Las alucinaciones de Philip K. Dick
En Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Emmanuel Carrère da cuenta de la vida del escritor Philip K. Dick. Carrère destaca que una de las cuestiones que apasionó y obsesionó al escritor estadounidense fueron las ideas de Alan Turing: una cuestión en particular le fascinaba: la idea de que una máquina fuera o no capaz de hacerle creer a una persona que era semejante a él, es decir que también tenía capacidad de pensar.
Dick estaba convencido, siguiendo a Turing, que si en el devenir se construía una máquina que pudiera ser programada para que ante cualquier pregunta, o estímulo que recibiera, respondiera de una manera convincente, entonces sería absurdo negársele que pensaba. Para Dick, siguiendo a Carrère, “El fenómeno de la conciencia sólo puede ser observado desde dentro. Sé que poseo una, es más, es gracias a ella que lo sé, pero en lo que a ustedes se refiere, no hay nada que me pruebe que tienen una”.
Esa cuestión la llevó Dick hasta sus relaciones diarias, en donde no era extraño que cuestionara a sus amigos en charlas telefónicas si en realidad era con ellos con quien hablaba, les pedía que le demostraran que eran ellos realmente, que no eran unos impostores o simulacros suplantando a sus verdaderos amigos. Incluso para él era todo un alucine que una persona tocara a su puerta, sospechaba que quienes lo hacían —no importaba si eran del servicio eléctrico o telefónico—, podían ser lo mismo espías, agentes de la KGB o alienígenas camuflados en los cuerpos de las personas que estaban frente a él.
Dick sufrió desde joven alucinaciones y contrariedades mentales, cuestiones que podrían haber derivado de su ingesta de drogas, su perenne insomnio y el estrés en el que siempre estaba inmerso. También creía que sus experiencias podrían ser el resultado de una conexión con una realidad paralela o una dimensión desconocida. Esos inconvenientes con su cerebro hacían del mismo un torbellino que lo empujaba a adentrarse en escenarios estrambóticos y sumergirse en ofuscaciones descabelladas. Si Walt Whitman decía «Soy grande, contengo multitudes», Dick podía decir que en su mente habitaban más personas que un vagón del metro y cada una con sus propias maneras y manías de ser.
Él vivía en medio de mundos paralelos que se ramificaban con destino a la oscuridad y lo incierto. Para él su entorno era irreal, era un simulacro y vivía inmerso en una perpetua falsedad. Pasó varios años considerando la realidad como algo múltiple y contradictorio y que no se ajustaba con las consideraciones que tenía la mayoría de quienes lo rodeaban. Pero sus experiencias con la salud mental influyeron mucho en sus obras, y varios de sus libros y cuentos exploran temas de percepción, realidad y la naturaleza de la conciencia.
Un ejemplo de eso es su relato corto «El vengador del futuro», que fue llevado a la pantalla por Paul Verhoeven, en donde plasma un futuro distópico; la obra habla de Douglas Quaid, un obrero de la construcción que vive en la Tierra junto a su esposa Lori. Quaid está obsesionado por un sueño recurrente en donde se ve paseando en Marte con una bella mujer, por lo cual un día acude a una empresa para que le implanten falsos recuerdos de Marte pero eso termina mal: se embarca en aventuras policiacas en Marte y en medio de arranques psicóticos se cuestiona si su vida no la rigen recuerdos falsos y que su esposa y amigos son agentes para mantenerlo vigilado. A lo largo de la obra ya no queda claro cuál es la realidad “verdadera” de Quaid o si él es la falsa representación de Hauser (el que representa en Marte), pero también todo lo que vive podría ser una simulación, un reflejo de los mundos paralelos en los cuales está inmerso Douglas o quien realmente sea o no sea. La obra refleja esa situación en la que se debatía Dick, de las múltiples posibilidades de los mundos en que pueden estar enfrascados los seres humanos.
