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La rebelión de Atlas

 

Confieso que el libro habitó durante buen rato en lo más oscuro de mi Boox Note Air, hasta que hace poco decidí darle lectura. La rebelión de Atlas era un pendiente porque siempre me intrigó saber qué lleva a que esa extensa novela sea una lectura obligada entre tribus de emprendedores de Silicon Valley, que haya devenido prácticamente una biblia entre ese clan. Gente tan diversa ha manifestado interés por esa obra que la autora tardó varios años en terminar. Oliver Stone y Steven Spielberg la han elogiado, empresarios como Elon Musk y Peter Thiel la consideran fundamental en su caminar empresarial, actores como Brad Pitt y Angelina Jolie, o políticos como Paul Ryan y Ted Cruz, o hasta el mismo Donald Trump mencionan a Rand como su autora preferida.

Pero también han dicho maravillas de la misma Alan Greenspan, otrora presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos de 1987 a 2006, quien no ha dudado en referir que es admirador de la filosofía de Rand y la considera su mentora intelectual. Para varios personajes famosos estadounidenses lo que les pasó con la obra de Rand fue amor a primera vista, ya que vieron en sus personajes una severa crítica a la perversidad de la política, a la burocracia que afecta o entorpece las capacidades creativas del genio empresarial. En la extraordinaria serie Mad Men —que narra la construcción de la identidad estadounidense en la década de 1960 de mano de la publicidad— el publicista jefe Bertram Cooper recomienda a Don Draper invertir unos dólares de su salario para comprar La rebelión de Atlas.

Obra fascinante que dibuja una nación estadunidense en ruinas, un escenario auténticamente distópico poblado de industrias colapsadas y un galopante desempleo, con un entorno económico a punto de paralizar todos los ámbitos de la vida diaria. Todo provocado por un Estado interventor que ha llevado a la bancarrota de la sociedad estadounidense, que se conforma con distribuir miseria.

La obra se basa en el dogma del objetivismo, la filosofía creada por Rand, que supedita el bienestar social al provecho individual. La autora despedaza en La rebelión de Atlas el sueño americano, dibuja el quiebre de la individualidad y del paraíso de las oportunidades de una sociedad multiétnica solo quedan despojos de los cuales sobresale una caterva de burócratas que actúan al parejo del caminar zombie de la sociedad.

La rebelión de Atlas avanza hacia una sociedad que está a un paso de tener más parecido con Mad Max que con la imperial Silicon Valley de hoy día. Aquí el talento está en manos de un puñado de empresarios, de valientes de la industria del acero o de los ferrocarriles que se rebelan a las taxativas impuestas por el gobierno, auténticos outsiders que prefieren vivir como clochards a ser parte del sistema y mantenerlo con tributaciones.

La obra ensalza al personaje central, John Galt, que lidera una huelga de los líderes industriales y científicos, él encarna el ideal randiano del «hombre racional digno de vivir en la tierra» que lucha por realizar sus valores. No por algo muchos emprendedores se identifican con ese arquetipo. La novela hace una severa crítica al socialismo y al colectivismo —de los cuales huyó la autora en la Unión Soviética—, defendiendo el capitalismo y el libre mercado. El otro personaje destacado es Dagny Taggart, empresaria que se enfrenta a desafíos y conflictos, la corrupción gubernamental, la ineficiencia y la falta de innovación en su empresa ferrocarrilera. A medida que la historia avanza, Dagny se da cuenta de que los empresarios innovadores más importantes están desapareciendo, lo que profundiza la crisis económica y social que atraviesa el país, lo cual la conduce a refugiarse en las montañas con John Galt.

La rebelión de Atlas, es el lugar en donde el egoísmo tiene un cariz racional, pero también se torna en parte de un código ético, ya que quien se preocupa por poner por delante sus propios intereses no hace algo inmoral, al contrario: es la demostración de una sólida existencia moral. Aquí el egoísmo se vuelve virtud. Y el sistema capitalista es el único sistema económico racional y justo, no solo porque se basa en la propiedad privada de los medios de producción y en el libre mercado, sino porque estimula el talento y las potencialidades humanas.

La obra pone de cabeza cualquier sensiblería izquierdista y ha terminado porque muchos amantes de las nuevas tecnologías y, sobre todo, empresarios de Silicon Valley se postren ante la misma y terminen como cultores de John Galt, el héroe de la obra que huye de la mediocridad creando su comunidad de emprendedores en las montañas de Colorado. La lección es: únicamente las personas que están dispuestas a defender y batirse por la autonomía individual y a escapar de los brazos del gobierno merecen ser libres. Toda la verborrea de otorgarle a los desheredados lo que no tienen, o de ofrendar discursos lacrimógenos en favor de la redistribución y la intervención del Estado en la distribución de la riqueza, son subterfugios para justificar actitudes autoritarias e interventoras de un Estado mediocre y pusilánime sin capacidad para crear riqueza.

La obra defiende que los empresarios talentosos no se aprovechan de su dominancia, ya que son quienes hacen factible la construcción de una nueva y mejor sociedad: sus acciones e invenciones al final dan paso a un futuro caracterizado por el dominio de los fuertes, por un nuevo tipo de Übermensch (superhombre) que trasciende las limitaciones de la medianía humana.

Con ese contexto en mente no extraña escuchar a Peter Thiel, de Silicon Valley, argumentar que el monopolio «impulsa el progreso» y que «la competencia es para los perdedores». Es el rosto de un entusiasta de los monopolios que le gusta pintarse a sí mismo como parte de un movimiento progresista. Aquí la doctrina del laissez-faire, adquiere potencia porque se sugiere que los problemas económicos tienden a resolverse por sí solos y, por lo tanto, la intervención del gobierno hace más daño que bien.

Lo que plasma la obra que nos ocupa es un enaltecimiento del «doble egoísta», esa tendencia humana de vestir el egoísmo con un ropaje de altruismo. Es una actitud caracterizada porque las personas actúan por su propio interés y beneficio, pero también justifican sus acciones como si fueran hechas en beneficio de la sociedad en general, una cuestión que practican tan bien algunos empresarios, pero también muchos políticos. En el mejor de los casos algunos actúan autoengañándose, se autodefraudan sobre sus verdaderas motivaciones y creen actuar por razones nobles cuando en realidad lo hacen por interés personal —no importa que hablen en nombre del bien del sistema, en favor del país, del pueblo bueno o cualquier fetiche engañabobos—.

Pero a varios de los emprendedores de Silicon Valley, adoradores del libre mercado, no debe olvidarse que los negocios que han montado hoy día no existirían sin la intervención del Estado estadounidense, que fue el que realmente dio vida —a través de Arpanet y otros proyectos que financió— a internet y muchas de las tecnologías que hoy propulsa el campo de la nueva economía y que ellos han venido a perfeccionar y de paso hacerse millonarios.

@tulios41