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De menos que cero a Trump

 

Bret Easton Ellis (Menos que cero, American Psycho, Glamourama, Lunar Park y Blanco), un cronista mordaz de la decadencia y la vacuidad de la generación X, nació en 1964 en Los Ángeles, en medio del glamur y la frivolidad. Criado en las anodinas calles de Sherman Oaks, en el Valle de San Fernando, él encontró en la escritura refugio para explorar la oscuridad de un sector juvenil de Estados Unidos. A los veinte años, con la audacia de joven narrador maldito, escribió Menos que cero, novela que retrataba la vacuidad existencial de la generación X, la adicción a las drogas y el vacío emocional que ocultaban las fiestas desenfrenadas. Su publicación en 1985 lo catapultó al éxito, convirtiéndolo en millonario a temprana edad y consolidando su nombre como escritor provocador y controversial.

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Menos que cero fue provocadora, no solo retrató la vida decadente y superficial de un grupo de estudiantes ricos en Los Ángeles durante los años ochenta, sino por vivir en medio de una alta ingesta de alcohol, drogas y sexo. Desde esa primera novela Ellis no sólo dejó plasmado su interés por los temas sexuales, sino que jugó con la idea de su bisexualidad y dibujó lo que era el camino al éxito de los yuppies.

Su narrativa me cautivó en los años noventa, unida de manera inseparable a los vibrantes ecos de la música que la acompañaban. Las grandes bandas de rock y los músicos emblemáticos de las décadas de los setenta y ochenta desfilaban por los libros de Ellis, convirtiéndose en un seductor ingrediente para quienes gustábamos del rock. Su prosa parecía resonar con los acordes de Led Zeppelin, The Doors, Rolling Stones, The Velvet Underground, Ramones, David Bowie, The Clash o Talking Heads. Aunque su producción literaria fue esporádica, sus obras lograron forjar un núcleo de fieles lectores; sin embargo, hoy el otrora interés que despertaba se ha desvanecido, a medida que las nuevas tecnologías han conquistado la atención de amplios sectores de la sociedad.

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En Blanco, Ellis no solo desvela las intimidades de su vida, sino que lanza una estocada certera a la cultura contemporánea. Hoy la narrativa ha perdido fuerza, debido a que la gente está habituada a otro tipo de contenidos, se prioriza el consumo rápido y accesible, haciendo que la escritura profunda y reflexiva pierda relevancia; hoy dominan el entretenimiento visual por lo que prevalece el interés por las redes sociales, el cine y la televisión. Al mismo tiempo, vivimos una era dominada por un consumo fragmentado, las múltiples audiencias consumen varios productos culturales; al mismo tiempo, surgen modalidades de autopublicación que conducen a una saturación de oferta narrativa, haciendo difícil a las obras literarias destacar y captar la atención de los lectores.

Ellis apunta que muchos han caído bajo el embrujo de esa idea de que cualquiera es escritor o dramaturgo, de que cada uno posee una voz especial y algo importante que decir y eso se expresa en las negras fauces de las redes sociales todos los días. Hemos llegado a la era donde la escritura se ha democratizado, en donde se proclama que cualquier persona es competente para narrar. Se proclama que todo el mundo puede escribir un libro, como si las palabras fluyeran con la misma facilidad con que respiramos.

Señala que todo se ha vuelto no solo efímero, sino también de alcance limitado: «del mismo modo que la idea de la gran película americana o el gran grupo musical americano ha empequeñecido, se ha estrechado. Todo se ha degradado por la sobrecarga sensorial y la supuesta libertad de elección que nos ha traído la tecnología y, en resumen, por la democratización de las artes».

Hay algo de razón en esto, pero Ellis no dice nada a la inteligencia artificial (IA), ya que con la misma estamos instalados en la era en que la escritura ya no es importante porque la IA lo puede hacer, lo importante es saber manejar los LLM (Large language models), por lo que para un escritor no importa escribir, son más importante las preguntas (los prompt) que hace a la IA y la posescritura (la depuración de lo escrito por la IA).

Ellis contrasta de manera nostálgica el pasado, su juventud y los años setenta y ochenta que es una crítica a las nuevas generaciones, a los llamados millennials, centennials o nativos digitales. En el pasado se podía discutir con otros y criticar lo que escribía o sus posiciones políticas, «cuando se discrepaba […] la discusión era racional, cuando las opiniones estaban movidas por la pasión y la lógica. En aquella época la censura corporativa no se aceptaba con tanta facilidad. No podías decir que no deberían haber escrito un programa de la HBO por su presunto (que no demostrado) racismo. Todavía no existía eso del delito de pensamiento, una acusación cotidiana en nuestros tiempos».

Lo que Ellis critica es el llamado «wokismo», la forma de activismo social y político centrado en la justicia social, la igualdad y la lucha contra la opresión, que busca y encuentra injusticia y desigualdad en el lenguaje y muchas acciones diarias. Reflexiona sobre cómo la piel de las nuevas generaciones se ha vuelto muy delgada. «Los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo…»

Echa de menos su época cuando incluso Hollywood, las universidades y los medios de comunicación eran partidarios de la libertad de expresión, en cambio hoy se regodean en señales contradictorias y la hipocresía moral. «Al grado que se ha terminado por confundir constantemente pensamientos y opiniones con delitos reales. Los sentimientos no son hechos y las opiniones no son delitos y la estética todavía cuenta; y la razón por la que soy escritor es para presentar una estética, cosas que son ciertas sin que tengan que ser siempre reales o inmutables».

En Blanco —publicado en 2020— se da tiempo para analiza que la misma política ha ido a tono con la superficialidad del capitalismo moderno. Ellis analiza la figura de Trump en el contexto de la sociedad actual, en donde es visto por un sector de estadounidenses con fascinación. Las redes sociales son espacios para el resentimiento social y la política canaliza eso. Es verdad que todas las sociedades, independientemente de su nivel de avance, tienen un trasfondo de resentimiento contra los sectores educados y un persistente apego cultural a la sabiduría popular, pero Ellis soslaya que el populismo justamente atiza el resentimiento y nutre la polarización. No sé qué pensará Ellis hoy de Trump, pero en Blanco sugiere que es parte de la anomalía digital, a tono con los tiempos dominados por el culto a lo virtual y lo estridente, pero que no deja de ser una postura política, lo cual es una actitud pobre sobre los terribles efectos que tiene para la vida pública de Estados Unidos el populismo trumpiano.

@tulios41

Antulio Sánchez