espera que las mujeres den todo… sin preguntar si están acompañadas, si quieren, si pueden, si lo decidieron libremente.

Pero, por suerte, no estamos solas en esta reflexión. Evelyn Nakano —que cita Royo allá por 2011— nos recuerda que la maternidad no es una función biológica en automático, sino una relación viva, histórica, atravesada por la clase, la etnia, el contexto y el tiempo. O como lo dice Sara Barrón (y lo sentimos en la piel): maternar puede ser tan gratificante como agotador, tan poderoso como asfixiante. Porque sí, también se construye ideológicamente. También nos han dicho cómo deberíamos maternar. Y, aun así, cada una lo reinventa a su manera, con sus recursos, con sus redes, con su historia.

No solo parimos, sino que maternamos. Quienes acompañan cuidados, tutelan o crían en comunidad —con o sin vínculo biológico— también ejercen maternidad. Cuando el patriarcado quiso reducirla a un ejercicio solitario, a la madre sufriente y desconectada, el feminismo responde tejiendo redes de apoyo mutuo y promoviendo la corresponsabilidad en lo doméstico y en lo público.

Nuestros cuerpos y nuestros afectos son terrenos donde se libran, a veces, las batallas más crueles: entre la imagen socialmente aceptable y el hambre real, entre la culpa por descansar y el juicio por exigir ayuda. El ideal de “madre perfecta” funciona como arma de doble filo: ensalza un rol mientras castiga cualquier desvío.

En este mes de mayo rechacemos de una vez la definición hegemónica y visibilicemos todas las formas de maternar. Que la experiencia de cada una, con sus ritmos y sus contextos, enriquezca un proyecto colectivo donde ninguna mujer materne en solitario

Quizá ha llegado el tiempo de invocar a nuestras propias diosas. De recordarnos, como Tlaloka, que somos fuerza de creación, pero también de lluvia, relámpago y renacimiento. Que podemos elegir si parimos o no, pero que el poder de maternar —en libertad, en comunidad y con placer— es nuestro.
Que ser madre no sea mandato, sino posibilidad. Y que, si vamos a maternar, sea con otras, desde nosotras, para nosotras. Como Tlaloka, diosas de lo que nace, lo que brota… y lo que decidimos florecer.

Denisse B. Castañeda