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Antonio Ponciano Díaz*

De vez en vez algunos hechos violentos nos asombran con sus actos inhumanos, los cuales ocurren a lo largo y ancho de nuestro país, pero, la regla general es que están sucediendo todos los días y forman parte de nuestra cotidianidad, los vivimos con toda indiferencia y silenciosamente, pero eso sí, el miedo se apodera de nuestras vidas porque no hay una respuesta eficiente para combatirlos por parte de las autoridades policiacas y/o gubernamentales. Los abrazos y no balazos, parecen, no funcionar. El hecho es que la violencia se ha normalizado y la impunidad reina por todas partes.

Los hechos recientes que han consternado a la opinión pública y son propicios mencionar: 1) Los tres jóvenes que fueron asesinados en la zona de Huitzilac. Jóvenes inocentes que su pecado fue transitar por la carretera que une el Estado de Morelos con la Ciudad de México. Huitzilac parece ser tierra de nadie, mientras que sus familiares, compañeros de trabajo y amigos han quedado marcados por el dolor, la tristeza y la injusticia. Sus familiares y amigos tuvieron que salir a las calles para exigir y hacerse escuchar, en una marcha por la Paz, hacer un llamado para frenar la violencia e inseguridad. Solamente con la protesta las autoridades judiciales parecen actuar y hacer caso al dolor.

2) Un comando de hombres armados irrumpieron recientemente en un balneario de Guanajuato y mataron a siete personas entre ellos a un niño. Ya no hay lugar seguro de esparcimiento para las familias ni para una vida segura y en paz. Los ciudadanos ante esta ola de violencia ya no podemos sentirnos seguros y protegidos por la guardia nacional, las policías estatales o municipales.

3) San Cristóbal de las Casas, un lugar emblemático para el turismo, sumergido en la violencia, lo que sus habitantes están viviendo parece una película de terror y el pueblo mágico, a plenas horas del día, se convierte en zona de combate entre bandas de delincuentes rivales disparando por las calles mientras los ciudadanos o turistas corren para protegerse espantados sin que las autoridades puedan hacer algo porque están totalmente rebasadas o comprometidos.

Pero ¿Cuál es el problema de fondo? No hay una respuesta única, el fenómeno de la delincuencia es complejo y tiene múltiples aristas. No es un problema que haya surgido recientemente, en todo caso se ha agudizado. La violencia se viene arrastrando de hace unas cuantas décadas, donde la omisión, complicidad y corrupción son factores que la favorecen. Ya no es un escándalo saber, que, en materia penal, de cada 10 delitos que se cometen 9 quedan en la impunidad. La impunidad se ha convertido en la joya de la corona de los malosos porque actúan con toda libertad, alevosía y ventaja, pareciera que también con la protección de algunas autoridades.

El mal, parece ser más profundo y global, cuando uno se entera que adolescentes de secundaria o preparatoria asesinan a sus compañeros o compañeras o maestros y: no se diga, los constantes feminicidios. La violencia cala hondo, parece enquistarse en lo más bajo de los instintos del ser humano.

Pareciera que la sociedad ha instaurado una pedagogía de la violencia, por donde quiera que mira o escucha uno, hay una excitación hacia la violencia, lo puede uno constatar en los noticieros, en las novelas, en las películas, en las series de televisión, en los videojuegos, en las revistas de moda, en las redes sociales, etcétera, etcétera.

Termino mi reflexión con una pregunta ¿qué estamos haciendo mal? Y sí no podemos encontrar respuestas ¡ni modo! Tenemos que acostumbrarnos a vivir en un Estado o en un mundo violento, donde se presagie la muerte de la esperanza.

*Ex catedrático de la UAEM

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La Jornada Morelos

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