loader image

 

 

Los Juegos Olímpicos siempre han estado cargados de mensajes políticos. La edición de París 2024 no fue la excepción. Desde la inauguración, vimos un claro énfasis en el progresismo y la inclusión. Se destacaron simbolismos como la decapitación de María Antonieta y la recreación de la célebre pintura La libertad guiando al pueblo, ambos evocando a la Revolución francesa.

Se trató de mensajes, como todos, construidos. Tal creación no fue casual, sino que respondió a elecciones conscientes que buscaron resaltar ciertos aspectos mientras invisibilizaban otros. En el caso de los juegos que recién terminaron, se enfatizó el pasado revolucionario de Francia, pero no su historia de colonialismo en Asia y África, un pasado que sigue teniendo repercusiones hoy en día.

No debemos olvidar que París sigue siendo una capital imperial. Aunque el Imperio francés como tal ya no existe (al menos no como lo conocimos en el siglo XIX y la primera mitad del XX) sigue habiendo dinámicas imperialistas que tienen repercusiones en la vida social, política y cultural de Francia y sus antiguas colonias. Eso pudo verse en la organización de los juegos, aunque de forma velada.

¿Cómo explicar la alta presencia de atletas negros representando al país anfitrión? Es imposible hacerlo sin las terribles historias del colonialismo francés en África. Estas historias no son simples anécdotas del pasado; tienen un impacto tangible en la composición demográfica y en la representación deportiva de Francia. La Francia contemporánea sigue beneficiándose de los recursos humanos y materiales que en su momento explotó de sus colonias.

Tampoco debemos olvidar que Francia es una de las potencias del mundo occidental, con toda la carga política que ello implica. Lo menciono ya que los juegos fueron una especie de escenario para algunos de los principales temas de la geopolítica actual. La Guerra en Ucrania, por ejemplo. Dada la visibilidad global de los juegos, el gobierno ucraniano no desaprovechó la oportunidad para visibilizar la guerra con Rusia y crear simpatías a su favor. En la sede de la delegación ucraniana se armó una exposición donde podía apreciarse la réplica de una pesa improvisada que, según la exposición, ayudó al atleta de salto de altura, Andriy Protsenko, a mantenerse en forma en medio de la guerra.

El objetivo de la exposición fue claro: mostrar los desastres de la guerra en busca de empatía. No tenemos ninguna razón para dudar de los aterradores episodios de la guerra en Ucrania, el tema es la selectividad con la que, en su posición imperialista y de potencia occidental, actuó la organización de los juegos.

Las historias del genocidio palestino son igual o más indignantes que las ucranianas. Sin embargo, las y los palestinos no tienen a las potencias occidentales de aliados, quienes están del lado del agresor, de Israel. Aunque también, por fortuna, hay agencia desde abajo y hubo solidaridad con Palestina entre visitantes y espectadores. En la ceremonia de clausura, la delegación palestina recibió una ovación de pie. No se trató de un acto planeado por la organización, sino realizado por quienes estuvieron presentes; me da la impresión que fue de forma espontánea, aunque no puedo asegurarlo. Lo que sí es seguro es que se trata de un recordatorio de que, aunque los poderosos intenten invisibilizar ciertas luchas, la solidaridad puede emerger de los márgenes.

Hubo otros temas de interés público en el contexto de los juegos. Ya mencioné en mi entrega anterior el tema de la boxeadora argelina Imane Khelif. Me parece claro que el caso fue utilizado por conservadores para exponer su transfobia. Por desgracia para sus argumentaciones, lo hicieron contra una mujer que no es trans. También hubo ciertas formas con las que se pretendió cubrir los mensajes de odio. Por ejemplo, se aseguró que habría que “regular” las “ventajas genéticas” entre atletas. El tema es que, siguiendo esa lógica, sólo podrían competir entre sí personas de la misma edad, estatura u origen étnico, lo cual va en contra del espíritu de las olimpiadas.

No pretendo lanzar un mensaje en contra de los Juegos Olímpicos como tal. Lo que sí busco es poner el foco en lo político detrás del evento, subrayando que siempre hay una elección deliberada de lo que se pretende resaltar y lo que queda oculto. París 2024 nos mostró una versión pulida y controlada de la historia y la realidad actual, una que destaca los aspectos más cómodos para el estatus quo mientras omite aquellos que lo incomodan.

Es crucial que, al disfrutar de estos espectáculos, también mantengamos una mirada crítica sobre los mensajes que se nos presentan, cuestionando lo que se dice y, sobre todo, lo que se silencia.

*Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.