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La emperatriz Irene de Atenas (750-803 d. C.) fue la primera mujer en gobernar el Imperio romano por mérito propio y de manera oficial, hecho que, aunque pueda parecer sorprendente, es una continuación natural del poder que ejercían las mujeres de la casa imperial desde la caída de la república. Aun así, representó un cambio significativo en la percepción de la oficina imperial, y su reino dio forma al clima político y religioso del imperio durante mucho tiempo después de su muerte.

Llegó al poder en 775 como emperatriz consorte del emperador León IV, y, posterior a su muerte cinco años después, el ejercicio oficial de poder de Irene llegó en su posición como regente durante la infancia de su hijo Constantino VI, y como su co-gobernante de 792 a 797, cuando encabezó una conspiración que terminó con la encarcelación y probable muerte de su hijo y su proclamación como legítima gobernante del imperio.

El gobierno de Irene fue un punto de inflexión para el clima religioso del imperio, pues marcó el fin del primer periodo iconoclasta y la restauración de la veneración de iconos. Esto no representó un simple alineamiento con el sentimiento popular; su política religiosa consolidó su gobierno y la estableció como una emperatriz que estaba en contacto con la gente que gobernaba. Esta decisión, además, alteró el balance del poder en el imperio al fortalecer las comunidades monásticas e iconófilas. Esta situación llevó a un extenso periodo de conflicto religioso y a diversas crisis de legitimidad durante los gobiernos de sus sucesores.

Aunque su género fue fuente de cuestionamiento, principalmente por parte del papa en Italia, cosa que culminó con éste coronando a Carlomagno como emperador de los romanos y la fundación del Sacro Imperio Romano en Europa, dentro de su propio imperio, la legitimidad de Irene era reconocida por la mayoría de la población y los grupos de élite, y sus sucesores no pusieron su legitimidad e historia como gobernante en cuestión. Su historia y género resulta más relevantes en contraste con gobiernos modernos, que tras las tendencias patriarcales de la Europa medieval han batallado para conseguir a sus primeras gobernantes mujeres, cosa que nosotros mismos conseguimos apenas las elecciones pasadas, recordar la historia de Irene resalta como nuestras historia ha sido de muchas maneras una de retrocesos y de muchas otras recalca la distancia que hay entre nosotros y las civilizaciones que le dieron vida al mundo occidental.

 

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Gabriel Humberto Hernández-Bringas Ortiz