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Hoy los humanos habitamos prácticamente todo el planeta. Solamente algunas regiones desérticas y profundas selvas, o los ilimitados océanos, se salvan de nuestra presencia. Los humanos y las creaciones tecnológicas asociadas a los humanos se han dispersado en todas direcciones. Miles de automóviles circulan en las ciudades, tremendos edificios se levantan en pocos meses, hay industrias de todo tipo, aquí y allá se ven grandes centros comerciales, carreteras y ahora trenes que fracturan regiones mega diversas biológicamente y poco exploradas. Con la retórica de los supuestos beneficios de la modernidad, se ha alterado el paisaje natural en muchos casos de forma irreversible.

Los últimos dos siglos han sido pletóricos de inventos y tecnologías que hoy nos proporcionan un mundo de confort y salud, mucho mayor que hace un siglo. Para lograrlo hemos explotado intensamente los recursos naturales. La ganadería y la agricultura han crecido a costa del uso de suelos fértiles donde antes había bosques, selvas bajas y tropicales. La industria extractiva del petróleo y la minería han dejado riqueza y también polución de los suelos y del aire. La política económica del planeta no puede continuar de esta manera indefinidamente. Paradójicamente, contrario a las buenas intenciones de índole popular, las políticas actuales continúan privilegiando el capital, ocasionando mayor desigualdad social y un deterioro ambiental irreparable. Los costos económicos, sociales y de salud, los hemos estado pagando todos y lamentablemente, pasaran factura a las próximas generaciones.

Un área que preocupa a los científicos es la acelerada perdida de la biodiversidad. Durante el pasado siglo un número importante de especies animales y vegetales, así como sus nichos ecológicos se han perdido. Políticas reguladoras para la protección ambiental y la conservación biológica se han discutido en amplios foros nacionales e internacionales pero pocas de ellas se han aplicado de forma exitosa. Investigadores como Gerardo Cevallos y Rodolfo Dirzo, han advertido sobre la acelerada extinción y declive en el tamaño de la poblaciones de animales en el mundo, en lo que se le ha llamado la sexta extinción masiva. A largo de la historia de la Tierra, cinco extinciones masivas marcaron el final de los grandes períodos geológicos, donde el registro fósil señala la perdida de hasta el 75% de la biodiversidad. Esta era moderna, se le conoce como el Antropoceno, por la acelerada perdida de la biodiversidad en unos pocos cientos de años, el cambio climático asociado a la dispersión humana, la explotación industrial de la naturaleza, y la aparición de efectos perniciosos en la salud humana como las zoonosis virales y la resistencia bacteriana a los antibióticos. Situaciones que en estos últimos años parecen fuera de control.

El control y quizás las soluciones a la perdida de la biodiversidad a escala mundial y local dependen tanto de los científicos como de la disposición política de los países para encontrarlas y actuar en consecuencia. Recientemente, biólogos especialistas en la conservación, se han reunido en el contexto de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para encontrar soluciones prácticas para la protección de la biodiversidad. En la reunión de Kumming-Montreal en 2022 para la conservación global de la biodiversidad, se propusieron acciones que enfatizan la conservación de la diversidad genética de las poblaciones. Una decisión acertada fue implementar métodos para diagnosticar el estado de la diversidad de las poblaciones de animales y vegetales naturales y domesticadas. Entre estas medidas, registrar el tamaño de la población de cada especie que puede reproducirse, es decir dejar descendencia, resulta absolutamente imprescindible. Si en una población, el número de individuos aptos para reproducirse es bajo, irremediablemente se encuentra camino a la desaparición. Una población de mayor tamaño reproductivo conlleva también amplia variabilidad genética entre los individuos. Esta sería una señal de la estabilidad de una población de organismos para sobrevivir adaptándose a los cambios ambientales, resistir a sus depredadores, y competir por fuentes alimenticias diversas.

Estas medidas requieren un gran esfuerzo y coordinación de parte de los científicos y de la sociedad. Los ciudadanos pueden contribuir con en los censos de individuos animales y vegetales adultos, y los especialistas pueden usar métodos moleculares para una estimación más profunda de la variabilidad genética. Estas estrategias están siendo utilizadas por un grupo internacional de científicos, que incluye investigadores mexicanos, para medir el riesgo en el que están distintas especies animales y plantas (Mastretta et al., Multinacional Evaluation of Genética Diversity Indicators for the Kumming-Montreal Global Biodiversity Framework. Ecology Letters V27, July 2024). El éxito de iniciativas como esta no está solo en manos de quienes hoy investigan en el área, sino también de aquellos que toman decisiones políticas. A estos últimos se les pide fortalecer y reivindicar instituciones como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), actualmente relegada, pero cuyas investigaciones sobre los efectos del Antropoceno en la biodiversidad son más necesarias que nunca.

vgonzal@live.com

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