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Gustavo Yitzaack Garibay L.

La cultura es una producción colectiva, cuyas manifestaciones y expresividad son un patrimonio compartido por las sociedades, las comunidades y las personas en su devenir histórico.

Como lo he planteado en diversos artículos, aquí y en otros espacios publicados, durante las últimas tres décadas se ha incrementado la intervención del Estado y de los Ayuntamientos en los procesos culturales. Los efectos de sus decisiones revelan la ausencia de políticas culturales y de conservación que aborden con responsabilidad la gestión de vasto patrimonio cultural morelense.

Todavía no estudiamos el impacto cultural de fenómenos como la chinelización, la pretendida sayonización, y el desarrollo de agendas artísticas de índole absolutamente comercial en ferias y carnavales, ni tampoco el impulso escenográfico de las declaratorias de los llamados pueblos con encanto y mágicos (tristemente con desencanto y trágicos a consecuencia de una estética estandarizante que disneyliza las tipologías de la arquitectura vernácula, el cobro de piso por parte del narco en territorios en disputa, el consumo desmedido de alcohol y la especulación inmobiliaria incluso en áreas protegidas y/o de reserva).

Lo anterior se explica en el contexto del rediseño de las instituciones culturales, la legislación en la materia, específicamente sobre patrimonio cultural material e inmaterial, y por las repercusiones que conlleva el fenómeno de turistización mundial, responsable de producir ciudades espectáculo, como lo ha estudiado el académico Iván Murray de la Universitat de les Illes Balears en Palma de Mallorca, España.

El planteamiento antropológico de la cultura como producción social pone en crisis lo que el capitalismo arraigó en el inconsciente colectivo, la idea de la propiedad privada como algo extensivo a las producciones simbólicas de la humanidad, en este caso me refiero específicamente a los saberes culturales y las artes, por citar algunos ejemplos: la medicina, la cocina, la música y las danzas tradicionales y populares.

Que algo sea de alguien o de algunes, que no nos escandalice, nos conduce a nociones de pertenencia y posesión, pero también de apropiación y despojo, algo que se materializa jurídicamente en patentes y en esa convención aceptada por todas las legislaciones del mundo, los derechos reservados © de personas físicas y morales. A esto último hay que sumar los derechos colectivos de pueblos y comunidades de artesanos que en años recientes se ha emprendido su estudio y defensa efectiva.

Hago una precisión. No se trata de una visión dicotómica o maniquea. La complejidad de la cultura material y la cultura inmaterial nace de su inherencia. Son indisociables. Pero no pretendo discurrir de manera exhaustiva sobre ello, solo abrir la puerta a la discusión sobre qué nos es propio y qué nos pertenece, pero sobre todo cómo manifestamos ese legado del que somos herederos, portadores, transmisores y mantenedores, y a su vez cómo lo expresamos en el contexto líquido de la banalidad y la vacuidad por la que atravesamos en tiempos de la sociedad del espectáculo.

Viene al caso la tradición de los pueblos nahuas de Morelos y el préstamo e intercambio culturales que supuso la Conquista frente a narrativas decoloniales que reivindican la recuperación no solo de lo indígena sino también de la negritud o afrodescendencia como la tercera raíz y otras migraciones sobre las que se sostiene nuestro presente como sociedad morelense. Ya lo sabemos, el llamado sincretismo de lo español con lo indígena advino en el llamado mestizaje, ese relato instituido desde el Estado que avasalla la diversidad cultural que nos constituye.

Como Jacques Derrida, creo que podemos escoger nuestra herencia; sí, que naturaleza no es destino, pero también que el pasado no necesariamente es ni da sentido. No soy contrafáctico, pero lo cierto es que, desde la hermenéutica y la física cuántica, podemos decir que las condiciones de posibilidad se abren ante nosotres entre la historia y la biografía de la experiencia vivida, narrada y representada, como lo dilucidó Paul Ricœur.

Somos una humanidad contadora de historias, productora de narrativas, por eso trazamos horizontes de enunciación, interpretación y comprensión, como lo planteó Hans-Georg Gadamer.

Seguimos con las preguntas. ¿Cuáles son las narrativas culturales que instituyen la Secretaría de Cultura del gobierno del Estado y de la mayoría de las áreas de los ayuntamientos en Morelos? La respondo, las de la sociedad del espectáculo, porque no ponderan procesos sociales. Todo es evento.

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