Otra obra en la cual Dick ha dejado evidenciado su talento y el talante de su narrativa es Blade Runner, la cual se desenvuelve en un entorno distópico, en una derruida ciudad de Los Ángeles, en donde una empresa famosa en biotecnología e ingeniería genética Tyrell Corporation, ha creado una serie de androides o replicantes, de seres artificiales que han sido diseñados para llevar a cabo tareas peligrosas, como un apoyo a las labores humanas, pero resulta que un día empiezan a manifestar emociones y conciencia, lo que les permite tomar decisiones propias y rebelarse a las directrices de los códigos con los cuales los inocularon.
Los replicantes buscan prolongar su vida útil, ya que no superan los cuatro años, son muy fuertes y tienen habilidades mentales que desafían —o incluso superan— a la de los seres humanos; los androides se rebelan ante la autoridad que representan los humanos. Esto lleva a la policía a buscar su aniquilación, ya que representan un peligro para la existencia de las personas, pero la policía es incapaz de hacerlo, por lo que se encarga a un Blade Runner, Rick Deckard, un mercenario, «retirar» o eliminar a los replicantes.
Sin embargo, Deckard en poco tiempo ve como su labor se complica porque termina enamorado de una de las replicantes, Rachel, quien no tiene idea de sus reales orígenes. Pero mientras Deckard se lanza a la cacería de los replicantes, se produce un enfrentamiento entre él y Roy Batty —otro replicante—, quien está obsesionado en dar con Eldon Tyrell, el creador de los replicantes, para que prolongue su vida. La película concluye con Deckard y Rachael escapando juntos, pero queda la idea de que los vínculos entre el humano y el androide son fuertes, que éstos no demeritan en nada con su caudal de sentimientos a los que poseen los humanos. Los androides o replicantes son auténticas inteligencias artificiales generales, capaces de superar a los humanos en varios aspectos, al grado de que la simulación humana puede ser cognitivamente fuerte y de tangibles sensibilidades. Una obra que a la luz de los debates que hoy tenemos sobre la inteligencia artificial, sobre el temor que la misma acabe con la civilización humana, suena actual.
Blade Runner es la obra en donde los replicantes y androides como Rachel simbolizan lo frágil que es la frontera entre lo real y lo virtual, entre lo humano y lo sintético, es la expresión de la exploración de lo que es humano, de la empatía, la identidad y la condición humana en un mundo donde la tecnología avanza rápidamente; es, también, en cierta medida, un reflejo de esas obsesiones que tuvo Dick con la prueba de Turing. En Blade Runner encontramos también espacio para lo siniestro, que queda expresado en el grito de pavor de los androides, de la IA, que descubren su condición de entes artificiales. Es pánico sin freno, que no puede tener ninguna manera de solventarse, que no hay paliativo para aliviarlo, por lo que en tal escenario todo termina siendo espantosamente factible.
Philip K. Dick tuvo la fortuna de que esos sueños paranoicos en lo que se desenvolvía fueran artefactos para decorar sus obras. Sus ofuscaciones metafísicas, sus hemorragias mentales, encontraron en los devaneos de su pluma, un caudal de seguidores terminó por devenir un escritor de culto, una especie de visionario que gracias a los alterados mundos que desfilaban por su cerebro pudo ver lo que se avecinaba en los derroteros humanos, un derroche de imaginación que sus devotos lectores le agradecen y sus obras les ayudan a estar en sintonía con los tiempos que corren.
Más que en cualquier otro momento, hoy vivimos inmersos en las fantasías y el mundo de Dick. En este manicomio que es nuestro continente, todos somos arrastrados por las pesadillas de dementes que nos gobiernan; pero a diferencia de Dick, las acciones y decisiones de estos perturbados políticos tienen consecuencias terribles para millones de personas. Así orates desenfrenados como Javier Milei, Donal Trump, Nicolás Maduro, Manuel López Obrador, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, son reflejo de que la pesadilla y el trastorno han arraigado con fuerza en la política, que la estupidez se ha democratizado y la pluralidad demencial que hoy acompaña a la política es el reflejo de que ninguna magia tiene el realismo para describir lo que se vive. Lo peor es que tales delirantes, al arengar desde los pulpitos de la mentira todos los días, encuentran eco en otros descerebrados feligreses y oportunistas «hueseros», quienes embaucados celebran cualquier idiotez que sus pontífices máximos invocan.
*tulios41