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Libertad de expresión y censura digital

 

La libertad de expresión fue desde los primeros tiempos de internet un tema preeminente, desde las iniciales conexiones entre equipos de cómputo se habló de que su arquitectura se confeccionó entre lo descentralizado o lo distribuido, la misma entrega de mensajes por correo electrónico se basaban en la conmutación por paquete, con el objetivo de entregarlos fragmentarlos de manera que para arribar a su destino cada porción del mensaje tomaba derroteros distintos que luego eran ensamblados en su destino por un programa.

En la última década del siglo XX afloró la perspectiva utópica, se le adjudicó a internet el poder de garantizar la libertad de expresión. Para los tecnoutopistas la red era una dimensión sin fronteras ni taxativas para poder opinar lo que se quisiera. Algunos aspectos de lo referido se basaron en lo enumerado de su arquitectura, que había sido diseñada para que no existiera un solo punto de control: se pensaba que era complicado para cualquier entidad censurar o intervenir en el contenido intercambiado en línea; además, no existía regulación gubernamental lo que implicaba que internet era libre; se creía que cualquier intento de censura o control sería superado con herramientas y métodos para evadir la censura —cuestión que de alguna manera ha sido parcialmente cierta—; se consideraba que la tecnología era neutral y no podía ser usada para fines maliciosos, subestimando los riesgos de la censura y el control para difundir contenidos falsos o dar cabida a la difamación.

Una expresión clara de esa ideología ciberlibertaria la expresó en diversos momentos uno de los pioneros de internet, el desaparecido John Perry Barlow, que tuvo una postura utópica de la red como espacio libre de regulaciones y censura, como un sólido lugar de libertad de expresión. Ejemplo de ello es su Declaración de independencia del ciberespacio, que diera a conocer el otrora letrista de la banda Grateful Dead en febrero de 1996, en Davos Suiza, durante el Foro Económico Mundial. En uno de sus párrafos la carta dice: «[…] No tienen ningún derecho moral a gobernarnos ni poseen métodos para hacernos cumplir su ley que debamos temer verdaderamente […] Los gobiernos derivan sus justos poderes del consentimiento de los que son gobernados. No han pedido ni recibido el nuestro. No los hemos invitado. No nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El Ciberespacio no se halla dentro de sus fronteras. No piensen que pueden construirlo, como si fuera un proyecto público de construcción. No pueden. Es un acto natural que crece de nuestras acciones colectivas […] Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que sus gobiernos han creado antes» (shre.ink/DkQ5).

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que eso era ingenuo. Después vinieron la convergencia de regulaciones de gobiernos, la concentración de poder de las big tech, la centralización de los procesos, dando paso a mecanismos de regulación, censura y control de los contenidos en línea con tecnologías de vigilancia, filtrado de contenidos y propaganda. De hecho el mismo documento de Barlow era expresión de que el camino de la regulación estaba en camino, ya que era una respuesta en buena medida a la aprobada Acta de Reforma de las Telecomunicaciones en Estados Unidos, que se veía iba en contrasentido de lo que él proponía en su carta.

Desde que llegó internet a China o Cuba, por ejemplo, se supo que internet no podía ser un espacio libre. En ambas naciones se establecieron fuertes mecanismos que impidieron la libre circulación de mensajes, con férreos controles. En China lo mismo se bloquea el acceso a sitios como Google, Facebook y Twitter, que censura contenido considerado sensible. En la lista de países censores de la red se pueden ubicar a Corea del Norte —con acceso a internet severamente restringido, solo pocos tienen permiso para acceder a la red global—, Irán —ha bloqueado acceso a sitios como Facebook, Twitter y YouTube, y ha implementado un proyecto para crear una red nacional separada—, Rusia —ha impedido el acceso a sitios como LinkedIn y Telegram, y ha implementado leyes para censurar contenido en línea e incluso piensa crear su propia internet—, Turquía —ha bloqueado acceso a sitios como Wikipedia y Twitter, y ha implementado leyes para censurar contenido en línea—, Egipto —que implementó un apagón de la red durante la Primavera Árabe y bloqueó sitios como Facebook y Twitter—, India —impide el acceso a sitios como Facebook y Twitter en ciertas regiones durante períodos de disturbios políticos—, Pakistán —imposibilita el acceso a sitios como YouTube y Twitter debido a contenidos considerados blasfemos—. Este es un pequeño muestrario de una tendencia que se ha extendido con la misma masificación de internet y el arribo de gobiernos populistas que se propalan por el orbe.

Venezuela ya forma parte de ese «exclusivo» club. Hasta antes de las elecciones más recientes, se consideraba que estaba en una situación intermedia, pero actualmente se ubica al mismo nivel que los referidos países. Destaquemos esto con el uso de la aplicación VenApp, que el oficialismo la lanzó en su momento como una herramienta para denunciar cortes de luz y alertas de emergencias médicas, pero durante las campañas recientes por arte de magia la aplicación incorporó la función de denunciar manifestantes, de usarla para impedir reuniones pacíficas y para coadyuvar a la detención de opositores y de evidenciar el uso de tales herramientas para violar los derechos humanos (shre.ink/Dkl2). En los últimos tiempos se bloquean acceso a sitios y aplicaciones al por mayor.

Por supuesto que hay formas de sortear la censura —uso de VPN para encriptar el tráfico de internet y ocultar la dirección IP y utilizar aplicaciones prohibidas; usar servidores proxy para acceder a sitios web bloqueados; navegar con Tor y acceder a sitios web de manera anónima; emplear servidores DNS alternativos para evitar la censura basada en DNS…— pero esto no está al alcance de todos los usuarios, les resulta engorroso, por lo que es una medida útil sólo para un sector con mayor conocimiento de dichas herramientas.

Ninguna tecnología garantiza por si misma la libertad de expresión; para que ésta sea realidad en el caso de internet, es necesario contar con un gobierno democrático, que existan marcos legales y normativos que garanticen la misma, que se respete la privacidad y exista la garantía en el uso de tecnologías de encriptación, contar con neutralidad de la red, existencia de una educación digital y alfabetización mediática, pero ante todo que haya un gobierno democrático respetuoso de la pluralidad y la libertad de expresión. Pero Venezuela es la evidencia de que es muy fácil pasar de un entorno democrático a uno autoritario cuando la concentración del poder se hace realidad, cuando los contrapesos son inexistentes, y eso debiera ser una cuestión a la cual deberíamos estar atentos en nuestro país en donde la concentración de poder y el fin de los contrapesos ya está a la vuelta de la esquina.

@tulios41