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El desafío de Bluesky

 

En estos días un tema de conversación ha sido el crecimiento de Bluesky, su popularidad explotó tras las elecciones presidenciales de Estados Unidos, al grado que ya supera los 21 millones de usuarios. Demografía todavía modesta comparada con la vilipendiada X, Facebook o TikTok. De nuevo surge el optimismo desmemoriado de que Bluesky será la oportunidad de construir algo nuevo, sin el veneno que hay en X, que busca ser una mala caricatura de WeChat.

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Recordemos que Bluesky fue una idea de Jack Dorsey de 2019, fue pensada como proyecto independiente de Twitter pero carecía de soporte monetario y de ingeniería. Se quería desarrollar un protocolo abierto y descentralizado que permitiera a los usuarios tener control sobre sus datos y experiencias en línea. Se empezó a trabajar en la plataforma, pero con la llegada de la Covid se paró en seco. A fines de 2021 empezó a operar como empresa independiente pero con la idea de que no fuera capturada por anunciantes, accionistas, grandes inversionistas o políticos. Las cosas se atascaron para Dorsey, los criticaron mismos usuarios de la plataforma y en 2023 salió por piernas: eliminó su cuenta de Bluesky y renunció a su junta directiva, separándose por completo del proyecto.

Con el nombre de Bluesky se procuraba simbolizar una dimensión de libertad de la cual carecía Twitter —aunque con un tufo de una competencia desleal—, que cada vez había ido perdiendo dimensiones de libertad y las correcciones políticas y la fiebre por las noticias falsas habían llevado a su junta directiva a ponerle candados a los posteos. Con Bluesky se proponía una plataforma descentralizada que pudiera introducir tecnología nueva y radical a los usuarios, pero sin que éstos sufrieran taxativas y conservaran la ductilidad de servicios como Instagram o Twitter. Se pensaba que su fuerza estaría en la libertad de expresión no en la fuerza de la penetración: sería un espacio para decir cualquier cosa, pero sin contar con algoritmos robustos que potenciaran su viralidad.

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Quien prácticamente ha estado al frente del desarrollo de Bluesky desde 2021 es Jay Graber, la directora ejecutiva, que ha confeccionado una plataforma descentralizada que prioriza la libertad de los usuarios y la independencia de los desarrolladores. Su enfoque se centra en construir un sistema donde usuarios y desarrolladores no estén «encerrados», unos con libertad de decir lo que quieran y otros con libertad de innovar sin impedimentos de algoritmos o políticas corporativas. Con Graber al frente, Bluesky ha tenido un crecimiento notorio: pasó de 40,000 a más de 20 millones, en parte gracias a Musk y Trump. La plataforma se ha vuelto un refugio de figuras públicas y artistas descontentos con X.

Bluesky se presenta —y de hecho así fue diseñada— como una alternativas a X, del mismo modo que se lo propusieron Mastodon o Threads (propiedad de Instagram/Meta). Estas tres plataformas ofrecen una experiencia similar, publican mensajes cortos de texto en un feed de noticias, con sus matices. Mastodon es descentralizada de código abierto cuya arquitectura técnica lo hace compatible con otras redes sociales que usan el mismo protocolo (ActivityPub). Threads, por su parte, sigue la filosofía de su propietaria Meta: su feed se gestiona algorítmicamente, devalúa o castiga claramente los contenidos noticiosos o temas considerados políticos, y aunque suene sorprendente está probando integrarse gradualmente con Fediverse mediante ActivityPub, lo que no deja de ser curioso tomando en cuenta la posición dominante de Meta en la web social durante las dos últimas décadas.

De todas maneras, aunque plataformas como Facebook y YouTube dominan en términos de usuarios, viven un estancamientos o incluso algunas pérdidas en su cuota de usuarios. Por ejemplo, YouTube ha visto una disminución del 0,91%. (shre.ink/tulio) y eso a pesar de que el contenido de video está en auge: desde el año pasado aumentó un 8,4%, alcanzando cifras récord en plataformas como TikTok y Twitch. Esta tendencia corrobora que el video redefine cómo los usuarios interactúan con el contenido en redes sociales. En todo caso lo cierto es que en el mundo volátil de las plataformas los usuarios están en perpetua búsqueda de nuevas experiencias y plataformas que se alineen mejor con sus cambiantes preferencias.

Regresando a Bluesky lo cierto es que hace agua en estos momentos, enfrenta desafíos: ha experimentado problemas técnicos debido a su rápido incremento de usuarios, lo que ha llevado a caídas del sistema. Además, lo de siempre en estos desarrollos: su modelo depende en gran medida de inversiones externas y aún no cuenta con un modelo de ingresos sostenible, lo que podría poner en riesgo su viabilidad a largo plazo.

Bluesky ha desarrollado su propio protocolo, el AT, y ha recaudado fondos de inversores privados. Su última ronda de financiamiento, en octubre, fue liderada por un fondo especializado en Bitcoin y criptoproyectos, por 15 millones de dólares. Sin embargo, en un comunicado de prensa Bluesky prometió que su experimento no va a estar «hiperfinanciado» por el uso de tokens o NFT (token no fungible). Esperemos que no termine como otras redes que con tal de subsistir doblan las manos y las juntas directivas se llenan de interesados más en el negocio que en la libertad de expresión y la calidad de la información.

Pero es una realidad que Mastodon, Threads o Bluesky tienen características que comparten, que hacen que se sientan similares en términos de experiencia del usuario. El uso compartido del formato de microblogging: Tanto Bluesky como Threads y Mastodon mantienen el formato de publicaciones cortas, similar a X, lo que da la sensación de no haber innovación en la forma en que las personas interactúan. Todas han optado por interfaces que recuerdan a X, pero lo que se desea en familiaridad maltrata la originalidad. Todas enfrentan el desafío de la fragmentación: Bluesky usa el protocolo AT que no se integra directamente con el fediverso de Mastodon y Threads, lo que complica la interacción entre usuarios de diferentes plataformas.

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El futuro de Bluesky está en tener usuarios fieles, que buscan un espacio sin desinformación, respetuoso de la privacidad y con robusta moderación de contenido. Su fuerza tal vez radique en diferenciarse, en no caer en la tentación de masificarse, de ausentarse de la estupidez de que los algoritmos no pueden modificarse, que seleccionan o viralizan lo que más intercambian las personas, aunque sean contenidos cuestionables. Es una idea absurda, como si los algoritmos hubiesen surgido por generación espontánea, son viles creaciones humanas diseñadas para realizar tareas específicas, por lo que pueden ser modificados y mejorados constantemente con la finalidad de sanear la conversación pública.

@tulios41

Antulio Sánchez