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Omar Alcántara Islas*

En estos días, donde escuchamos o leemos en las noticias, con frecuencia, el nombre de Irán –hasta antes de 1935 conocido como Persia– quizá olvidamos (o no sabemos) que es acaso el país de Medio Oriente más cercano a la civilización occidental, por su historia y por su lengua. El persa o farsi, como también se conoce, es una lengua indoeuropea de las más antiguas del mundo, de la misma familia que el griego, el latín, el inglés o el español.

Y los persas (o actuales iraníes), no son árabes, tal como siguen pensando muchos hoy en día –aunque exista una minoría árabe en un país que también incluye a kurdos o azaríes, entre otras etnias, con sus respectivos idiomas–. Parte de la confusión se debe a la Conquista árabe del país que implantó el Islam alrededor del siglo VII, culto que sucedió al zoroastrismo y hecho que provoca muchos lamentos aún en los persas contemporáneos.

De ahí que la mayor parte de la población de Irán sea musulmana y esté constituida en su mayoría por la rama chiita, enfrentada desde hace siglos por cuestiones teológicas a la rama mayoritaria, la sunita, la tendencia predominante en Arabia Saudita, por ejemplo. Sin embargo, durante décadas el país fue un estado laico (aunque gobernado por un rey) hasta la llamada Revolución Islámica –pese a que fue una revolución hecha por los grupos más diversos, incluyendo los comunistas– de 1979.

El gobierno de los ayatolás, ya en el poder, persiguió a sus adversarios políticos e ideológicos y provocó la gran diáspora del pueblo persa a países como Australia, Estados Unidos, Francia, Canadá y Alemania, entre otros; en algún momento, el derrocado rey de Persia o sha aterrizó en Cuernavaca. Desde entonces, los exiliados sueñan con el regreso a su país natal. Pero vayamos un poco atrás en el tiempo.

Trillada es la idea de que la historia la escriben los vencedores, pero en el caso de Persia, la imagen que nos heredaron los griegos va de su designación de bárbaros por antonomasia («medos» en aquel tiempo) a la total falta de reconocimiento de los logros persas, en muchos aspectos más desarrollados que los griegos.

Ciro el Grande, en el que puede considerarse el Estado más antiguo del mundo o el primer gran Imperio de la historia, promulgó la primera carta sobre los derechos del ser humano en el siglo VI a. C., donde se promueve la tolerancia entre los diversos pueblos. Los mismos judíos reconocieron a Ciro en la Biblia como su libertador del cautiverio babilónico (Isaías 45: 1). A la difamación griega se unió la megalomanía nazi, al tomar el nombre “ario” (de ahí también Irán o «tierra de los arios») para fundamentar su racismo pseudo-histórico-científico.

Irán, en cualquier caso, es un país con una historia legendaria y esta es un orgullo para los persas. Su actual extensión y su PIB son muy similares a los de México. Lo que pasa ahí, sin embargo, es una total división entre el gobierno y la población, muy similar a la que ocurrió en nuestro país con el divorcio del PRI después del 68. No son pocas las injusticias del actual régimen de los ayatolás contra su población.

Las últimas protestas con amplio alcance ocurrieron a raíz de la muerte de la joven Mahsa Amini en 2022 por no llevar «bien puesto» el obligado velo que cubre la cabeza de las mujeres en el país, aunque ella misma no era una activista, sino una chica kurda de vacaciones en Teherán. Bajo el lema «Mujer, vida, libertad» las mujeres alzaron su voz, pero las consecuencias para muchas y muchos disidentes fueron trágicas, entre estas, la pena capital.

Vale la pena mencionar que el cine persa despunta en el orbe con un tratamiento, como pocos otros, de las complejidades éticas o morales del ser humano. Una separación y El cliente de Asghar Farhadi son excelentes muestras de lo anterior. Pero cineastas destacados, como Mohammad Rasoulof, han tenido que salir del país recientemente por la persecución del gobierno.

En resumen, el gran malestar de Persia es su régimen político, mal sino para un pueblo cortés como pocos y orgulloso de sus raíces en una sociedad que aún venera las palabras de sus poetas: Hafez y Ferdousí, los principales. El profeta persa Manú, concebía el mundo como dos fuerzas encontradas y de él se deriva el término “maniqueísmo”, concepto certero cuando se habla de Oriente y Occidente como si fueran un todo.

*Profesor de literatura