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¿Cuánto me daría por este par de excelentes novelas, joven? Me urge venderlas, necesito lana ahorita porque si sigo así de jodido ella se irá. Ella se irá si no consigo feria para llevarla a cenar a lugares caros, si no le obsequio ese iPhone y esa laptop que tanto desea. Yo sé que a mi edad, con mi experiencia, con mis canas, es como para avergonzarse. Pero déjeme decirle una cosa: yo ya perdí toda vergüenza y si usted, joven, la viera, si usted la viera sólo un segundo, me cae que también la perdería. Diecisiete años. Diecisiete, y con sólo mover un dedo, con sólo verla torcer el gesto, sufro. Por eso he decidido vender estos libros aquí mero. Y si es necesario, espero que no, pero si es necesario, vaciar mi querida biblioteca. Algún día, ya lo decía yo, acumular tanto pinche libro me iba a servir de algo, y aquí me tiene usted, ofreciéndolos al mejor postor. Me causaron placer, lo admito, les tengo mucho aprecio, incluso alguno que otro, al releerlo, me trae a la memoria buenos recuerdos de épocas pasadas, de cuando yo también era joven y era, aunque usted no me crea, aunque usted se ría, un Don Juan, pero eso sí: un Don Juan absolutamente moderno, como diría Rimbaud. Haga de cuenta: un galán parecido a esos canijos que salían en las películas francesas de los años sesenta, no sé, qué le gusta, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, por decirle. Pero ahora, ¿no ve mis arrugas y mis canas?, ¿no ve esta panza delatora? Así pues, apenas desperté hoy me dije: cabrón, ha llegado el triste momento de darle otro fin a esta literatura, ¿y qué fin más noble se le puede dar sino el de merecer el respeto y quién sabe si el aprecio y quién sabe si el amor de una hermosa joven de diecisiete años? Tengo un chingo de novelas, clásicas y no tan clásicas, europeas, asiáticas y latinoamericanas. ¿Cuánto me daría por La Comedia Humana en los seis tomos de Aguilar (en piel), por ejemplo? ¿Poesía? Un titipuchal, desde la más tradicional hasta la más desatada, no importa, con ambas puede uno llorar, con ambas puede uno reír ante el misterioso hecho de estar vivo, de desear, de desear aún en los momentos más oscuros. Pero yo ya no quiero llorar ni reír más, ni menos ponerme a filosofar con chingaderas. Simple y sencillamente quiero pasar mis días con ella, agarrar el coche y lanzarnos a la playa para siempre, saltando de una palapa a otra, sin descanso, con la piel bronceada por la dicha del amor, un verso totalmente cursi, dirá usted, pero eso qué, si yo no vine aquí a dármelas de poeta. Yo vine a vender estos libros, chingao, porque si los vendo creo poder estirar el dinero como para retenerla a mi lado, ¿qué?, ¿dos o tres días más? Espero usted no vaya a ser como esos ojetes, perdone que lo diga, pero de que son ojetes son ojetes; espero usted no sea como esos culeros de las librerías de viejo que lo fuerzan a uno a malbaratar los libros, ya sabe, lo ven a uno desesperado, casi como un pinche drogadicto necesitado con urgencia de su dosis, y luego-luego le mientan la madre con una de sus ofertas infames de veinte, quince o cinco varos por ejemplar. Pero en cambio usted, suerte la mía, se ve un joven culto, con estudios, un joven que sabrá apreciar la literatura de alto vuelo, la literatura de a de veras… ¿O me equivoco? ¿O este negocio, como dicen por ahí las malas lenguas, acaba torciendo hasta al canijo más culto, hasta al más letrado y espiritual de los jóvenes? A ver pues, escuincle, ¿cuánto por este par de novelones?

Adiós a Alain Delon, el guapo legendario del cine francés

Jean Paul Belmondo y Alain Delon en Borsalino. Imagen cortesía del autor