Tú siempre fuiste lo primero todas las mañanas, despertaba y ahí estabas, yo te tomaba entre mis brazos y tú recargabas tu cabeza contra mi pecho unos instantes, así era como iniciaba mi día con tu saludo, con tu abrazo. Nunca había visto a un perro hacer algo así, pero tú lo hacías, recargabas tu cabeza contra mi pecho, y a mí se me hinchaba el corazón de alegría cada que lo hacías. Aprendiste a abrazarme de esa manera.
Si te soy honesto también me duele y me aterra un poco saber que una parte de nuestra vida, y de nuestra rutina queda disminuida y sin rumbo ahora que ya no estás; es decir ¿A dónde va a ir mi papá todos los días a los 5 de la tarde? ¿Quién lo va sacar a pasear a él si no estás tú? ¿Quién va a acompañar a mi mamá subiendo y bajando escaleras por la casa? ¿Quién la va a esperar afuera del baño con esos ojos llenos de amor, de lealtad? ¿Quién va a bajar semi-dormida a verme cuando llegue por las noches después del trabajo sólo para hacerme compañía mientras ceno?
Vamos a dormir Nina, te decía, es hora, y tú entendías el gesto y subías a tu cama. Bajabas con tu patas tentando en braille el terreno de lo dormida que estabas sólo para recibirme, para hacerme un poco compañía.
Tú significabas muchas cosas. No eras sólo un perro, eras un puente de amor infinito, de cariño, de lealtad, de compromiso, un horario puntual de juego y ternura, nada te gustaba más que jalar de una vieja jerga, y ahí estábamos los dos tirando a ver quién tenía más fuerza, eras una cita puntual, porque había que volver por ti, porque alguien nos esperaba en casa. Pero sobre todo eras una sabiduría inmensa acerca del amor, de lo que significa realmente amar. Tú entendías el concepto mejor que todos nosotros.
Nos regalaste unos 9 años de profundo amor sin pedir nada a cambio, quizá que te subiera a la cama un rato, o al calor de nuestras piernas. Con eso te bastaba. Nunca necesitaste mucho. Cada que me iba, y hacia mi maleta te metías en ella, y te acurrucabas ahí, y yo paraba. No sé si era tu forma de decir no te vayas, o simplemente estabas cómoda ahí, pero yo paraba. Me daba mucha ternura verte ahí.
Nos amaste y fuiste amada.
Siempre voy a estar agradecido con ese día que mi mamá te vio y que en un impulso de una niña infantil decidió que eras para ella; que se aferró a ti con fuerza y tú a ella.
Nunca nadie las pudo separar.
Fue amor instantáneo. Apareciste de golpe, y así también te fuiste. Supongo que las grandes cosas se dan así, como un gran incendio que con un chispazo saz, se enciende, o cómo un cuadro que lleva años colgado y un día el clavo que lo sostiene decide que es suficiente y que ya no puede más y saz, se vence y el cuadro se cae al piso.
Así tú, nuestra perra, nuestro abanico de ternura, nuestro puente de amor, de cariño, de realidad, partiste.
Si alguien me preguntara si creo en dios, le diría que si Dios es la naturaleza y entre todo ello estás tú y tus ojos, entonces creo infinitamente en Dios, porque no hay muestra más grande de amor que la que llenaban tus ojos. Amarnos se volvió tu misión en la vida, y si así fue, si de eso pendía tu existencia entonces ahí estuvo siempre Dios.
Hasta pronto Nina, mi perrita. Nos veremos al otro lado. Ladra alto y fuerte.
Nos vas a hacer tanta falta.
Imagen cortesía del autor